Papá, hacía ya bastante tiempo que no te traía hasta una de las cartas, nuestras Cartas a ninguna parte, a un nuevo autor o autora. Hoy rompo esta larga racha. Hoy, papá, te hablaré de José García Alonso.
Me adentré en la lectura de este libro, que ya te adelanto que es un poemario, por dos motivos: el primero de ellos es porque deseaba leer algo de su autor, el segundo porque me habían hablado muy bien de él ya de antemano. Esto último tiene, sin duda, un enorme peligro. Cuando sin avanzar en el camino ya crees que va a ser bello, es fácil llegar de alguna forma a la decepción. No es el caso. Todo lo que me hablaron de él, todo lo que me adelantaron, bien merecían cada una de esas palabras.
El libro, que lleva por título Erosión, está dividido en cuatro partes: El tiempo, La palabra, Fracturas y Un paisaje gastado; a los que se debe unir el preludio, Coda y una nota del autor. A veces, con algunos de los poemarios que leo, me pasa una cosa que, creo, es común a parte de los lectores. Dentro de un conjunto de poemas seleccionados que conforman el espíritu de lo que su autor o autora nos quiere contar, siempre hay versos que me atraen especialmente, por cómo rebotan en mi corazón o mi alma, por cómo se convierten en música a través de palabras en mi mente o por lo que cuentan y transmiten. Pero también es verdad que, en ocasiones, también coexisten versos con estos que pasan desapercibidos, que no cumplen con el nivel de los anteriores. No es el caso de Erosión, donde todos y cada uno de ellos bien merece más de una lectura.
Tengo varios versos seleccionados para mencionarte, papá. Estoy seguro de que tras leerlos tendrás muchas ganas de adentrarte en este libro y en el resto de la obra de José García Alonso. Ya en el primer poema nos encontramos con esa magia de la que te hablaba, la capacidad de reflexionar sobre lo cotidiano como tan solo los buenos poetas saben hacerlo. En el poema Apretamos el tiempo podemos leer: «Apretamos el tiempo en nuestras manos / para saber que su calor se extingue».
Uno de los poemas que más me ha gustado es, sin duda, el que lleva por título Cosas de niños. En él, el poeta se adentra en su pasado, en la primera vez que vio el mar («su dentelleada fría sobre mis pies desnudos»), su abuelo, su madre («Mi madre llorando / limaduras de plata») y otros recuerdos de su infancia. Es uno de los que relees según lo has hecho la primera vez, de los que bien merecen una lectura pausada, saboreando cada verso, cada palabra. Otro de los textos que también me ha agradado especialmente es justo el que se encuentra a continuación, y que lleva por título Definición de joven. No dejes de leerlo, te gustará.
Destaco también uno de los poemas por la historia que nos cuenta. Y es que te animo, papá, a que una vez que leas La incertidumbre te animes a bucear en la historia de John Cage y su composición única. Algo realmente poético, sin duda. Además de la propia historia que encierran estos versos, podrás leer preciosidades como la siguiente: «Todo forma parte del mismo viaje, / de este permanecer extraño, / de esa lejanía que nos tienta y escapa».
Ya en su segunda parte, que como te comentaba lleva por título La palabra, me gustaría detenerme en A la espera. Siempre te he destacado, y así lo creo con firmeza, la capacidad de los buenos poetas para describir el entorno que les rodea de una forma única y bella, hermosa en ocasiones por su luz, hermosa en ocasiones por su oscuridad y tristeza. Solo ellos con capaces de llegar a este nivel con las palabras y su entorno. El poema que te acabo de comentar es especialmente bello en ese sentido. Versos como los siguientes lo demuestran: «Hay agua incapaz de formar charcos / como hay luz que no acierta a posarse / sobre poemas ni pájaros ni ciudades. / Tengo palabras y me siento solo. / Tengo palabras para sentirme solo.» Cuántas veces yo mismo me he sentido acompañado solo de palabras, cuántas veces he sentido que las necesitaba a ellas más que a nada, cuántas veces, como dice el autor, he podido recurrir a ellas para sentirme solo, para sentirme, también, asolado. Otro buen ejemplo de lo que te comentaba antes, sobre la capacidad de los buenos poetas para ser y vivir como poetas lo más cotidiano y saber convertirlo en luz con sus palabras, también lo podemos encontrar en el poema El oficio de la angustia, donde leemos en sus primeros versos: «Llueve en la avenida. / Las ráfagas de viento / han sembrado de gotas / el ventanal de la casa. / A la luz de su filtro se dibuja / borrosa la calle. / Sobre los charcos se posan las miradas / de los desconocidos que pasean».
