E l Bierzo que tanto se parece a La Comarca de Tolkien y en el que los bercianos, como los hobbits, vivimos pendientes de lo que pasa en nuestra tierra como si el resto del mundo no nos importara, tiene algún Bilbo Bolsón que, de vez en cuando, da un paso fuera de casa. Y ya sabemos por Tolkien, que hay que andar con cuidado si uno da un paso fuera de su portal, porque eso te puede llevar a otro y a otro más y nunca se sabe a dónde vas a llegar o lo que te puede ocurrir. La monja Egeria, Roger Fernández, Valentín Carrera o, en el caso del escritor que nos ocupa, Manuel Cuenya, empedernido viajero, alma inquieta, autor andariego...ejemplos de que en el Bierzo existen personas que con el corazón en esta tierra alimentan una pasión irrefrenable por ir más allá de las montañasa viajar por el mundo.
La literatura de viajes ha producido muchos y buenos títulos. Al fin y al cabo, desde La Odisea de Homero, el viaje ha sido y será el principal argumento, pues, ¿No es acaso un viaje nuestra vida?. Así El Quijote es un viaje, como lo es la bajada de Dante a los infiernos en La Divina Comedia, o la búsqueda de la venganza por mares y oceános en Moby Dyck de Melville y así, tantas y tantas obras que exploran ese aspecto imprescindible del hombre, pues los seres humanos nos hemos convertido en lo que somos viajando desde que salimos de África.
Como género literario tenemos libros muy interesantes en España como los de Cela (Viaje a la Alcarria), Josep Plá (Un viaje frustrado) y buenos ejemplos aquí, en León: Julio Llamazares (El río del olvido, Tras os Montes), Juan Pedro Aparicio (El transcantábrico) o Ramón Carnicer (Donde las Hurdes se llaman Cabrera). La literatura de viajes es y seguirá siendo una seña de identidad de esta tierra.
Pero los viajes de Manuel Cuenya son otra cosa. Si lo he nominado como Lawrence del Bierzo es porque, en muchos aspectos, su obra me recuerda otra que estáentre las diez o veinte que más me han gustado en mi vida: ‘The seven Pillars of Wisdow’, traducida en España como ‘Los siete pilares de la sabiduría’del arqueólogo, soldado y escritor T. E. Lawrence. En efecto, al igual que el paisaje para el autor galés es algo más que accidentes geográficos, cargándose de sentimientos, así en Manuel Cuenya ocurre lo mismo. Su primer libro‘Viajes sin mapa’ ya nos da una muestra de esas ciudades y lugares que le acompañan en el corazón y que de alguna manera lo han llamado: Lisboa, Marrakech, El Cairo, La Habana... se convierten así en pasajes de su propia alma: «Hay que aprender a viajar, aunque sea hacia el desequilibrio y en un vagón de segunda, porque en el viaje está el deleite y la emoción del mundo».
Lo mismo ocurre en ‘Trasmundo’ que, aunque es un libro de cuentos, en el fondo también es un viaje por algunos pasajes de la mejor Literatura de ficción y de misterio. De hecho, la portada es muy significativa: una niña a caballo...¿Acaso no podemos permitirnos imaginar que esa niña es el propio espíritu del autor en ese símbolo perpetuo del movimiento que es el caballo?
Pero Manuel Cuenya es mucho más. Es un divulgador cultural y un enamorado de la cultura. Su ‘Vocabulario de Noceda’ y su ‘Guía de Bembibre’, la curiosa obra ‘El Bierzo y su gastronomía’, permiten descubrir a un estudioso, una personalidad inquieta que gusta de nuevas experiencias y que, además, las comparte. De ahí que se sienta a gusto en diversos campos de la cultura como el cine, su otra gran pasión. Completa esta gran labor con la participación en la revista cultural ‘La Curuja ‘y con su libro de artículos ‘La fragua de Furil’, que lo acredita como columnista sagaz, convirtiéndose con este bagaje en un personaje imprescindible en la escena cultural de la comarca del Bierzo.
Pero es su último libro, ‘Mapas afectivos’, el que me parece más interesante hasta ahora, de los publicados por Cuenya.
