Su relevancia económica, por otra parte, fue constante y enorme en su espacio geográfico y los datos de evolución demográfica, de producción, de aportación energética y de atracción e interés industrial así lo demuestran. La transformación operó, sobre todo, en los valles de Laciana y su capital (Villablino) y ello se constató palpablemente en los lapsos temporales y decenales de 1910-1920 (aumento y descubrimiento de explotaciones mineras rentables y fundación de la propia sociedad) y de 1940-1960 (por la adopción de una estrategia de repliegue interior nacional por razones ideológicas, potenciando el despliegue de una industria intensiva en mano de obra, y la preferencia por una relativa autosuficiencia o autarquía energética del régimen de entonces).
Otro aspecto a destacar es el cambio sustancial en la procedencia de la población residente, si bien de modo paulatino y no traumático. Ello originó una modificación remarcable, nota justificada por datos censales y otras encuestas laborales y de análisis de índole administrativa: en las localidades de instalación de plantas o fábricas, casos de Villablino y con menor intensidad en Ponferrada, el fenómeno emigratorio determinó que sus recuentos censales señalaran registros expresivos, indicativos de que se habían quintuplicado las cifras respectivas en poco más de medio siglo: desde 1910 hasta el decenio de los felices 60.
En lo que se refiere a la ciudad comarcana, procede efectuar un apunte: disponía de mejores infraestructuras viarias de transporte, tras la mejora de los accesos terrestres, ante todo el relativo a la conexión férrea con la Meseta (inaugurado este tramo correspondiente a nuestra tierra, en el año 1882, dentro de una continuidad de la Línea Palencia-A Coruña). Y aún de un grado mayor fue la serie de mudanzas evolutivas de la sociedad, apreciadas en el seno de la comunidad que venía habitando Laciana de antaño: en este terreno, cabe aludir a una comparación respecto a la realidad de los trabajadores y sus ocupaciones: si en el año 2010 el 90% de los activos se dedicaba al sector primario (agricultura y ganadería), en los años 60 su porcentaje se redujo ostensiblemente (a través de una deriva conducente a postergarlas) y el 70% se declaraban entonces dependientes de la producción carbonera. Es resaltable, por ejemplo, la llegada de emigración interior: andaluza (de las jienenses localidades de Las Navas de San Juan y Beas de Segura, entre otras), gallega o portuguesa, asturiana y caboverdiana (africana), amén de (en alguna menor proporción) la paquistaní, rumana o polaca (esta, normalmente cualificada y excepcional o esporádica).
En otro orden de cuestiones, cabe subrayar que el gran acierto de la ‘Minero’ se halla en su integración vertical y de inputs intermedios, beneficiándose de las sinergias genuinamente ínsitas en los presupuestos de esta técnica organizativa y comercial, mediante la fabricación de aglomerados, combustibles, generación de electricidad (a través de saltos de agua e instalaciones térmicas), suministro a otras empresas de sectores subsidiarios y compatibles (como la planta de Cementos Cosmos), la metalurgia del hierro en su primaria obtención (Coto Wagner),… Y es que la concreción real de todo un sector siderúrgico, empleando las reservas de nuestras cuencas mineras, topaba con unos obstáculos casi insuperables: la lejanía de los puertos marítimos, la no existencia de altos hornos, la competencia industrial de Asturias y del conglomerado público allí impulsado, las malas comunicaciones tradicionales.
Los antecedentes
Sin duda hasta el ecuador del siglo XIX, entre otros ámbitos en los que se habían generado condiciones de implementación de un avance en la concentración industrial, se constató la posibilidad de integrar y ampliar las ramas o sectores ligados al consumo de energía, sirviéndose de la proporcionada por el agua. Este abastecimiento de fuerza motriz se completaría gracias a la aportación de “carbón vegetal”, que provendría de la amplia y adaptada masa forestal de los bosques. En esta tesitura conviene traer a colación un par de exponentes de esta etapa, adecuadamente documentados.
Los primeros intentos industrializadores, en lo que se venía denominando ‒en aquella etapa pretérita‒ provincia del Bierzo, los podemos asimilar a una proliferación y actividad notoria y frecuente o regular de las ferrarías señoriales, así como también con las lógicas protestas y quejas legítimas que se presentaban por parte de los concejos o pueblos afectados.
Los conflictos de propietarios locales particulares vs. usuarios y beneficiarios o titulares de derechos en montes “en mano común” no eran tampoco excepcionales, lo que abunda en el sentido de un paulatino incremento del prestigio de la metalurgia en concretas cuencas hidrográficas (valle del Selmo, valle del Oza,…) y la rehabilitación o modernización de la herrería de Compludo.
El hecho de existir estos litigios o reclamaciones es un indicio del crecimiento de esta incipiente y rudimentaria siderurgia.
Y es que, según una opinión consolidada, la región del Sil no ha agotado nunca las posibilidades y opciones de progreso que atesora y le otorgan su geomorfología y materiales del subsuelo (país de ríos).
