Es de noche. La suave brisa que se cuela por el hueco de la ventana me recuerda que en el exterior la temperatura ha bajado diez grados. El viento que susurra al otro lado parece pedir, con suavidad, que no salgamos, que la oscuridad es el camino que ahora lleva el control del instante. Papá, es el momento perfecto para escribir esta nueva carta, dedicada a la novela de terror ‘Una luz a lo lejos’ de la autora Chary Martínez López.
Mis manos tiemblan ligeramente, teclean nerviosas tras lo leído. Mis pensamientos me tratan de alertar, me advierten de ruidos que desconozco y de sensaciones que no me pertenecen. Dicen que el miedo es el arma que usa nuestra mente para alertarnos ante el peligro, por eso no tenerlo es, sencillamente, de locos. Me pregunto qué se esconde en las carreteras solitarias, en las casas abandonadas y en los sueños más oscuros. Sé que en la propia incógnita se encuentra el atractivo de la pregunta.
Como sabes, papá, leer terror me fascina, verlo en el cine, me apasiona, escribirlo, que nunca lo he hecho, me parece una tarea tremendamente difícil. Chary lo ha logrado, como ya lo había logrado con su anterior novela, ‘Sombras’, de la que ya te hablé hace tiempo.
En esta ocasión, la autora nos traslada a un lugar y a una época que han marcado algunos de los grandes libros de la literatura, para embellecer entre las líneas una historia tan entretenida como absorbente. Dos niños pasarán por una increíble sucesión de acontecimientos en el interior de una casa rodeada por un lugar de cargado misterio. No tienes dudas cuando ya en las primeras páginas puedes leer «entretanto, la vida en Old Lady Whispering es tediosa y transcurre lenta como si el tiempo aquí fuera a toda velocidad. Y suceden cosas extrañas…».
Poco a poco, gota a gota, el recipiente de lo desconocido se va llenando. Con pequeños detalles cuya importancia se revela posteriormente y que te hacen ir y venir en una historia de negra alegría: «pero lo más curioso es el hecho de que todos los días a las horas de las comidas, hay un juego de cubiertos más en la mesa del comedor. ‘Por si decide acompañarnos’, señala la señora Reynolds». Nos revela poco después.
Con paso firme y seguro vas entrando en aquella casa. Instante a instante vas subiendo las mismas escaleras, cerrando las mismas puertas, escondiéndote tras las mismas sábanas, sintiendo el mismo pánico, viendo las mismas sombras, escuchando los mismos ruidos.
Diálogos vivos, como el que te traigo a continuación, ayudan a crear la atmósfera de niebla y nocturnidad: «¿Qué crees que vio por la ventana? Me refiero a tía Sarah. ¿Y qué quiso decir con lo de, ‘jamás juzgues algo que desconozcas’?» Quién sabe lo que hay más allá de lo perceptible, de lo demostrable. Dime, ¿quién lo sabe? Hace tiempo que la propia ciencia baraja opciones de diversos estados paralelos, de universos superpuestos y dimensiones desconocidas.
Hace tiempo que la ciencia se hace preguntas antes consideradas descabelladas. Y esa puerta que queda en ocasiones a la imaginación sirve de puente a libros y relatos de terror que, como ‘Una luz a lo lejos’, no únicamente hacen temblar tus manos cada vez que sujetan una hoja y otra más, sino que además entretienen.
Sutil, suave como la pesadilla que se cruza en la noche de tu tranquilidad, Chary nos introduce en este mundo. «Veo a Jane de espaldas a mí, frente al armario. Cuando mis ojos somnolientos terminan por acostumbrarse del todo a la oscuridad alcanzo a distinguir mejor la silueta blanca recortándose contra la penumbra de la habitación. Una mano pálida, casi transparente, se desliza por la superficie del cristal», capítulo seis.
