El poeta construido con trazos de bello lienzo

El berciano dionisio ÁlvarezTrincado, llega por primera vez a esta sección de la mano de su poemario ‘Qué nos queda de aquella vendimia’, donde verso a verso nos sumerge en la tradición berciana y en poesía de hermosa lectura.

L.N.C
30/01/2022
 Actualizado a 30/01/2022
Portada del libro ‘Qué nos queda de aquella vendimia’  de Dionisio Álvarez Trincado.
Portada del libro ‘Qué nos queda de aquella vendimia’ de Dionisio Álvarez Trincado.
Papá, hoy te traigo un autor del que no te había hablado hasta ahora. Se trata de Dionisio Álvarez Trincado, poeta berciano. Uno más de esta maravillosa región, que tantos poetas y escritores nos ha regalado y que, estoy seguro, nos seguirá entregando. Me pregunto qué magia encierra esta comarca para que de ella nazcan tantos talentos, tantas almas sensibles que son capaces de describir en palabras lo que sus recuerdos no quieren olvidar, lo que sus corazones sienten, lo que les rodea, y todo con esa capacidad especial para convertir en arte la propia vida.

Su último poemario, cuyo título es 'Qué queda de aquella vendimia', te gustará. Aunque son los versos los que lo envuelven, el libro comienza con un texto en prosa de título «Reseña», y del que te extraigo un parte que nos habla del propio entorno del Bierzo, que tantas y tantas veces los poetas han usado en sus escritos: «Desde él crecemos en bienestar y en ser, y seguir siendo nosotros mismos, al tiempo que proyectamos a los demás el mejor rescoldo de nuestro fuego interno».

No conocía a Dionisio, papá, hasta que la literatura unió nuestros senderos. Me siento muy afortunado por ello. Cuántas y cuántas veces he tenido la suerte de conocer a plumas de gran talento que me rodeaban, gracias a poder navegar en el mismo mar que ellos surcaban: el de la necesidad de escribir (sí, uso la palabra necesidad con toda la intención). Plumas que podía seguir línea a línea, igual que latido a latido, entendiendo con ellos lo que la vida nos entrega. Y por ello, precisamente por ello, creo justo destacarte aquí los dos últimos versos de su poema «Toda»: «Compartiendo lo bueno, / haciendo la vida fácil». Eso es lo que nos une a muchos. Ojalá compartamos más veces lo bueno, ojalá podamos hacer la vida fácil.

El poemario, como podrás suponer, hace continuas referencias al Bierzo, tal cual su propio título nos señala desde el principio; también a una de sus tradiciones y trabajos más arraigados: la vendimia. Cuántos bercianos han vendimiado a lo largo de la historia. Cuántos… En todos y cada uno de ellos, también en los que nunca lo han hecho pero forman parte de esta fantástica región, la recogida de la uva forma parte de su sentir. Por ello, no podía faltar un poema como «Qué queda», que da nombre al ejemplar que ahora tengo al lado del ordenador mientras tecleo cada una de estas líneas. Te destaco los primeros versos: «¿Qué queda de la vendimia, / aquella que realizábamos solidaria / entre familia, amigos y vecinos? / De madrugada y con el primer rocío / se preparaba el carro de las vacas o el caballo». Otro ejemplo, muy relacionado con el anterior, me lleva a trasladarme hasta el poema «A las uvas», donde podemos leer: «A las uvas que nos dan vino, debemos cosechar / con suma atención y mimos, en la cepa o en el parral. / Y cuando ya esté madura, toda ella recolectar. / Y pisada en la bodega, dejaremos de fermentar». Pero no solo del mundo del vino hay referencias en el texto, sino de otras muchas costumbres, tal cual podemos encontrar, por ejemplo, en el poema «Santa María la Real», donde leemos: «A Santa María la Real le queremos confiar, / prestos desde Carracedo, donde sitúa su altar». O, dando un pequeño salto de páginas, en el poema «Aquí venimos», del que te destaco los siguientes versos: «Y al Mesías llevaremos manjares de nuestro Bierzo. / Chorizo, queso y botillo, buena miel y sabroso vino. / Y junto al fuego reunidos, de nuestras manos unidos, / cantaremos: “Viva el Bierzo y gloria a Jesús nacido”».