La portada ya es, de por sí, una declaración de intenciones: una caravana de beduinos que avanza por el desierto entre suaves dunas de arena rojiza. El prólogo del periodista Valentín Carrera no puede ser más acertado, realizando un análisis certero de lo que es la personalidad de Manuel Cuenya, sus inquietudes culturales, la valía de su prosa y de su mirada, y para el caso, de esos mapas que no son otra cosa que fotografías del alma del viajero que los ha visitado.
‘Mapas afectivos’ se divide en seis partes en los que agrupa sus viajes por Norteamérica, España, Portugal, Norte de Europa, Europa Oriental y Norte de África. Cada uno de estos viajes ha sido elegido cuidadosamente. Me siento especialmente orgulloso de que se nombre el pueblo de mis antepasados, Salientes, y que se codee con otros destinos como México, Estambul, Londres, Oporto o Fez, entre otros. Esto demuestra que Cuenya no es un viajero usual ni vulgar. Es un viajero del alba, esos que viajan para buscar algo y que nunca se cansan, esos que viajan para encontrarse, para soñar.
Pero no estamos ante una guía turística sino ante verdadera literatura. Eso distingue a Manuel Cuenya de un mero divulgador de paisajes y de gentes. El autor recorre esos paisajes atendiendo a una llamada interior. Es como si hubiese sido llamado a buscar esos lugares.
Los propios nombres de los capítulos nos indican que no estamos ante un viajero cualquiera: ‘De Salientes al valle de las Rosas’, ‘Galicia, fermosa y amorasada por las gaitas’, ‘Tras las huellas de Valle Inclán’, ‘Fez, medieval y andalusí’ o ‘Urueña, libresca y musical’... cada uno de esos paisajes se impregna de la mirada incisiva y romántica del autor.
Además, Cuenya inserta en el relato referencias que los lugares le evocan: literarias, históricas, políticas. Nada queda fuera de la gran cultura del autor, lo que convierte el relato de los viajes en una lectura amena, divertida y enriquecedora.
Así, por ejemplo, en el comienzo del relato del viaje titulado De Atenas a Budapest: « La música de las divas griegas, Alkistis, Protopsalti, Haris Alexiou y Elefthería Arvnitaki, me hace recordar, ahora, aquel primer viaje a Atenas».
O en el trayecto a Salientes: «Al otro lado, hay una campiña tan verde y fluida como un elixir eterno. Un latido olvidado y balsámico en los confines del Bierzo, en la raya de Omaña y Laciana: Salientes».
Si lo que retrata a un buen escritor es una mirada personal y atenta que nos descubra aspectos sutiles que se nos pasan desapercibidos, Manuel Cuenya tiene esa característica. Sus afectos nos atraen porque también son los nuestros. Y esos paisajes soñados, algunos vividos también, como él, nos son comunes porque están en nuestra mente. Por eso, las dunas del desierto, las mezquitas otomanas, los lagos canadienses, son deseos que muchos albergamos también en el alma. La ventaja del autor es que nos muestra esos paisajes y los comparte.
Nos abre una puerta y nos anima, con su inquietud a entrar. Nos invita, a su vez, a viajar como verdaderos viajeros y no como turistas, empapándonos del paisaje y llenando con él nuestras propias almas.
En el desierto de Wadi Rum en Jordania, hay siete rocas rojizas. Siete agujas que destacan en el horizonte que son lo siete pilares de Lawrence.
Como el galés, Manuel Cuenya tiene siete libros, siete pilares que son de obligada lectura para cualquier enamorado del verdadero viaje. Una ventana abierta al mundo que este singular y fenomenal personaje del Bierzo comparte con nosotros.
Que siga viajando. Que su alma libre no pare y nos dé más mapas afectivos, más viajes sin mapa en esta tierra que tanto necesita personas como Manuel Cuenya.
Al fin y al cabo, como diría Lawrence: «Nada está escrito». Cada uno de nosotros escribe su propia historia.
Lawrence del Bierzo
Hay en el alma de ciertas personas un impulso que los lleva a buscar en el viaje el descubrimiento de sí mismos. Manuel Cuenya es una de ellas
25/06/2017
Actualizado a
13/09/2019
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