En la primera aproximación al Parque Nacional de los Árboles de Josué (Joshua Tree National Park) percibidos un ambiente desértico aparentemente con muy poca vitalidad. Pero a medida que nos acercamos con una mirada certera se nos revela una fascinante variedad de flora y fauna que vive en esta tierra modelada por fuertes vientos, torrentes de lluvia y extremos climáticos. Pero es por la noche, bajo un cielo oscuro y estrellado cuando la vida rebosa de vida. Es en el desierto donde los dos atributos principales de lo salvaje, soledad y oscuridad, se expresan con más nitidez.
El Parque Nacional de Árboles de Josué es el desierto más fotografiado del mundo. La banda irlandesa U2 se tomó fotos de todo el grupo en este parque para su álbum del mismo título, The Joshua Tree, ganador de un premio Grammy y reconocido como el mejor trabajo de U2 de todos los tiempos. El parque está integrado en los desiertos de Colorado y Mojave. Su nombre proviene de una especie de cactus, encontrada casi exclusivamente en esta zona, denominado árbol de Josué. Los mormones que recorrieron asiduamente estos desiertos dieron su nombre vulgar a la Yucca brevifolia a mediados del siglo XIX. Si damos crédito a la historia, un grupo de esta secta cristiana se topó por primera vez con el árbol en el desierto de Mojave tras cruzar el río Colorado. Su peculiar forma les recordó al patriarca bíblico Josué pidiendo la ayuda de Dios con las manos hacia el cielo.
El árbol de Josué tiene una relación particular con la noche, con la oscuridad. Las hojas de hecho permanecen inactivas durante el día, y preservan sus ciclos respiratorios (intercambio de dióxido de carbono y oxígeno) para las horas nocturnas cuando el aire es más fresco, y la humedad más alta. También es en la noche, después de la penumbra, cuando la polilla Pronuba yuccasella poliniza las flores que darán lugar a unos suculentos frutos. Por la noche también sus flores blancas resplandecen en la fantástica y bellas luminiscencias. Pero lo más curioso de todo es que por las noches estas flores perfuman con su exquisita fragancia el aire nocturno. La suma de todas estas particularidades hace que el árbol de Josué cree una de las noches más bellas y sublimes que se pueden disfrutar en el «Salvaje Oeste».
El paisaje cuenta con un relieve de preciosos peñascales y muros de montañas escarpadas El paisaje del Parque Nacional, además de los singulares árboles de Josué, cuenta con un relieve de preciosos peñascales y muros de contención, montañas escarpadas, vestigios de minas de oro, llanuras desérticas. Todos estos elementos aportan un paisaje extraño y singular. Las principales atracciones del Parque son el conjunto formado por bosques de yucas gigantes, formaciones rocosas masivas, oasis de palmeras y jardines naturales de cactus con cholla (Cylindropuntia bigelovii) y ocotillo (Fouquieria splendens).
Después de la visita nocturna, ya en un pequeño motel de carretera el viajero ha sacado de su mochila el libro que le está acompañando en la visita de este singular desierto: ‘El solitario del desierto’. Edward Abbey, activista ambiental norteamericano, escribió este libro hace ahora cincuenta años. “El solitario del desierto” es un relato poético sobre la soledad del desierto, sobre la vida y muerte que surge en su oscuridad: “Quizá el búho cornudo sea el enemigo natural del conejo, pero no hay duda de que el conejo es el amigo natural del búho cornudo. Lo alimenta en la oscuridad de la noche. Es fácil imaginar el cariño, la simpatía, el afecto genuino con el que el búho mira al conejo antes de convertirlo en porciones comestibles”. Así de amorosamente describe Abbey las trascendentes relaciones entre un predador y su presa.
Abbey siente por los áridos e infernales desiertos del oeste la misma sublime intensidad que Thoreau sintió por los frondosos y fríos bosques del este. Ambos compartieron su amor por lo salvaje, esa libertad verdadera que transmiten la naturaleza en estado puro: «El inquieto mar, las altas montañas, el silencioso desierto: ¿qué tienen en común?, ¿y cuáles son las diferencias esenciales?. Grandeza, color, espaciosidad, el poder de lo antiguo y elemental, eso que queda más allá de la capacidad del hombre para captar del todo o utilizar esas cualidades que los tres comparten. En cada uno hay el sentido de algo prototípico, con las montañas ejemplificando la fuerza bruta de los procesos naturales, el mar ocultando la riqueza, complejidad y fecundidad de la vida por debajo de una superficie de inmensa monotonía y, el desierto... ¿qué dice el desierto?. El desierto no dice nada. Completamente pasivo, objeto de actuación, pero actuando, el desierto yace allí como el esqueleto desnudo del Ser, en reserva, exiguo, austero, totalmente inútil, invitando no al amor, sino a la contemplación. En su orden y en su simplicidad sugiere lo clásico, salvo por el hecho de que es un reino de más allá de lo humano y en el punto de vista clásico solo lo humano se considera significativo o incluso se reconoce como real».
‘El solitario del desierto’ muestra de forma clara la lucha interna de Abbey por evitar idealizar y humanizar la naturaleza, y no obstante todo el ensayo de principio a fin es una declaración de amor a su naturaleza. «Tenía conmigo unas cuantas cerillas, selladas con parafina; junté las ramitas más a mano y los excrementos animales e hice una pequeña fogata y esperé a que cesara la lluvia. No cesó. Llovió durante horas en oleadas alternativas de tormenta y llovizna y no tardé en consumir todo el combustible que tenía a mi alcance. Daba igual. Me estiré en la madriguera de coyote, apoyé la cabeza en el brazo a modo de almohada y padecí a través de la larguísima noche, humedad, fr ío, dolores, hambre, destrozado, soñando pesadillas claustrofóbicas. Fue una de las noches más felices de mi vida». Padecer en la salvaje naturaleza es quizá el mayor placer que puede disfrutar el verdadero viajero. Cuando Abbey habla de la belleza de los habitantes del desierto, no le importa que a ese mundo pertenezcan seductoras serpientes mortales, peligrosos alacranes o urticantes hormigas. La belleza está por encima del riesgo a la propia supervivencia.
Este único desierto salvaje es frecuentado cada año por más de dos millones de visitantes que pasan la mayor parte de su tiempo subidos en su automóvil. Las carreteras escénicas pavimentadas facilitan el acceso a los miradores, campamentos y senderos interpretativos. El turismo a mercantilizado lo salvaje.
‘El solitario del desierto’ de Abbey es una declaración de amor al desierto pero a la vez expresa un profundo desasosiego. El autor era consciente hace ya cincuenta años a que aquel salvaje territorio desaparecería para siempre cuando las hordas de turistas reemplazaran a los solitarios viajeros. Y tenida razón. Hoy la belleza natural todavía se mantiene casi intacta en El Parque Nacional de los Árboles de Josué, pero lo que aquí, como en el libro de Abbey, se ha perdido para siempre es la omnipresente soledad y la sublime oscuridad. Quizá ya hemos perdido para siempre esos dos atributos principales de lo salvaje, la soledad y la oscuridad, Atributos que hacían sentir al viajero libre, que le permitían vivir una verdadera experiencia de libertad.