Continuando con nuestra lucha feminista, que no es más que una pretensión de igualdad para todas las personas que integran el planeta tierra,situaremos en nuestro punto de mira las casas residenciales destinadas a recibir personas mayores para que vivan sus últimos años junto con otras personas de sus características, con una garantía de cuidados y atención, que, seguramente no tendrían en su domicilio o lugar donde se encontraran viviendo.
Nos trasladamos a los ambientes residenciales, con sus hábitos y rutinas. La normativa que propone a los residentes todas y cada una de las acciones que pueden y deben acometer. Descubrimos situaciones en las que nuestro sistema de valores se resiente y la capacidad de juzgar se convierte en números de habitación, actividades propuestas, cuadrar horarios de personal, acabar las tareas a tiempo y dejar todo resuelto y concluido en tiempo y forma.
Es duro envejecer, pero también en esta etapa difícil de nuestra vida, podemos encontrar la lacra de la cultura machista, por supuesto que mucho más soterrada y maquillada.A medida que nos hacemos mayores, pasamos a ser menos interesantes, hasta que llega un momento en que ya nos hacemos invisibles para una sociedad que ansía mantenerse joven y marca cánones de belleza, estatus, raza, género y cultura. Y como si de una enfermedad contagiosa se tratase, jóvenes e infantes hacen acopio de esos mismos principios.
Esta situación la viven las mujeres de forma exponencial, ya que pasan de ser «objeto» de deseo, al más vil rechazo por parte de aquellas personas que las adulaban con ansia y morbo. Así que, deben asimilar ese lugar que les corresponde, en la esquina de la clase y mirando para la pared.
Es por ello que, sumando a esto, el hecho de que las mujeres son más longevas, contamos con que en este tramo de la vida, las personas adultas mayores, son mayoritariamente mujeres. Mujeres ajadas y cansadas de sufrir sometimiento e incomprensión, dentro de un rol en el que han estado desde su nacimiento: madres, esposas incondicionales, trabajadoras del hogar…
Es difícil, en este entorno residencial, encontrar un lugar para enamorarse y, tomar la decisión de integrar ese amor… Se trasforma en algo sucio y recriminable, difícil de incorporar a esas rutinas establecidas que, además, deben contar con el consentimiento de ¿hijas e hijos? y demás familia. Parece que está prohibido, o quizás crean que a estas edades eso ya no puede existir.
He sido testigo de situaciones preciosas de encuentros amorosos de personas mayores que descubren a un hombre o a una mujer que les facilita y motiva para seguir soportando el letargo de un trayecto de vida al que apenas consiguen dar significado y que sufre el látigo de la intransigencia y del prejuicio; posicionando a la mujer como la embaucadora y ligera , incluso trastornada por los efectos de los años, con acciones seniles que su propia familia se encarga de recriminar y cortapisar. ¿Con qué derecho?
A veces, es el matrimonio, el que ingresa en el medio residencial y, ahí se da todo por supuesto: «habitación para dos».
Es un ambiente nuevo para una vieja relación. Aquí pasamos de lo privado a lo compartido ¿O todavía podemos considerar ámbito privado a ese espacio en el que se encuentra el lecho matrimonial y algunos otros enseres que dan carácter de habitación propia?
Pondremos en tela de juicio nuestra ética y moral, haciendo referencia al lamentable asesinato machista acometido en nuestra comarca berciana el día 11 de enero, recién estrenado 2019.
Damos por hecho que al ser personas mayores, su vida ya transcurre con normalidad y que nada puede alterar su día a día. No queremos rememorar los antiguos dichos. «De la puerta para dentro, lo que pase es de casa» y otros similares.
Pero, un buen día, nos encontramos con el titular «Un anciano mata a golpes a su mujer en una residencia» y se nos queda el alma congelada. ¿Qué ha pasado? Las dos personas son muy mayores y posiblemente demenciadas. ¿Hay sucesos previos que nos den la pista de que esto podría llegar a suceder? Surge la duda. Violencia de Género ¿sí o no? Es un hombre cargado de celotipia (pasión de los celos) y que dentro de su delirio reprocha a su esposa posibles escarceos con otros hombres.