En el texto, como te comentaba antes, también hay espacio para las reflexiones internas. Son ellas las que nos hacen sentarnos en nuestro sillón favorito, poner la música que más nos gusta, y pensar, pensar, pensar… Son ellas a las que podemos regresar dando un paseo, o corriendo…, o cualquier otro momento que nos sirva para estar con nosotros mismos. Tú contigo mismo. Es tan necesario como temerario a la vez. Puede que seamos los mejores amigos de nosotros mismos, o puede que no. A veces conocerse es un lujo fantástico; a veces, un riesgo imprudente. Poemas como «No sé», y versos como «Deshazte de lo inútil y lo innecesario / que flota en los designios no tocados / de esos fondos oscuros y compilados, / queriendo acrecentar más tu calvario», ahondan en ello. Puede que conocernos despierte en nosotros sensaciones inequívocas, para bien o para mal.

Pero no solo versos encontraremos en este libro. Al igual que ocurre con otros poemarios de distintos cultivadores del alma (quizá eso es lo que son los poetas), se enriquecen las páginas con regalos a la vista. En este caso el regalo es mediante imágenes de acuarelas de bello trazo y gran presencia. Están realizadas, creadas, moldeadas en el lienzo, por T. Antelo. «Renaciendo floresta en remanso» o «Yantas de vacas arrastra carro» son dos que nos acompañan. No dejes de observarlas; en ellas, al igual que en las fotografías que también encontraremos, no solo apreciarás belleza, sino también un nuevo significado en un texto ya de por sí bello.

Son los poetas, como bien sabes, esos conductores de lo invisible (pero importante). No me canso de decirlo, pero es que creo firmemente que ellos ven lo cotidiano de un modo distinto, profundo, sincero con su interior más escondido. Yo, que tengo la suerte de conocer a un buen número de ellos, creo que todos deberíamos tener un poeta en nuestra vida, sentarnos con él a charlar al menos una vez al mes y despejar nuestras mentes. Por eso, leer a Dionisio es tan importante. En poemas como «La vida» nos deja reflexiones que debemos, necesariamente, escuchar. Versos sinceros de imprescindible necesidad: «La vida es un regalo y el morir un instante. / Las cruces de los días se suceden iguales. / Y solo cuando amamos desde el latir del alma, / todo se magnifica y hasta se hace más grande. / Y hasta se hace más grande…». Versos de los que aprender y anotar, versos que leer y releer. Versos vigentes, como los que leo en «Acaso», de los que aquí te traigo un pequeño ejemplo: «Frena instantes amargos / sin claridad, sin matices, / y que el sol alumbra claramente / desde la luz edificante / lo que guardas interiormente». O los que he subrayado en «Por eso», donde he leído, ya varias veces, que «Por eso me quedo / con lo que no tiene precio / y está en ese querer / y en ese “te quiero” / que no se puede olvidar o hacer de menos».

Papá, el tiempo va pasando, los días, las semanas y los años. Va pasando la cotidianeidad, lo superfluo y lo inmaterial. Pero siguen quedando las cosas importantes, aquellas que la literatura nos recuerda una y otra vez. Quedan los buenos momentos, los instantes a tu lado. Quedan las sonrisas guardadas, los abrazos no olvidados, los besos entregados. De todo ello nos hablan los poetas, nos habla Dionisio Álvarez, del que estoy seguro que volveré en alguna nueva carta a detallarte. ¿Sabes? Pasan las cartas, pasan los textos y pasan los libros, pero cada uno que leo y del que te hablo, cada uno de ellos, me recuerda una frase, con la que finalizo siempre estas «Cartas a ninguna parte»: papá, no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.Y no, nosotros no te olvidamos. Jamás…
Lo más leído