En esta historia no sabemos qué es la verdad ni dónde está el límite de lo perceptible. Dónde está la realidad cuando el camino está rodeado de tormenta, dónde puedo asegurar que lo que veo es palpable o únicamente fruto de una imaginación desbordante. Y he ahí donde los dos hermanos protagonistas nos llevan por ambos senderos, representando ambos un punto de vista distinto. Papá, no lo dudo ya, esta novela te entretendrá. No hay duda.
«Al oír ese nombre, el ama de llaves se ha persignado y la señora Reynolds se ha llevado una mano a la boca, asustada. Agarro el pomo y empujo la puerta con el peso de mi cuerpo, la embisto a empellones sin resultado alguno».
Es, quizá, en los momentos de oscuridad tras el día, en los instantes de silencio tras horas de ruido, en la soledad del individuo, cuando el terror muestra su poder. La película o el libro han quedado atrás, ahora solo está tu mente, tan ávida por recordar lo que acaba de leer como recelosa de mantener alejada cualquier intranquilidad, y tú. Es en esos momentos cuando el buen libro de terror muestra su poder. ¿Tienes miedo por apagar la luz?, ¿y ese ruido?, de dónde demonios viene ese ruido… Entonces el autor ha logrado adueñarse de ti. Lo ha conseguido.Y Chary Martínez lo logra.
Maestra en la oscuridad, profesora del terror sutil. Como ambos sabemos, papá, muchas veces es precisamente eso, la delicadeza y lo superfluo lo que lleva al lector hasta estados no deseados de temor. Ruidos, escenas, todo es un conjunto si se sabe llevar con acierto. «El tintineo de la loza y los cubiertos, el tic-tac del reloj sobre la repisa de la chimenea y el rugiente fuego, son los únicos que conversan en el comedor. […] Tengo la sensación de que esta mujer sabe muchas más cosas». He aquí un ejemplo.
Y lo mejor queda para el final, como en las buenas historias de terror que ya los ancianos de los pueblos más sabios recitaban a los jóvenes.
Y así lo es en este libro, con un final digno para una serie de preguntas que te habrán hecho sentir dubitativo durante la lectura, y con ganas de seguir y seguir devorando páginas que pasan ante tus ojos como perfectos correos del miedo más profundo. ¿Quién tenía razón?: ¿el que creía y lo daba todo por real o el que no creía y veía imaginación en hechos? Lo sabrás tras un buen final, como te decía. En mi caso, papá, esa misma pregunta me la dejó la autora del libro escrita en la primera página, de su propio puño y letra, abriéndome ya en su inicio a una pregunta que cada uno de nosotros deberá descubrir.
Capítulo diecinueve: «Es hermoso como el propio bosque, que pronuncia mi nombre y lo acerca a mí para que lo oiga, envuelto en una suave brisa nocturna. Cómo anhelo adentrarme en él… «Niño, ven, ven conmigo…», susurran las altas copas de los árboles, y siento que no tengo voluntad».
Tengo que ir cerrando ya esta nueva carta. Puede que nunca sea capaz de escribir un buen libro de terror, admiro a Chary y a todos aquellos que saben hacerlo pues, junto con la poesía, me parecen dos caminos extremadamente difíciles de recorrer con acierto, técnica y soltura. Es algo que ‘Una luz a lo lejos’ demuestra. Sí, lo hace y me alegro no solo de haber leído este libro, sino también de recordarlo ahora entre estas líneas de una nueva ‘Carta a ninguna parte’, con la intención de que saborees una novela que seguro que te gustará leer.
Quizá hoy más que nunca es merecido gritar, una vez más, que no es inmortal el que nunca muere, que inmortal es el que nunca se olvida.
La suave pluma del terror
Chary Martínez López nos lleva, una vez más, hacia lo desconocido. Su última novela, "Una luz a lo lejos", nos invita a dulces pesadillas con las que rendirse
25/10/2020
Actualizado a
25/10/2020
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