Pedro Villanueva y su novela imprescindible

El autor regala en su novela 'El Festival de la Cosecha' un texto de gran calidad con el que aprender, comprender, soñar y sentirnos inmersos en unos días, los de la Segunda Guerra Mundial, que no volveremos a ver con los mismos ojos.

Ruy Vega
02/01/2022
 Actualizado a 02/01/2022
Portada de 'El Festival de al cosecha' y la otra obra de Villanueva 'Soy Francisca, niña cuna'
Portada de 'El Festival de al cosecha' y la otra obra de Villanueva 'Soy Francisca, niña cuna'
13 de noviembre de 1943, aquel día el Infierno invadió la Tierra. Papá, hoy te traigo palabras duras, muy duras. Aunque, sin duda, necesarias. El libro sobre el que hoy te escribo es de lectura necesaria; no solo por tener una indudable calidad, sino también por conocer (que no comprender) un momento de la historia, de la nuestra, de la de nuestra especie; que jamás debe ser olvidado, pues muchos errores futuros dependen del olvido de nuestro pasado. Desconozco cómo los mismos seres que somos capaces de enviar naves al espacio profundo o de crear obras arte, también somos increíblemente precisos para construir guerras y armamento realmente letal.

Pedro Villanueva
no es un desconocido para ti, ya son dos los libros de los que te he enviado una carta. Ahora regresa con un tercero: 'El Festival de la Cosecha'. Vamos a ello. En una guerra todos pierden, eso es evidente. Pero no hace mucho escuché una reflexión, hablando en este caso de la pandemia, que creo muy acertada para aquellos años: «Todos sufrimos la misma tormenta, pero no todos vamos a bordo del mismo barco. Unos van en una débil balsa de madera, otros van en transatlántico». La historia que Villanueva nos trae es una de esas flores que nacen tras el fuego que arrasó el bosque, una hermosa historia de amor que, si no recuerdo mal, tiene su reflejo en el espejo de la realidad. Todo comienza, papá, con el alistamiento de un español para combatir en el Segunda Guerra Mundial.

Con una maestría especial, el autor nos explica aquellos días con el detalle necesario y preciso. Sin duda, uno de los trabajos con mayor peso de documentación histórica que yo he leído. Y todo ello sin ocultar la realidad, una realidad que quizá se trate de un personaje más, uno adicional, uno que le proporciona a la novela el peso de la envergadura de lo certero y lo sentido. Textos como el que ya encontramos en la primera página así lo demuestran: «El amarillo prado donde pastan tranquilas las ovejas se convierte en segundos en un reguero de despojos sanguinolentos ante el paso de la unidad Panzer alemana; los animales son trillados bajo las cadenas de los carros mientras intentan huir, espantados. Stanislaw fija la mirada en la parte trasera de uno de los vehículos mecanizados y observa estupefacto cómo cuerpos inertes de soldados polacos son arrastrados, atados con alambres por los pies». Venga, otro ejemplo de realidad: «Voces, gritos y…disparos. Unos sueltos, con su detonación seca; otras veces dos seguidos, casi atropellados. El eco se filtra entre paredes de los edificios hasta el interior del aula, dando paso al silencio. Lo peor son los lamentos que se ahogan tras los disparos, voces implorando por el nombre de cada muerto». Textos que no solo nos servirán para entender y comprender lo que ocurría en aquellos terribles días a olvidar, sino también para aprender: «Tras tres horas de asedio artillero, los rusos iniciaron el avance de infantería, apoyados por cientos de carros de combate, los T 34 modificados en su blindaje, y los temibles KV, recién llegados».

Como te decía, papá, y como bien sabes, fueron aquellos años tiempos en donde el odio era la luz que iluminaba el camino de muchos, aunque por fortuna todavía quedaban antorchas entre la oscuridad, luces que posteriormente dieron lugar a campos de hermoso futuro. Nos dice, por ejemplo, uno de los personajes principales de la novela, Danca (polaca de nacimiento, enfermera de alemanes por destino): «Es horrible lo que tengo que hacer. Todas las semanas traen soldados alemanes muertos del frente, vienen destrozados, rotos y desfigurados, desmembrados; algunas hermanas y yo ayudamos al doctor M. a recomponerlos, hacerlos visibles para cuando sus familias en Alemania los vean, los reconozcan y puedan enterrarlos».

