No son tiempos de cadenas

Eugenio González, profesor Universidad de Missouri Kansas City
06/10/2020
 Actualizado a 06/10/2020
La carretera es la conexón entre Congosto y Santa Marina.
La carretera es la conexón entre Congosto y Santa Marina.
Un día pusieron cadenas para cerrar al tráfico la carretera que conduce, paralela al pantano de Bárcena - por parajes umbríos, bellos y agrestes -, desde Congosto a Santa Marina del Sil. Sensatamente, alguien quebró las cadenas. Después escribieron en el suelo, con letras verdes, la palabra «barreras». Y el pueblo sigue gritando: «¡A desalambrar, a desalambrar!». Y es que de verdad no son estos tiempos de cadenas.

Remontándome a más de setenta años atrás, bien recuerdo aquellos días aciagos, cuando al canto sonoro de los gallos, aullaban los perros, y dos docenas de mineros pisando fuerte sobre el hielo, pasaban a las cuatro de aquellas invernales madrugadas, encapuchados y aterecidos hacia las minas de carbón, por encima de Toreno y alrededores de Matarrosa.

Bordeaban a diario un Sil peligroso y crecido, siempre por caminos resbaladizos y tortuosos. Otros más osados, que se habían colado en heladas garitas de trenes carboneros, con el fin de evitar siete kilómetros de monte frío y boscoso, eran bajados de ellas a vergajazo sucio y vergonzoso.

Cuando vino el pantano de Bárcena, como por arte de ensalmo, desaparecieron trenes y camino. En las entrañas del monte Meño, de las sufridas y perplejas miradas de los mineros, escondieron el tren, y el camino se lo tragó un lento diluvio macondiano de agua mansa y avara que se lo llevó todo por delante.

Los mineros de Congosto y Cobrana, tuvieron que echarse al monte, por atajos de cabras, para llegar a tiempo a la mina. Madrugaban con las estrellas, trabajaban como esclavos y cuando regresaban a casa, ya la salida de las estrellas les había precedido. Sudorosos y tiznados, cenaban a la luz azulona del candil de carburo y se recogían y encogían en la estrecha tarima para descansar unas horas contadas.

Eran tiempos difíciles decían los más prudentes, tiempos de ‘sí señor y mande usted’, tiempos de barbarie capitalista y analfabetismo proletario. Pero vinieron tiempos mejores, al menos eso creo, y pasados los años - mineros apenas quedaban -, se construyó una carretera, y las gentes disfrutaron de paisajes únicos siguiendo la ruta que bordea el pantano hacia Santa Marina del Sil, en la vertiente opuesta, por la que la llamada Ruta Escondida llegaba, y sigue llegando a la cumbre de la Peña.

Hoy la carretera - sin atención de ninguna clase-, se ha deteriorado del todo y por ello pretenden - en vez de arreglarla -, cerrarla. ¡Qué horror, señor, matar al paciente en vez de curarlo y cuidarlo! Volverla intransitable, abandonada y olvidada, como un camino hacia el infierno, hacia la maldición y la nada. ¿Qué van a decir los amigos amantes del Bierzo que lleguen y se encuentren un muro, unas cadenas de mala muerte, que prohíban pasar, contemplar y deleitarse en la belleza, comunicarse entre los pueblos? ¿Nos hemos vuelto locos?

Gentes del mundo del dinero y las sabias decisiones – espero que aún queden -, ¿Van a dejar ustedes morir una vía de comunicación memorable, bella, testimonial, útil, a la que Santa Marina - ya antes de ser Centro de Iniciativas Turísticas-, y Congosto tienen derechos seculares adquiridos? Hoy invoco la memoria de aquellos agraviados, menospreciados, sufridos mineros, para homenajearlos y para gritar en su nombre, ¡No a las cadenas que ellos, tristemente, llevaron de por vida!

Serenísimas autoridades - Presidente de la Confederación Miño-Sil, Magrama -, ¿no van a ser ustedes capaces de reunir un puñado de euros para mantener un itinerario que por siglos estuvo abierto a la comunicación, al trabajo y a la belleza de una ruta en lo más genuino y agreste que le queda al pantano de Bárcena? En nombre de los mineros - que tantos millones aportaron a la riqueza de España -, en nombre de Congosto, de donde soy, y de Santa Marina, de donde eran mis abuelos paternos, les pido, por favor, hagan justicia a la memoria, y dejen memoria de su buen hacer justiciero.

Señores, Congosto y Santa Marina del Sil les hacen un guiño de esperanza, y a cambio les piden un gesto de justicia y generosidad para seguir unidos, para que los visitantes puedan disfrutar los parajes impenetrables de Cantarín- donde se columpia uno de los mayores viaductos de la vía férrea Ponferrada-Villablino -, valles de soledad y silencio que bajan encajonados de misterio y belleza hasta la quietud serena del entorno del embalse. Riestra de peñas caprichosas es el Peñouco que, en cresta ondulada y descendente, se hunde, convertido en pedazos de cuarcita, al encuentro de la Reguera que baja de los Tombrios, donde se mezclaban las pepitas de oro y el agua saludable y cristalina, que vecinos de muchos pueblos de la contorna, quieren seguir recogiendo, disfrutando, porque sabemos que vivimos tiempos de comunicación, progreso y convivencia, turismo y paz.

Hoy - unido al sentir del pueblo -, alzo mi voz y abogo, porque no se olvide y se arregle la Ruta de los Abesedos (que une Santa Marina del Sil y Congosto), lugares por donde nunca ha penetrado el tímido y acobardado sol del invierno, caminos de pastores, leñadores y heroicos mineros; refugio de afrancesados, huidos y cazadores furtivos que, desde tiempos celtas, astures y romanos, conserva vestigios que todavía adivinamos en las escondidas peñas de sus bosques y en las orillas hoy borradas de su gran río: el Sil.


Eugenio González Núñez, natural de Congosto es profesor Universidad de Missouri Kansas City.
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