Peluquero de señoras... y ministros

El faberense Manuel Álvarez Robledo ocupó, desde final de la dictadura hasta 1991, la plaza de la peluquería de Nuevos Ministerios de donde recuerda miles de anécdotas

Diana Martínez
03/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Una foto antigua de un joven Manuel, trabajando | L.N.C.
Una foto antigua de un joven Manuel, trabajando | L.N.C.
«De lo que aquí vea, no verá nada. De lo que aquí oiga, no oirá nada. Tampoco puede ponerse enfermo ni faltar al trabajo por ningún otro motivo». Fueron algunas de las palabras de su superior el primer día de trabajo de Manuel Álvarez Robledo en la peluquería del Gabinete deMinistros y Secretarias de Nuevos Ministerios.

Corría el año 1973. Habían pasado ya unos cuantos desde que, cuando tenía ocho, comenzó a ayudar en la barbería que tenía su familia en Fabero.

Por el modesto establecimiento que regentaba su hermano mayor, José, pasaban centenares de mineros de la cuenca para acicalarse.

Mientras José manejaba peine, tijeras y cuchillas, el pequeño Manuel hacía los recados y barría los pelos. Y además, se fijaba en los movimientos de los cortes y en el manejo de las herramientas, que después practicaba a oscuras y cuando nadie le veía. Así, cuando su hermano José se fue a la mili, en1963, Manuel, con 14 años, se quedó al frente del negocio, sin mucho convencimiento por parte de su familia «que pensaban que íbamos a tener que cerrar porque yo nunca mostré lo que había aprendido».

Sin embargo en poco tiempo, «en el mes que mataron a Kennedy (noviembre 1963) me acuerdo porque fue muy sonado aquello, entregué a mi madre más dinero que el mejor de los picadores de entonces en Fabero». Manuel se hizo con el negocio enseguida, que comenzó a funcionar mejor que cuando lo llevaba su hermano. Porque ahora sí, empezó a enseñar el manejo de los utillajes del salón con resultados muy satisfactorios para los clientes.«Me llamaban también los ingenieros de la mina para ir a domicilio a cortarles el pelo».

Aquella etapa fructífera en Fabero se mantuvo hasta que a Manuel también le llegó su edad militar. Fue en 1971, y por su oficio, le destinaron como personal de servicios en la peluquería del Cuartel de Jefes y Oficiales de la calle Ciudad de Barcelona, en Madrid. «No me dieron uniforme militar, me dieron un pantalón y unos zapatos negros y una bata verde. Trabajaba de 9 de la mañana a 2 de la tarde». Cortaba el pelo a los cargos militares.

Las tardes eran libres y Manuel vio la oportunidad de hacer lo que había querido desde niño, estudiar. «Yo era analfabeto. A penas sabía escribir bien mi nombre». Fue gracias a un compañero de la mili , maestro de oficio, Máximo Labernia, que pudo empezar. Y lo hizo poniendotoda la carne en el asador. «Me pidió que comprara un Parvulito, un cuaderno, un lapicero y una goma y tuvo mucha paciencia conmigo, porque tenía que romper ese bunker mental que yo tenía».

Y vaya si lo consiguió el maestro Labernia, porque en el año de la mili, Manuel consiguió sacarse cuatro cursos del Bachillerato Elemental más la Reválida en la escuela Ramiro de Maeztu.

Luego en unos meses más siguió en el Alberto Aguilera «donde fui de la primera promoción en hacer COU». Y ahí no paró la cosa. Manuel, aquel pequeño pinche de barbero, que a los ocho años barría el local de su familia en Fabero, aprobó la oposición para la plaza de peluquero del Gabinete de Ministros y Secretarias de Nuevos Ministerios, en el Paseo de la Castellana.

Era el año 1973 y su futuro profesional parecía estar en Madrid. Por sus manos y sus tijeras empezaron a pasar los ministros, secretarias, directores generales y altos cargos de los ministerios de Trabajo, Obras Públicas y Vivienda, además de otras administraciones. Desde el final del Franquismo, pasando por toda la Transición y el desarrollo y maduración de la etapa democrática, durante casi 20 años.

Los ministros Gonzalo Fernández de la Mora, en los últimos años de dictadura;en época democrática Salvador Sánchez-Terán, Julián Campo o Joaquín Garrígues «del que recuerdo un díame lo encontré por el pasillo y me preguntó de dónde era. Yo le dije,- de Fabero, señor, un pueblo de León - . Y él conocía el nombre de mi pueblo y me dijo -Sí, que Antracitas de Fabero tiene sus oficinas en la Gran Vía».Además, recuerda como añadió el ministro Garrígues: «Manuel, quien tiene un cargo en un pueblo lo tiene 24 horas. Yo si salgo a la calle ahora en canillas nadie sabe quién soy». Y se fue por el pasillo, el ministro. Al momento «llegaron corriendo sus escoltas preguntándome si había visto al jefe. Estaba ETA en pleno esplendor y altos cargos estaban siempre custodiados, claro». Quizá el ministro se tomó una licencia para poder pasear él solo durante un rato, aunque fuera por los pasillos del gabinete y charlar con el agradable peluquero.

Manuel también adecentó alguna vez a Leopoldo Calvo Sotelo, que casi haciendo honor a su apellido «tenía poco que peinar». Pero recuerda, sobre todo, desde su posición, el trato afable con todos estos hombres que dirigieron los destinos de la política española durante mucho tiempo.

En las peluquerías se habla de todo. Se charla con cotidianidad de asuntos personales e incluso se hacen negocios. Y una peluquería de Ministros y Secretarias no podía ser menos, por eso a Manuel, después de haber oído tanto, no le extraña «todo lo que ahora sale al aire de tantos políticos».Pero durante dos décadas siguió el mandato de ser discreto que su jefe le indicó el primer día de trabajo y «siendo discreto va uno bien por la vida» por eso nada contará, porque nada sabe, de lo que en la peluquería de gabinete vioy escuchó. La premisa había sidoclara: «No oirá nada. No verá nada».

Por entonces no había ministras a las que peinar. Las melenas que Manuel arreglaba en el Gabinete eran las de las secretarias. En sus años de oficio había aprendido ya como tratar y poner a la moda los cabellos de las señoras.
Montó una peluquería en el Paseo de Extremadura de la capital, para trabajar por las tardes. Las cosas iban bien para Manuel, que pronto se dio cuenta de que «una semana por las tardes en mi peluquería me daba más que un mes de trabajo en el Ministerio. Enseguida otra en la calle Sepúlveda y otra en Argüelles. Y así en 1991 dejó su plaza públicay se dedicó a sus propios negocios y a dar clases en el Club Artístico de Peluqueros de Señoras, a participar en campeonatos de peluquería y a hacer galas en Ifema, en discotecas, en eventos…

Ahora, jubilado, pasa mucho tiempo en Fabero, donde disfruta de su gente y con su bicicleta, que siempre fue su pasión. «A veces me acuerdo de una vez que me rompí la clavícula con la bici y como me habían dicho que a ese trabajo en el Ministerio no podía faltar, fue a trabajar al día siguiente con unos cuantos puntos» recién cosidos.También cuando daban las dos de la tarde para salir del trabajo y llegaba algún cargo apurado para peinarse «porque había que ir a inaugurar algún pantano o alguna cosa».

Miles de anécdotas guarda Manuel Álvarez Robledo de aquella etapa «de muchos cambios, muchas tensiones». Y de vez en cuando «también de mucho cachondeo». Casi todas se las guardará para él.
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