Uno de los pocos textos que está escrito en prosa dentro de Erosión, ya en su tercera parte, es Nuestro JM, y que es otro de los que te animo a leer más de una vez, papá. Estoy completamente seguro de que te gustará. Ya en la parte final del mismo, leemos: «Debería recordarte en voz alta, agradecerte esa forma tuya de decir silencio, disolverse, hielo, árboles, resurrección, marzo. Debería, sí, pero no puedo. Una costura de seda apaga mi aliento y es que, en el fondo, prefiero seguir escuchándote». Me gustaría cerrar con dos versos preciosos, muy sentidos y seguramente tremendamente personales, con los que se cierra este texto. Disfrútalos: «Ahora formas parte del árbol triste de muis huidos / y sin embargo sonríes".
Voy cerrando ya esta carta, papá, pero antes me detengo en la cuarta parte del poemario, cuyo título, Un paisaje gastado, ya nos lleva a recuerdos, seguramente, a todos y cada uno de los lectores que nos hemos acercado a esta obra. Te quiero destacar el poema Una estrella, cuyos primeros versos me han encantado y que hasta aquí te traigo, deseando (ojalá pudiera hacerlo) ver tus ojos con su lectura, disfrutando tanto como yo: «Ahí están las estrellas. / Ahí, una entre todas. / Mi oficio es buscarla en esta noche, / imaginar / que nos mira, que su luz gastada / alcanza a tocarnos, que no se apagará / aunque aparezca la luna, / que frotará / su brillo sordo sobre todas las piedras del mundo, / que conoceremos algún día el albor de su fuego, / que arderá en nosotros para siempre.» Precioso, ¿verdad? Cuántos versos se han escrito sobre las estrellas, cuántos quedan todavía por escribir. El ser humano siempre se ha sentido atraída por ellas, sin duda. Y es que las estrellas son nuestro pasado, nuestro presente y, posiblemente, nuestro futuro. Ya sabes el dicho, papá, que dice que todos somos polvo de estrellas. Y por muy poético que parezca, realmente es así, las infinitesimales partes que componen nuestros cuerpos fueron conformadas, en su pasado, en alguna estrella. Puede que por eso nos sintamos tan atraídos por ellas.
Cierro ya este repaso a Erosión, recomendándote otro de los pocos textos en prosa de libro. En este caso se titula La memoria del viaje, y es una de sus últimas páginas. En él, el autor nos lleva hasta sus propios recuerdos y pensamientos, hacia ese niño que en su día fue, y que hoy revive, entre otras cosas, con parte de este libro: «Fuimos los últimos en marcharnos del pueblo. Los demás, pocos, se quedaron allí para siempre. «Está dicho, nos vamos, que a todo llegamos al amén, menos a las desgracias», sentenció mi madre el día que tomó la decisión de partir. Mi padre agachó la cabeza, porque ella solía afearle con la mirada su actitud, de natural atemorizada y medrosa, y no dijo nada. Era abril».
Papá, siento que cada carta que te escribo forma parte de un recuerdo común. Cada libro del que te hablo, cada capítulo, texto y poema, nos acerca un poco más, como un hilo irrompible que nadie podrá ya detener. Instantes de lectura que conforman nuestros propios capítulos, nuestra propia historia. Por eso es especial cada uno del que te hablo, por eso libros como Erosión, de José García Alonso, son tan necesarios para mí, para cada carta, para estas Cartas a ninguna parte que gritan, sin duda, que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.