Hikikomori nos grita auxilio

Encerrada en una historia de ficción japonesa habla de todos nosotros, de la capacidad del ser humano para abstraerse creando realidades paralelas difíciles de concebir para aquellos que no las han experimentado

Ruy Vega
28/01/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Portada del libro protagonista de la colaboración de Ruy Vega sobre otras publicaciones bercianas.
Portada del libro protagonista de la colaboración de Ruy Vega sobre otras publicaciones bercianas.
Papá, regreso para escribirte esta carta que, al igual que las anteriores, nace con un destino ya marcado. Ambos sabemos que su fin es esconderse dentro de un cajón en un viaje sin retorno a ninguna parte, guardándose en lo más profundo de mis recuerdos y en el más imperfecto de los sueños. Quizá eso sea lo que la hace tan especial.

En muchas ocasiones, los escritores tienden a escribir acerca de aquello que les rodea. Sin embargo, de estas tierras leonesas, de las tuyas y de las mías, han salido grandes y maravillosos ejemplos de los que han ido más allá, abriendo a todos los lectores magníficas novelas que, escritas por nuestros paisanos, llegan a cualquier amante de la buena literatura, sea de donde sea. ‘Hikikomori’ es una de ellas.

Papá, ‘Hikikomori’ te hubiera gustado. ¿Sabes por qué? Porque encerrada en una historia de ficción japonesa habla de todos nosotros, de la capacidad del ser humano para abstraerse de todo creando realidades paralelas difíciles de concebir para aquellos que no lo han experimentado. A ti esto te gustaba, a mí he de decir que también. Las novelas que encierran preguntas tras cada línea y página son, para ambos, esenciales y necesarias.

Kimitake es su protagonista. Bajo ese nombre se esconde un adolescente que vive una realidad que, más o menos cierta, él cree verdadera. Y así te lo hace sentir Manuel Ángel Morales Escudero, autor del libro, quien ha sabido crear un camino por el cual el lector se introduce en él, casi de una manera tímida, hasta darse cuenta que ya no hay retorno posible. Maravillosamente redactado, puedes llegar hasta el interior de la mente de un joven que ya no distingue entre el juego que le mantiene encerrado en su habitación o la realidad. Y todo eso, como sabes, no es nada fácil.

Intercala hábilmente capítulos en los que el protagonista vive, y recalco la palabra «vive», en un juego en el que la vida y la muerte es cuestión de atrevimiento y puntería con capítulos en los que el protagonista se traslada a la realidad, y recalco la palabra «traslada», embarcándose en una misión que, por necesaria, cree que debe acometer.

Papá, tú siempre ponías mucho énfasis en el estilo a la hora de redactar, en cómo atrapar al lector. ‘Hikomori’ tiene lo que buscabas. No es fácil. Yo lo sé, tú lo sabías, Manuel A. Morales lo sabe. Tiene algo que a mí me apasiona y que, ojalá pudieras haberlo visto, he utilizado en mis novelas, los capítulos cortos. Eso lo hace fácil de leer, muy fácil. Como sabes, soy un amante de este tipo de escritura. Con no más de dos, quizá tres páginas, es capaz de describir la acción, el diálogo, el pensamiento, el recuerdo o la sensación concreta. Magnífico.

Pero esta maravilla no solo nos habla del hombre en sí, de lo más profundo y sincero de nosotros, también nos lanza preguntas acerca de la lucha por un objetivo común, de la pertenencia a un grupo con el que te sientes identificado, de la necesidad de buscar una sociedad que te acepte como eres cuando la propia sociedad te ha apartado del camino. Kimitake probablemente no sabe cómo llegó hasta ahí, pero tampoco le importa, Kimitake probablemente no recuerda cuándo decidió aislarse del mundo, pero tampoco le importa, Kimitake podría morir por aquello que ahora le empuja a vivir, pero tampoco le importa. El personaje está perfectamente redondeado. Traspasa el papel para llegar a tu humilde conciencia. No está arrepentido, no cree que esté haciendo algo que no debe, todo lo contrario, lo hace por todos nosotros, no por él. Y a su lado, un grupo de adolescentes encerrados en su propia historia que viven capitaneados por un líder. Porque, y eso ambos lo sabemos, muchos necesitan un referente para, o bien tener un camino que seguir, o bien construir su propio camino. Puede que sea el uso de los nombres que el propio grupo pone a sus objetivos, puede que sean las breves pero claras, concisas y sinceras explicaciones del por qué, puede que sea por el lenguaje utilizado… pueden ser tantas las cosas que no te das cuenta que incluso llegas a ponerte del lado del propio grupo, entendiendo actos que no se deben hacer, pero que en el fondo creen justos.

