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Su trabajo con los restos del Xardón del Perouchín servirá para que la madera del emblemático árbol se convierta en bancos y esculturas decorativas que se instalarán en varias plazas y miradores del municipio. El primero de los bancos ya ocupa su lugar en un mirador muy cercano al lugar en el que se alzaba la histórica encina. “Cuando Colón descubrió América, este árbol tenía ya 100 años”, reflexiona Eugenio, que muestra su respeto por el “gran valor histórico” del ejemplar con cuya madera trabaja.
Así, el proyecto en el que trabaja de la mano del Ayuntamiento pretende aprovechar “toda la madera posible de lo que quedó”, aunque deberá analizar los restos pieza por pieza para eliminar las podredumbres. En la primera de sus obras, de entre las formas de la madera surgen animales como un búho, un zorro, un tejón y un conejo. Con otra de las ramas principales, Eugenio tiene previsto dejar la gruesa corteza a la vista. “Quiero que se vea que la rama pertenecía a la encina y que una corteza así sólo la puede tener un árbol de esa edad”, explica el escultor, que confía en que esta pieza pueda servir como referencia de estudio para biólogos y otras profesiones relacionadas con las ciencias naturales.
De la misma manera, en el pie del árbol Eugenio sólo prevé consolidar los restos de lo que antaño fue el tronco y la gran fisura vertical que abrió un hueco en su interior. “Voy a quitar las partes que podrían llegar a desprenderse y las zonas podridas y a hacer un tratamiento para que la gente pueda venir a verlo. No se me ocurre nada que pueda hacer yo que sea más impresionante que un tronco de encina de 600 años”, reconoce con humildad. “En mi vida había trabajado un árbol así”, admite el escultor, que se enfrenta también por primera vez a la madera de encina. “Es muy dura de trabajar, se parece un poco al eucalipto seco”, señala Eugenio, que asegura que este tipo de madera tiene la ventaja de que permite hacer detalles más finos, pero “físicamente es agotador”.
Deterioro progresivo
Los problemas que culminaron con el derribo del árbol hunden sus raíces dos décadas atrás en el tiempo. En 2001, un episodio de vientos huracanados provocó la caída de varias ramas. Aunque se llevó a cabo una actuación de urgencia para paliar los destrozos, ocho años más tarde, se detectó una gran fisura en el tronco, que amenazaba con partirse por la mitad. Debido al progresivo deterioro del árbol, técnicos del Servicio Territorial de Medio Ambiente de la Junta llevaron a cabo en 2012 una tala que eliminó parte de las ramas.
Sin embargo y pese a los cuidados a los que fue sometido, el gigante silencioso hincó su rodilla tras las fuertes tormentas que azotaron la comarca berciana en enero de 2019 y dejó al pueblo huérfano de uno de sus símbolos más preciados. Aunque ya no lucirá su imponente copa, sobresaliendo por encima de los 20 metros de altura, los restos del tronco de esta encina, con casi seis metros de diámetro, y las diferentes piezas distribuidas por el municipio guardarán su memoria.