Ya había ocurrido más veces, pero … como son marido y mujer, pues, ya sabes, cosas de viejos y, los dos se encuentran a solas en su habitación marital, en manos del destino, su verdugo.
Nos sorprende encontrarnos con un caso de este calibre porque los mayores no deben hacer ruido y ya no son causa de análisis o estudio. Es por esto que una mujer murió golpeada por su esposo lleno de celos y nadie sospechaba nada, no se nos ocurrió planificar una intervención o realizar un seguimiento de la pareja, porque en nuestro subconsciente todavía tenemos integrada la norma de «Lo que pasa en casa, es de casa», «Ellos se entienden» y no pasamos a dar importancia a procesos que pueden derivar en un caso de agresión y asesinato machista.
Cuesta creer que algo así empañe la vida cotidiana de un complejo residencial cargado de muchos profesionales y muchos más residentes.
Me preocupa la duda que surge a la hora de determinar este caso como violencia de género y me preocupa mucho más, cuando en ambientes de lucha feminista, se le denomina como «Caso de Violencia de Género Especial», que hay que tratar con cuidado, ya que las circunstancias son dignas de análisis.
Una mujer que se encuentra en la frontera de la razón y el olvido. Que es merecedora del duelo y la compasión, que ha sido víctima de una violencia que parece rancia porque ya sus carnes no están prietas y no tiene toda una vida por delante.
Este trance nos puede hacer reflexionar cuán difícil ha sido la vida de nuestras madres, tías y abuelas, cuántas miserias y humillaciones han sufrido sin dejar salir un solo quejido de sus labios. Nuestra tierra, Bierzo precioso, no les ha dado facilidades para sobrevivir; la labranza, los animales, la casa, los hijos, el marido, los abuelos; todo recae sobre sus hombros y venga a parir y parir, todo esto con el añadido de que «es mejor callar» porque en aquél entonces, su vida tenía muy poco valor y «lo que pasaba de puertas para adentro, era de casa».
Y si sobrevive a todo esto, en una habitación para dos, de una residencia del Bierzo, ocurre que su vida es sesgada y que toda una noche, moribunda, es golpeada hasta morir. Y nadie oye nada y nadie sabe nada. Nunca es tarde para encontrarte con esta vergüenza social, que se manifiesta y que aún nos sigue haciendo dudar si puede ser, o no, violencia de género.
Nos podemos encontrar con muchos casos especiales que endurecen la versión de estos delitos, pero este, quizás se hace leve, sin interés mediático y, casi sin reivindicación, sin días de luto.Porque nuestra ética se resiente juzgando a base de estereotipos, se funde con el propio olvido que representa a muchas de las mujeres que ya son muy mayores y que no acaban de descubrir cuál es el papel que deben jugar durante esta etapa plana, dominada por otros.
Esta mujer también se merece su minuto de silencio. Su asesinato traspasa los límites de nuestra moral: «ya es un hombre muy mayor…»si, pero con la suficiente capacidad como para sesgar una vida que vale tanto como la de un tierno bebé. Ser mayor duele, pero ser mayor y mujer se convierte en una caída al vacío donde se van perdiendo todas y cada una de las cualidades que nos hacían sentirnos dignas de nombrarnos así. MUJER.
Aún queda mucho camino por recorrer para poder integrarnos todas en ese mismo círculo de fuerza y exigencia, que nos hace ser mejores personas, es por ello que dentro de él gritamos con rabia: ¡Una mujer ha sido asesinada en una residencia del Bierzo! ¡Una mujer muy mayor ha sido víctima de violencia de género!
Habitación para dos
Nadie vio nada, nadie oyó nada en el espacio que compartían dos ancianos en una residencia berciana, pero ella murió a golpes. Y nos cuestionamos si es violencia de género, porque son nuestros mayores, enfermos, dementes. Cuesta creerlo, pero es
17/02/2019
Actualizado a
19/09/2019
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