La pequeña pieza de hueso, del siglo V, constituye uno de los tres únicos ejemplos de la presencia en la Peninsula Ibérica de la desaparecida cultura Tchernjahov, originaria del este de Europa.
Este pequeño objeto fue hallado por Inés Díaz Álvarez en 1988, durante los trabajos de limpieza y consolidación en la muralla de Castro Ventosa. El peine, elaborado con hueso, apareció junto a cerámicas tardorromanas y otros materiales en el interior de un antiguo vertedero que quedó al descubierto durante las excavaciones. La pieza dispone de una hilera de púas “perfectamente distribuidas”, explica la directora del Museo Arqueológico de Cacabelos (Marca), Silvia Blanco, que señala la “decoración geométrica en forma de zigzag” como el mayor atractivo de esta joya arqueológica.
En realidad, el peine está formado por tres placas sujetas con remaches de bronce y un saliente en forma de semicírculo, a modo de empuñadura, en el dorso. Al respecto, el conservador en el Museo de Valladolid y autor del estudio 'La cultura de Tcherjahov, la diáspora gótica y el peine de Cacabelos', Fernando Pérez Rodríguez-Aragón, recuerda que “aunque hablamos de peine, podía servir tanto para peinarse como para adornar el pelo a manera de peineta”.
Objetos similares al peine de Cacabelos se han hallado de manera “relativamente habitual” en excavaciones en países del Este como Rumanía, Ucrania o Moldavia, en los que se conoce la existencia de dos talleres de fabricación de este tipo de enseres personales, recuerda el investigador, que asegura que “por su peculiar tipología, este tipo de peines se fechan entre mediados del siglo IV y la primera mitad del siglo V, aunque dado el lugar en el que fue hallado cabe precisar una cronología entre la entrada de suevos, vándalos y alanos en la Península Ibérica en el año 409 y mediados del siglo V, esto es de la primera mitad del siglo V”.
Ese periodo histórico estuvo marcado por la caída del Imperio Romano y la entrada en sus antiguos territorios de pueblos procedentes del norte y el este de Europa. Ante el miedo que sentían los pobladores romanos por el avance de los bárbaros, la plaza de Castro Ventosa, así como otras ciudades cercanas como Astorga o Lugo se amurallaron entre finales del siglo III y principios del siglo IV.
La presencia de estos pueblos del este de Europa en el noroeste peninsular fue, según recuerda Blanco, “muy breve” y dio paso a nuevos asentamientos en la zona, ya enmarcados en la Edad Media. “Fue una invasión muy rápida y por eso quedan pocos vestigios en la Península”, explica la directora del Marca, que recuerda que el peine se halló “cerca de una de las puertas de acceso” a la ciudad romana que forma parte del yacimiento arqueológico.
La cultura de Tcherjahov
Cuando en una excavación arqueológica aparece un objeto personal e íntimo como un peine, resulta inevitable pensar en cómo eran las personas que tantos años atrás en el tiempo usaban esos enseres. Al respecto, Pérez explica que la cultura de Tcherjahov, considerada antepasada de los pueblos visigodos, es fruto de “la unión de las diversas tribus sármatas y dacias sometidas al dominio de los godos en la zona al norte de la desembocadura del Danubio y en las estepas de Ucrania y el sur de Rusia, desde el siglo III hasta la irrupción de los hunos en el 375 d.C.”.
Según Pérez, licenciado en Arqueología, estos pueblos “presentaban unos rasgos culturales característicos, pero con fuertes variantes locales determinadas en buena medida por las poblaciones preexistentes antes de la formación de lo que se ha considerado como federación gótica”. Entre los rasgos comunes, destacan aspectos como la distribución de sus poblados en calles paralelas con cabañas semienterradas a modo de casas alineadas o los enterramientos rituales en necrópolis, en los que los muertos eran sepultados con cerámicas y accesorios de la vestimenta como broches, hebillas o peines como el aparecido en el yacimiento berciano.
Ésa parece ser la explicación más lógica al increíble viaje del peine desde la Europa del Este hasta Cacabelos, en el otro extremo del Imperio Romano, donde podría haber llegado de la mano de unas tropas “con un ingrediente gótico-tcherneahoviano” que habrían ocupado Castro Ventosa en la primera mitad del siglo V. “Discernir que pudieran tratarse de las gentes que las fuentes clásicas identifican como suevos, vándalos o alanos o con las tropas góticas enviadas en el 411 a combatirlos ya resulta mucho más problemático”, reconoce Pérez, que recuerda que en la Península Ibérica sólo han aparecido otros dos elementos propios de esta cultura, uno hallado en una villa romana en las afueras de Mérida y otra en una tumba de mujer del cementerio visigodo de Duratón (Segovia).
En la misma línea, el investigador relata que, tras la “convulsión” que supuso la llegada de los mitificados hunos a la Europa central y oriental, “la mayoría de los visigodos cruza el Danubio y busca refugio en el Imperio romano y la cultura de Tchernjahov como tal desaparece o, poco a poco, se desvanece”. Ello explica que restos relacionados con este misterioso pueblo aparezcan “en el interior del Imperio, en hallazgos vinculados a las fortificaciones de las fronteras, tanto del Rin como del Danubio, así como en ciertas 'villae' [mansiones campestres] romanas de lo que hoy es Francia, en las que se supone que pudieron alojarse temporalmente tropas de origen germánico oriental o alano al servicio de Roma”. “En este momento ya no debemos de referirnos a ellos como pueblos, unos y otros se habían convertido en una suerte de ejércitos errantes que tan pronto se ponían al servicio de emperadores o usurpadores romanos, como saqueaban y combatían por su cuenta”, añade Pérez.
Custodiado en el Museo de León
Pese a que Cacabelos dispone desde hace una década de un museo arqueológico en el que se exponen las piezas más representativas halladas en los yacimientos de Castro Ventosa y La Edrada -donde residía el personal administrativo del Imperio-, el encargado de custodiar el peine original es el Museo Provincial de León, que exhibe la pieza junto al resto de su colección, mientras que el Marca dispone de una “réplica totalmente exacta”, recalca Blanco.
“Cuando se produce un hallazgo arqueológico y no hay museo en la localidad, las piezas se pasan al museo provincial”, explica la directora del Marca, que recuerda que ésa era la situación en el momento en que los arqueólogos desenterraron el peine. “Hay que guardar los tiempos y las formas”, asegura Blanco, que defiende “el diálogo y comunicación frecuente” entre ambas instituciones como manera de enriquecer el ámbito de la cultura. “Nuestras instalaciones están preparadas y muchas de las piezas que exponemos provienen de allí. No creo que hubiera ninguna pega si solicitamos una cesión temporal”, afirma.
Junto a una urna funeraria del mundo astur cuyo original se custodia en las instalaciones del Marca, el peine es una de las piezas más importantes encontradas en el municipio y los responsables del museo arqueológico preparan, tras el desmontaje de la última exposición temporal, la nueva ubicación desde la que la pieza disfrutará de “más protagonismo” ante los visitantes de las salas permanentes, según avanza la directora.