Otra fuente de malentendidos lo constituían las ansias desmedidas del estamento monástico (vinculado a la preponderancia de la antigua Quintería de Montes), que remata con una negociación y aveniencia entre el Monasterio de San Pedro de Montes y el concejo de Santalavilla (1787). En cualquiera de las coyunturas que se articularan, salvando los probables contratiempos, la dispersión y atomización de la propiedad de estos elementos fabriles impedían la creación de un conglomerado que reuniera una suficiente gama de objetos utilizables, a la vez que un mínimo rendimiento en la confección de máquinas simples o de engranajes no complejos.
No obstante, un personaje visionario, dinámico y preocupado por el porvenir colectivo (regidor de Ponferrada y diputado en Cortes) no se atrevió insospechadamente, en cambio, a embarcarse en una tarea de profunda mudanza y desarrollo del tejido productivo de sus compatriotas. Esta omisión y olvido contrasta, en sentido opuesto, con la preocupación política que le guiaba en pos del bien de sus ciudadanos. Esta figura, que logró un enriquecimiento irregular y metas imprevistas, se corresponde con un hombre de probada personalidad: Nemesio Fernández García. En su periplo de primer edil cabe resaltar distintas iniciativas y acondicionamientos, realizados y precisos: ampliación de calles y carreteras secundarias, restauración de puentes (significativamente, el del Boeza), anteproyecto (intento preliminar) a fin de conseguir una salida hacia Asturias,… A pesar de esta nota básica, se mostró incapaz de poner a El Bierzo en la rampa de salida cara a su industralización, que así se manifestaría luego con bastante tardanza. Ante la competencia que representarían los incipientes complejos siderúrgicos altos hornos “en ciernes” (como el de Sabero y los numerosos posteriores en Asturias, País Vasco,…) –realidad demostrada por la intensa y constante tala forestal– no supo avanzarse con la integración de las muchas herrerías preexistentes y bajo su dominio (Serviz, Valcarce,…), conjuntamente con otros propietarios afines.
El sueño de Lazúrtegui
Julio Lazúrtegui, ingeniero bilbaíno, inquieto y osado en sus concepciones futuristas (vasco e indiano), se adelantó a su tiempo. A partir de la debacle en el precario dominio colonial español de 1898 se dedicó a concebir toda una caterva de proyectos, en un contexto mundial y europeo que le incitó a defender la urgencia de pensar en una implantación sidero-metalúrgica en su tierra de adopción: El Bierzo. Sosteniendo ‒al igual que la mayoría de entendidos‒ la premisa de sumar las concesiones administrativas de laboreo minero en una causa común (la financiación del tren de vía estrecha Ponferrada-Villablino), su especial idealismo y ambición le dirigió hacia la contemplación temprana de “una nueva Vizcaya a crear en El Bierzo” (Bilbao, 1918). Pretendió, en sus anhelos más íntimos e irrealizables, prolongar la línea ferroviaria de ancho ibérico (ramal exigido a Villafranca por los notables de la Villa) en dirección a Ribadeo, a los efectos de buscar una salida al mar en el extremo oriental lucense. A tal propósito llevó a cabo prospecciones y ensayos exploratorios en enclaves próximos a esta localidad, fronteriza entre dos regiones costeras.
A pesar de su tremendo optimismo (se alcanzó, en un momento determinado, la extracción de un millón de toneladas de hulla, antracita y lignito y 600.000 de mineral de hierro, en el Coto Wagner), los obstáculos eran reales en contra de su propuesta: de una parte, el aislamiento generalizado del valle del Sil y, redundando en este hilo de carencias, tanto la no permanencia o persistencia dilatada de las instalaciones complementarias de extracción de hierro (aunque se consiguiera, en tres décadas aproximadamente, acumular un montante de producción de nada menos que 13 millones de toneladas de este material) como el abandono de esta opción en favor de la energética y de distribución concatenada (irrupción ‒con visos de vocación de exclusividad‒ de Endesa, que ya se atisbaba en 1949 y se materializó en 1971, en Compostilla II).
Adicionalmente, en cuanto a muestra de la tendencia frustrada de comercio del metal pesado procedente de nuestro coto (pendiente de su transformación en un Alto Horno), cabe realizar una mención inexcusable: la posesión de una concesión ‒en la fase álgida‒ de un pantalán (cargadero de Rande), en la ría de Vigo, destinado a los trabajos inherentes al transporte y traslado, requeridos con habitualidad por el grupo siderometalúrgico berciano.
En otro plano positivo, hay que señalar esquemáticamente un panorama que contribuiría a la parcial consolidación de la M.S.P.: el proteccionismo de principios de la centuria precedente, las campañas bélicas en el continente, la política de autoabastecimiento decidida por el franquismo, la riqueza de los filones descubiertos en Laciana, la contraposición entre la preferencia por las minas a cielo abierto y las de galería, más costosas y no totalmente mecanizables. El atrevido, imaginativo e imprescindible ‘diseñador’ industrial, a la sazón, todavía conserva un grato recuerdo y constatable reconocimiento: exponente de esta mezcla de respeto, admiración y prestigio se patentiza en la plaza y centro neurálgico de la ciudad que obedece a su nombre: la Plaza de Julio Lazúrtegui, de Ponferrada. El cambio, tan acertado, viene a actualizar sus identificaciones antecedentes: tradicional plaza de La Puebla o de los mesones.