Tomo prestado el título a Jesús Sánchez Conesa, de un artículo publicado en el diario La Verdad, donde cuenta verdades como puños: «El viejo truco de que los ecologistas están contra el turismo, contra la agricultura, contra la construcción o contra el progreso en general, ya no cuela. Porque cuando ellos denuncian un abuso, contra el único progreso que están es contra el progreso de la cuenta corriente del que pretende abusar».
Resumiendo mucho, digamos que ante los dones de la Madre Naturaleza hay dos posturas: la de quien piensa, «Esto es mío, y aquí meo y orino; está aquí para que yo lo explote, me viene bien, me beneficia»; y la de quien piensa, como el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si: «Esto es un bien común, una riqueza compartida, tenemos que hacer un buen uso de la Naturaleza, porque no es mía ni nuestra, de esta generación, sino un préstamo de las generaciones venideras».
En el primer caso –modelo Victorino, pero se me ocurren otros nombres como modelo Votorantim, modelo Samper o modelo PP–, la Tierra está ahí para ser explotada «a cielo abierto», ¡qué expresión tan certera! Anoten en ese modelo a los cazadores de osos y leones, como Álvarez Cascos y su emérita Majestad, a los promotores de la mina de Touro en Galicia, los tanatorios nucleares tipo Garoña, los incineradores de neumáticos, a los que compran y venden «madera de sangre», importada en España a través del puerto de Vigo, a los del desastre de Aznalcóllar y a los del hotel El Algarrobico, que llevan quince años burlándose de la Ley. En estos casos, los Tribunales del IBEX35 nunca tienen prisa.
Su patrón de conducta, el de los depredadores de la Naturaleza, es legislar en favor de sus intereses mediante lobbies que controlan las comisiones legislativas y el poder judicial, no seamos ingenuos. Hablamos de multinacionales y de partidos abrasados por la corrupción. Hasta que reventó la burbuja inmobiliaria, su negocio giraba en torno al suelo y el cemento (¡esa avaricia de convertir cada solar en un trozo de Manhattan; de pronto, todos ricos vendiendo la finca de los abuelos!). El ladrillo creó inmensas fortunas, desde Jesús Gil y Gil a Florentino Pérez, pasando por los Florentinos locales, cuyos nombres todos sabemos. Palco, información privilegiada, corrupción, poder, millones; y si hace falta, sexo, chantaje, amenazas. Y medios de comunicación domesticados.
En 2008, cuando Zapatero cayó del caballo de la crisis, camino de Damasco, los JesúsTalyTal y los Florentinos cambiaron de negocio (el turbio mundo del fútbol sigue siendo la tapadera): en vez de ladrillos, sanidad privada, aguas y basuras municipales, y la gran tarta de las energías renovables. Siempre concesiones y servicios públicos para llenar bolsillos privados. El modelo de la Mafia en Nápoles.
En el segundo caso, quienes entendemos la Naturaleza como Bien Común, estamos muchos ciudadanos sin poder, sin dinero, sin apenas medios de comunicación y sin empresas detrás. Gentes de a pie, que cultivamos nuestros tomates por el placer de comer lo que sabe y saber lo que comemos; y cuando la sequía arrecia, miramos al cielo, o aprovechamos hasta la última gota de rocío.
Gentes sensatas y pacíficas, y pacifistas, que plantan árboles –como hice la semana pasada con los estudiantes del Instituto Álvaro Yáñez en Bembibre–, que recogen y reciclan basura, escuchan el canto de los pájaros, llevan a sus hijos e hijas al bosque, y aman y respetan su entorno. Todos y todas somos «los putos ecologistas».
«Los ecologistas que yo conozco –escribe Sánchez Conesa– son gente seria y muy desinteresada. Que pierden su tiempo, sus energías y su dinero en defender como nadie los intereses generales y ambientales. En Anse, en Arba y en otros grupos solo he visto activistas pacíficos, inteligentes, muy bien formados científicamente, enamorados de la naturaleza, que trabajan los siete días de la semana en hacer lo que la Administración no quiere hacer ni ver. Y sin cobrar».
Muchos de estos «putos ecologistas», como los activistas de Bierzo Aire Limpio, se implican en la defensa de la Naturaleza, corriendo riesgos personales. Según la organización Global Witness, «casi doscientas personas fueron asesinadas en 2017 por enfrentar a gobiernos y empresas que robaron sus tierras y dañaron el medio ambiente, y por denunciar las prácticas corruptas e injustas que lo permitieron».
Doscientos «putos ecologistas» asesinados por defender el planeta: un estorbo para los beneficios de multinacionales sin escrúpulos, que riegan el camino de millones (con sudor ajeno), que compran políticos y dejan tras de sí un rastro de contaminación, suciedad y pobreza. Aquí no han llegado al asesinato, como en América Latina, pero sí practican la amenaza, el silenciamiento, la manipulación, la mentira comprada y las listas negras. Quien tenga oídos, que oiga, y quien quiera entender, que entienda. ¡Arriba las ramas!
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