Pero no busques papá entre las páginas referencia alguna o nombre concreto que te sitúe. No existen y, si me permites, no son necesarios. No. Porque como te decía, todo esto habla de la sociedad y nos pone en los ojos de alguien que vive con nosotros, pero sin nosotros, con sus reglas y no con las nuestras, con sus pensamientos y no con los nuestros. Y todo esto es tan universal que no hace falta coordenada alguna que nos lo fije en un plano. Por otro lado, es el maestro escritor quien nos lleva a la mente del joven atormentado para sentir como él, para pensar como él, para actuar como él. Y para eso lo imprescindible es utilizar los nombres que su grupo ha fijado.

Me gustaría poder estar contigo una vez más. Sentados en la mesa de nuestra cafetería favorita, con el libro en la mano, estaríamos desglosando cada línea, cada letra, cada sensación o cada impresión. Tú me hablarías de lo importante del mensaje, yo, de la necesidad de la magia en la historia que lo envuelva. Pasarían los minutos y las horas pero no importaría, porque estarían hablando dos amantes de la literatura y eso es imparable.

Al igual que me había ocurrido con ‘La Biblia bastarda’, protagonista de mi última carta, a ‘Hikikomori’ la conocía desde hace algún tiempo. La había visto por aquí y por allí, en este y en aquel lugar. Pero fue ahora cuando nuestros caminos se han cruzado. He tenido la suerte, inmensa suerte, de conocer al escritor de la obra. Hemos hablado durante el tiempo suficiente como para poder identificar a un amante, como nosotros, de contar historias. La vieja tradición que nació al lado del fuego de las hogueras de nuestros ancestros y que todavía se mantiene a día de hoy, en una sociedad tecnológicamente avanzada pero con los mismos miedos de entonces. Porque quizá, al igual que se sobreentiende en este libro, el mayor de ellos es el miedo a nosotros mismos, ya que somos nosotros, y no otros, los que podemos mover nuestros cimientos.

Me pregunto si aquí, en estas mismas calles de Ponferrada que te acogieron a ti y que ahora me dejan a mi navegar por ellas, hay adolescentes como el protagonista del libro, almas únicas en la celda de oro de su casa, viviendo una realidad que es la suya pero no la cierta, mientras que sus padres lo único que pueden hacer es llorar, día a día, como aquellos que llevan consigo una pena que darían lo que fuera por reparar, pero que no es ni fácil ni rápido. Puede que sí que se den casos y es que, por muchas diferencias que encontremos entre países o sociedades, al final todos somos uno.

Kimitake, entendido éste como la persona, que no el personaje, que se encierra tras el refugio de su interior buscando un mundo mejor que el que le rodea, puede que lo seamos todos en algún momento o instante de nuestra vida.

Kimitake puede que nos visite de vez en cuando en nuestros sueños (o pesadillas), evidenciando la rotura de unos valores que ahora viajan por otros caminos. Kimitake quizá siempre ha estado ahí en cada uno de nosotros, y mientras algunos consiguen esconderlo y encerrarlo para que jamás salga de su interior, otros, como el joven protagonista, no. Y eso, precisamente esa delgada y difusa línea entre lo extraño y lo prohibido, es lo que él ha traspasado, llegando donde no se debe ni puede.

Acabo aquí esta carta, que guardaré como el resto, en el cajón más profundo de mi corazón, allí donde se encuentra lo hermoso y deseado, pero también allí donde tan solo yo, y todavía tú en mis sueños, pueda acceder a leer una y otra vez, una y otra vez. No me importa que nunca la puedas leer, ni que sonrías tras cada palabra. El simple hecho de haber leído el libro y escribirte esas humildes líneas me ha acercado a ti de nuevo durante un tiempo que bien ha valido una vida.

Descansa ahora tranquilo, que el próximo libro está ya naciendo…
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