Ahora que estamos en Navidad, permítanme que les tome diez minutos para compartir una reflexión sobre la Sociedad del Exceso y el Derroche en la que vivimos, al hilo del ODS 12, que apela a la responsabilidad en la producción y en el consumo. No les quiero amargar el turrón: cada cual sea feliz con sus creencias religiosas o familiares, pero sería bueno no confundir el espíritu navideño con la tarjeta regalo de El Corte Inglés.
Dejemos a un lado, respetuosamente, la parte religiosa de la Navidad, diluida en el maremágnum consumista de una sociedad secularizada, que tiene como principales referentes intelectuales a la cantante Rosalía, al inmigrante Messi y a los intrépidos protagonistas de Gran Hermano, cuyas apasionantes vidas son retransmitidas en vivo y en directo 24 horas al día.
Centremos la reflexión ―navideña, si les parece bien― en la locura ecológica de un sistema de producción y consumo suicida: a tutiplén, sin límites. Muchos dirigentes rancios y viejunos, con mentalidad del siglo XVI, de la época imperial-colonial, siguen hablando de “crecer más, producir más, vender más”, cuando lo que en verdad necesita nuestra economía y nuestro Planeta es crecer menos, producir menos y consumir menos.
El Cuerno de la Abundancia solo existe en la mitología: en la cruda realidad, la energía, la tierra, el agua, los recursos, son limitados y nuestra obligación es administrarlos bien, pero no lo hacemos. Tampoco el sistema capitalista nos ayuda: su lógica es la del mercado y el beneficio. Si Zara vendió el año pasado nueve millones de camisetas, el próximo año tendrá como objetivo vender diez millones. Lo de menos es saber si necesitamos más camisetas o más coches (que no los necesitamos: están los contenedores y los cementerios llenos de ropa seminueva y de chatarra). En 2050 seremos más de 9000 millones de habitantes: a razón de un vehículo per cápita, ¿vamos a tener 9000 millones de coches?
La cuestión es vender más, mejorar la cuenta de resultados. Algunos lo llaman desarrollo: yo creo que es involución y destrucción. Estamos tirando el planeta y la salud a la basura cada mañana: usted con su nevera llena o su indecente barrigola, yo con mi tarjeta de crédito, su vecina con el despilfarro energético ―la calefacción a tope y las ventanas abiertas―, la prima Marisa tirando sobras de comida como si no hubiera un mañana, y los bares, comercios y supermercados haciendo caja. Vivimos para gastar; trabajamos para consumir.
“Un tercio de todos los alimentos producidos cada año, equivalentes a 1300 millones de toneladas por valor de alrededor de 1000 millones de dólares, termina pudriéndose en los contenedores de los consumidores y minoristas, o se estropea debido a las malas prácticas del transporte y la cosecha”, según datos de la ONU.
Todo este despilfarro mina el planeta ―y en nuestra dimensión local, socava la riqueza de la comarca berciana― y produce “degradación de la tierra, disminución de la fertilidad del suelo, uso insostenible del agua, sobrepesca y degradación del medio marino”. Ahora que estamos en Navidad, y millones de personas pobres pasan necesidad y hambre,¿para cuándo una ley que penalice tirar comida o desperdiciar el agua o la energía? ¿Deja usted el grifo abierto porque sí? Pues va a tener que pagar una multa por insolidario, por derrochador y por tonto. ¿Para cuándo la verdadera Emergencia Climática?
La pelota está en el tejado del Estado y de las grandes corporaciones, pero también en el techo individual de cada consumidor: “Si todas las personas utilizarán bombillas de bajo consumo, el mundo se ahorraría 120.000 millones de dólares al año”. No hablemos de energías caras: seamos nosotros ahorradores, eficientes y renovables.
“En 2050 necesitaremos el equivalente a tres planetas para proporcionar los recursos naturales precisos para mantener el estilo de vida actual”, dice la ONU. ¡Pues cambiemos de vida y de hábitos! En vez de comprar, gastar y consumir, las tres R: Reducir, Reutilizar y Reciclar.
No tenemos tres planetas ni hay cuatro comarcas. Hay un planeta y una sola comarca llamada El Bierzo, y si revienta exhausta, contaminada, intoxicada por humos venenosos, secos los pozos y las fuentes, calcinados los bosques y montes, si la quemamos, ya les aviso que no volveremos a celebrar más Navidad ni más rabo de gaita.
Es tiempo (espiritual) de Navidad: detengamos la locura consumista, fijemos como prioridad el “decrecimiento”. Producir menos, gastar menos, consumir menos, derrochar mucho menos. Menos coches, menos bombillas, menos ropa de usar y tirar, menos obsolescencia precipitada, menos humos, menos plásticos, menos tubos de escape, menos chimeneas, menos fábricas. Más producción artesanal, más consumo directo, más escala humana: Lo pequeño es hermoso. Menos negocio y más placer, como aquella campaña tan lista de las tabaqueras: “Fume menos, sabe mejor”. Pues eso, consumamos menos y vivamos mejor.
Próxima semana: ODS 13, Acción por el clima
ODS 12: Producción y consumo responsable
Objetivo 2030 de la ONU: Reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial. La prioridad es decrecer: producir menos, gastar menos, consumir menos, derrochar mucho menos.
23/12/2019
Actualizado a
23/12/2019
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