Era pasado el verano. Los chicos de mi edad devorábamos más que comíamos las pocas moras tardías. Pronto se podría oír un año más el volteo de las campanas del Monasterio de San Nicolás el Real, que, a las doce en punto, comenzaría a anunciar la novena en honor al Cristo de la Esperanza.
Las señoras de las familias acomodadas enviaban a sus sirvientas a dar un repaso al reclinatorio que, año tras año, usaban para que sus rodillas no sufrieran el dolor que produce la dura madera de los bancos que habitualmente utilizaba el pueblo llano.
Naturalmente, estos estaban muy próximos al altar y bien a las vistas de todos, que observaban en ocasiones las vestimentas que estas señoras acaudaladas lucían y que dejaban a las claras su posición social.
El pueblo, haciendo un esfuerzo, trataba de llevar sus mejores vestimentas, sin duda guardadas del año anterior o quizás más, pero lo importante era estar allí y rezar con fervor al Cristo de la Esperanza, que por lo menos daba esperanzas a un mundo mejor y sino, a que no le ocurriera ningún mal a la familia.
Así, a las doce del mediodía, comenzaba el volteo de las campanas y Fausto Mauriz, quemaba una buena colección de bombas de gran palenque, como anunciaban los programas de mano, que con bastantes anuncios del comercio de la villa, cubrían una parte de los gastos de las fiestas, lo que no evitaba las aportaciones, que el Ayuntamiento tenía marcadas, a cada comerciante.
Los chicos de la villa gozaban recogiendo, en ocasiones, las varillas, que dejaban las bombas, mientras que el resto del pueblo, seguía con sus labores. Los areneros, buscaban entre los cantos del río un lugar donde hubiera arena, que luego venderían para poder subsistir con la familia.
Los hortelanos recogían los frutos de las tierras, que, en tiempos de calor, eran regadas con el sudor de sus frentes, porque también el agua era un bien escaso para los menos pudientes, que eran los más.
Los areneros, que siempre nos llamaban la atención por estar jugando cerca del río, nunca pudieron imaginarse que con aquella arena iban “pepas” o pequeños trozos de oro, que ni los mismos albañiles se paraban a mirar, razón por la cual muchas casas de Villafranca están adornadas de este preciado metal cubierto ahora con cemento y que las minas de los romanos, tanto La Leitosa, como Los Cáscaros, obsequiaban a todos que merodeábamos por el río y que al día de hoy, los bateadores todavía cubren su romanticismo, con algunos gramos, pese a que no vienen crecidas que remuevan las piedras.
Pero llegaba el esperado 13 de septiembre, víspera del Cristo. Los minutos pasaban lentamente y, a las doce en punto, comenzaban las campanas a tocar llenas de alegría que contagiaba a toda la ciudadanía.
Comenzaban a salir los gigantes. Cien años les acompañaban y los mejores bailarines se hacían con el suyo de siempre. Don Quijote, Doña Dulcinea, El Cid Campeador, Sancho Panza, el más pesado y difícil de bailar, Doña Inés, El Moro y así hasta completar la media docena, que, acompañados por los cabezudos, hacían gestos a las gentes, para que les dieran monedas, mientras que, con una vara, procuraban que las gentes no se acercaran por temor a un manotazo de los gigantes al ser bailados.
Los cabezudos pesan menos, pero todos se afanan por sacar al “político” que nos es otra cosa que un gran enorme cabezudo con tres caras diferentes y asusta a los niños, mientras que, tanto Blancanieves y los siete enanitos, como E.T., les encanta.
Los años fueron pasando y los gigantes tuvieron competencia y ahora alcanzan la cifra nada desdeñable de 39, que al ser tan numerosos, no encuentran bailadores y se ha optado, porque una buena parte de ellos, salgan en la festividad de Santo Tirso, lo que no quita que Villafranca del Bierzo sea, posiblemente, la población que más gigantes y cabezudos tenga en todo el país.
El día 14, la cosa cambia sustancialmente y el Cristo de la Esperanza sale en procesión por las calles de la villa, que, naturalmente, abre esta a los muchos gigantes y cabezudos que se puedan conseguir para bailarlos.
El Cristo, una talla magnifica, es portada por devotos de los muchos que tiene en Villafranca y que alcanza a toda la comarca del Bierzo, quienes, año tras años, vienen a dar gracias por su misericordia. Mientras que el Ayuntamiento se afana en hacer que las fiestas sean del agrado de todos y las gentes miran hacía adelante, porque ya hemos tenido bastante en estos últimos años y un poco de diversión buena falta nos hace.
Hace ya bastantes años se gastaba mucho en fuegos de artificio,que traían amuchas gestes de los pueblos pero ahora, esto parece ocupar un lugar que no tardará en desaparecer, dando paso a grandes orquestas, que no son más que espectáculos y actuaciones poco bailables, pero son los tiempos que corren y a los que hay que someterse.
Las fiestas del Cristo en Villafranca
Los gigantes y cabezudos, con el volteo de campanas para anunciar la novena, es lo que se ha queda en la memoria de unas fiestas que hacían que todo el pueblo enseñara sus mejores vestimentas
12/09/2022
Actualizado a
12/09/2022
Lo más leído