Ya sabes que no soy mucho de categorizar libros ni autores, sino de escribirte estas cartas en las que contarte lo leído. Sin embargo, he de decirte sin miedo a equivocarme, que con «El Festival de la Cosecha» Pedro Villanueva ha alcanzado un enorme nivel. Totalmente recomendable.

Pero la guerra nunca ha sido el final. Al menos no debería serlo, aunque, sinceramente, es fácil decirlo cuando no has vivido ninguna, y difícil recordarlo cuando lo has hecho. Por eso, estas frases hechas no dejan de ser precisamente eso, frases sin más si no es por hechos que hay tras determinados episodios. Episodios como los de aquellos que encuentran una luz entre las sombras de las balas, música entre el silbido de las bombas al caer desde los bombarderos, amor entre los escombros. Y de ello, del amor, o quizá como motor principal de la novela, también nos habla Pedro, que sin duda hace un gran recorrido por todo lo que son aquellos días: odio, muerte, amor y tristeza. Dos de los personajes, dos con los que podríamos sentirnos identificados pues podríamos ser cualquiera de ellos, encuentran vida entre la muerte, esperanza entre el olvido: «Ella aprieta su mano y él siente el hormigueo en su estómago. Los tenues roces de sus besos despiertan sus sentidos, olvidando lo malo del mundo que les toca vivir». Ojalá todos encuentren el amor en sus días, pero más deseado cuando es muerte lo que nos rodea.
Y es en esos momentos, en los que el dolor te empuja a pensar solo en ti, donde los valientes, como uno de los protagonistas del libro, se lanzan al vacío de la incertidumbre con el único propósito de pensar en los demás y no solo en ellos mismos. Ojalá en nuestro día a día hubiera mucha gente como él: personas que piensan en los demás por encima de todo, en los que aman, en los que aprecian; en definitiva, en otros semejantes. Seguramente todo iría mejor, mucho mejor. Villanueva lo describe perfectamente con un sencillo diálogo donde el joven dice, sin miedo al futuro, que «sabes de sobra que la quiero de verdad. No puedo dejarla aquí, sabiendo todo lo que pasa o lo que puede suceder en el futuro… Nunca me perdonaría si algo malo le sucediese».

Como te decía, es una novela, papá, que te encantará. Sabes que cada vez que leo un libro del que luego te quiero hablar en estas «Cartas a ninguna parte», subrayo y señalo frases y textos que o bien me han gustado especialmente o que me sirven para resumirte la novela o el poemario. Muchas veces, la gran mayoría, soy incapaz de ponértelas todas, pues dejo señaladas más de las que aquí sería capaz de detallarte. Y esta vez es un claro ejemplo. «El Festival de la Cosecha» está compuesto por 323 páginas, y esta última entrada que te he mencionado está en la 188, poco más allá de la mitad. Me quedan tantas cosas por contarte de esta historia que no descartes que, en el futuro, te vuelva a hablar de ella en una nueva carta. No sé, quizá el destino quiere que lo haga para que nunca, jamás, olvidemos lo que fueron aquellos días para que no se repitan nunca jamás.

Papá, llego ya al final de esta carta, una vez más, un instante más en nuestros días sabiendo que la leerás, pensando que quizá entre estas líneas recuerdes nuestros días juntos, nuestras conversaciones caminando por el pasillo, nuestros instantes de miradas y sonrisas. Como ves, la vida sigue, quizá porque siguen los escritores contándola. Puede que, el día que los escritores dejen de hablar de la vida, será porque ya no tiene sentido o, al menos, futuro.

«El Festival de la Cosecha» nos lleva a un pensamiento con el que siempre cierro estos textos. Y es que, tras cualquier guerra nunca debemos olvidar que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida. Que las almas nunca dejen de recordarnos que el futuro, muchas veces, depende de no olvidar nuestro pasado.
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