Los molinos y los hortelanos

Frente al hambre los hortelanos tenían sus esquinas bien perfiladas y los molinos era una de ellas, tal vez la más versátil y la que daba identidad al rural. Con patatas y pan se iba saliendo...eso, y el sudor de los agricultores claro

Ramón Cela
04/12/2022
 Actualizado a 04/12/2022
Uno de los molinos de Villafranca con las huertas al fondo, una estampa de pasado y de presente. | RAMON CELA
Uno de los molinos de Villafranca con las huertas al fondo, una estampa de pasado y de presente. | RAMON CELA
Antes de los fatídicos años del hambre 40 al 45. Villafranca del Bierzo, disponía de tres grandes molinos que mitigaban en parte la hambruna que los villafranquinos y gentes de los pueblos próximos que, al carecer de ríos o arroyos, no tenían oportunidad de moler aquel trigo o centeno que los hortelanos plantaban en lugares que ahora nos parecen imposibles.

La necesidad, con el ingenio, hacía milagros que eran imposibles en las grandes ciudades, donde el hambre era el acompañante diario de los moradores de aquella tierra prometida en la que se podía, con suerte, ganar un sueldo que permitiera un modo de vida a una familia.

En los pueblos, siendo difícil la situación, con patatas y pan se iba saliendo adelante no sin grandes dificultades, debido a la escasez de todo. Mientras que el ganado de pastoreo o doméstico, cubría relativamente las necesidades diarias, que, no exenta de grandes trabajos, hacían que las gentes de los pueblos bajaran en busca de una azada para trabajar, que el ‘pudiente’ de turno podía ofrecerle en ocasiones.

Los molinos de Villafranca hicieron entonces una buena labor, como también los de los pequeños pueblos, que dentro de su humildad, molían día y noche a la luz de un ‘Aguzo’ ( trozo de raíz seca que hacía las veces de vela) mientras hubiera agua en el ‘Banzado’ ( acumulación de agua ) para llevar agua con más fuerza al molino.
Naturalmente, el ciudadano debería llevar el grano y una ‘Quilma’ que estuviera muy tupida para la harina, que previo un pago módico, el molinero cobraba envuelto en el polvo de la harina, que trataba de quitar de sus cabellos con una boina, que siempre parecía blanca.

Cuando el individuo que permanecía al lado del molino recogía en sus ‘Quilmas’ la harina, siempre pensaba que el molinero, debería de tener un conducto por el cual se escapaba la harina, ya que siempre era menor el peso de esta, que el del grano.

Luego, una vez terminada la operación, volvía a las labores hortelanas, pero siempre se compaginaban porque de eso vivían todos los miembros de la numerosa familia, lo que hacía que este agricultor, fuera siempre un soñador que miraba a los cielos más que cualquier astrónomo, porque de este dependía el éxito de sus trabajos de sol a sol y que nunca serían lo que él había soñado.

Así, a la llegada del otoño, tocaba la quema del ‘Rastrojo’. Los tallos de las plantas, que antes habían proporcionado, tomates, pimientosu otros productos del campo, deberían ser quemados haciendo una enorme columna de humo blanco, mientras que las hierbas improductivas y que salen sin jamás ser llamadas, quedarían para más tarde cuando se haga la labor de cavar la tierra cuanto más profunda mejor, para que absorba las heladas y el agua del invierno.

Luego queda la labor de volver a cavarla, para que se mezcle con el abono, que los animales de compañía proporcionan en diversos lugares. De esta manera, el agricultor espera la llegada de la primavera, en la que sin duda perderá los dos kilos de peso que le ha proporcionado la inactividad, que nunca es tal, sino que las horas del trabajo en el campo son más cortas, debidas a la escasez de luz diurna.

Después, poco a poco, llegará el día de Santa Lucía, donde menguan las noches y crecen los días. Las azadas, están listas. Las callosidades de las manos no han desaparecido, como tampoco la ilusión con que cada año el agricultor parece revivir, soñando despierto y dormido.

En los albores de la primavera, se comienzana hacer los riegos que siempre son rectos sin cuerdas que los marquen y se plantan las plantas. Tomates, cebollas de Villafranca, que son dulces, no pican y pesan dos kilos como mínimo. Pimientos, habas y mil cosas más.

Pronto habrá que comenzar a regar, que siempre será el segundo riego, porque el primero ya ha sido dado, con el sudor de la frente del agricultor.

Después, cuando las necesidades de la familia están cubiertas, se trata de vender algunos de los productos sobrantes. Con esto, llega la decepción, porque el ama de casa, que no conoce el esfuerzo de este, siempre dirá que los tomates o los pimientos son caros, sin saber el daño que causan al desconocer lo duros que son los trabajos del campo.

Entonces, este vuelve a levantar la vista al cielo y, lejos de discutir, baja la cabeza y regresa a su casa, a sus tierras y sigue soñando, para que el año venidero los dioses le den salud y buen tiempo para sus hortalizas.
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