Ponferrada, ciudad arbórea de futuro

Ponferrada podría ser y debería ser, una ciudad que no solo tolera la presencia de la naturaleza, sino que la abraza hasta hacerla parte de su carne misma, de su pulso diario

Alfonso Fernández-Manso. Catedrático de Ingeniería y Ciencias Agroforestales. Universidad de León
17/03/2025
 Actualizado a 17/03/2025
Trabajos realizados dentro del proyecto Anillo Verde.
Trabajos realizados dentro del proyecto Anillo Verde.

Hay mañanas en Ponferrada en las que el aire parece detenerse entre las ramas de los árboles que flanquean las calles, como si la ciudad entera respirara a través de sus hojas. No es un rumor exagerado ni una fantasía de poeta: basta con caminar por el parque del Plantio en un día de marzo, cuando la luz aún titubea entre el invierno y la primavera, para notar cómo sus monumentales pinos extienden sus brazos nudosos sobre la pradera de césped, proyectando un dibujo de líneas rectas y quebradas que se mueve con el viento.

Ponferrada podría ser —y debería ser— una ciudad que no solo tolera la presencia de la naturaleza, sino que la abraza hasta hacerla parte de su carne misma, de su pulso diario. No se trata de plantar árboles como quien coloca un jarrón en una esquina, sino de convertirlos en el eje de un modelo urbano que mire al futuro con los ojos bien abiertos: un futuro de sostenibilidad, de aire limpio, de sombra generosa que invite a vivir sin prisas.


El 20 y el 21 de marzo, cuando el calendario señala el Día Internacional de los Bosques, la ciudad se vestirá de un trajín discreto pero significativo. Será el epicentro de un debate que han bautizado como ‘Ciudades que Aman sus Árboles’, un título que suena a promesa y a desafío. En el campus de la Universidad de León, entre edificios de pizarra berciana que aún guardan el eco de las clases matinales, se reunirán expertos y expertas de mirada afilada, autoridades con sus carpetas bajo el brazo y ciudadanos de a pie que creen —o quieren creer— que un árbol no es solo madera y hojas, sino un pedazo de vida que mejora la nuestra. El simposio, organizado por el Ayuntamiento, la Universidad y la Asociación Española de Arboricultura, será una especie de conciliábulo tranquilo, con debates y palabras medidas, donde se hablará de corredores verdes, de raíces que sostienen el suelo y de cómo el verde puede ser algo más que un adorno en los planos de los arquitectos.


En los bordes de la ciudad y en importantes corredores naturales se está tejiendo un proyecto que llaman ‘Anillo Verde’. No es una idea cualquiera: es un plan ambicioso, casi terco, que quiere coser la ciudad con sus alrededores mediante hilos de vegetación. Si uno se detiene en el puente de Cubelos al atardecer, cuando el sol tiñe de cobre las aguas, puede imaginar esos senderos futuros, esas rutas ciclables que serpentean entre la vegetación, como si la ciudad quisiera escapar de sí misma para encontrarse con el monte. Los estudios dicen que muchas zonas de Ponferrada, hoy degradadas, tienen alma de corredores ecológicos: capturan carbono, enfrían el aire, invitan a los pájaros a posarse. Pero también educan. Hay algo en el gesto de un niño que señala una hoja o en el pedaleo lento de un ciclista que transforma esas rutas en lecciones vivas, en un modo de entender que el paisaje no es solo lo que se ve, sino lo que se cuida.

En el campus, entre tanto, la Universidad de León ha puesto en marcha otra iniciativa que tiene algo de sueño y algo de realidad. Un parque escultórico empieza a tomar forma, y no es difícil imaginarlo: esculturas de madera y acero que emergen de su verde praderío como si hubieran brotado del suelo. Allí, un estudiante de forestales podría detenerse a mirar cómo el musgo trepa por una figura abstracta, mientras un profesor de gestión forestal explica, con las manos en los bolsillos, cómo el arte y la naturaleza se han buscado siempre. Es un lugar para pensar, para sentarse en un banco y dejar que el rumor de las hojas llene el silencio. No es solo estética: es un modo de atar a la gente a su entorno, de hacer que la ciudad no sea solo un lugar donde se vive, sino un lugar donde se pertenece.
Pero si hay un rincón que habla de esta Ponferrada renovada es la antigua sala de calderas de Compostilla I. Quien entre allí hoy no verá el hollín ni las sombras de antaño.

En su lugar, helechos arborescentes despliegan sus frondas como abanicos verdes, con troncos que parecen contar siglos, crecen bajo un techo que deja pasar la luz en franjas oblicuas. Es un jardín interior, sí, pero también una metáfora: la naturaleza tomando lo que fue industria, la vida abriéndose paso entre lo que parecía muerto. Uno puede detenerse frente a un helecho, seguir con la mirada el dibujo de sus hojas y sentir que el tiempo se detiene, que esas plantas son testigos de algo más grande que nosotros.


‘Ciudades que Aman sus Árboles’ no es solo un lema: es una manera de mirar. Cada árbol plantado en Ponferrada —en una plaza, en un patio, en una ladera— es un aliado contra el calor que sube, contra el aire que se espesa. Pero también es un gesto de los hombres y mujeres que viven aquí, una forma de decir que el futuro no se construye solo con cemento. El simposio de marzo será un espejo de esa voluntad, un lugar donde las palabras se cruzarán con los hechos. Y mientras tanto, la ciudad sigue su paso lento, aprendiendo de cada rama que se alza, de cada sombra que se alarga al caer la tarde. La ciudad que ama sus árboles ama, al fin y al cabo, la vida misma. Y en ese amor, en Ponferrada tan callado como obstinado, nos indica que quizás sea una ciudad arbórea del futuro.


Alfonso Fernández-Manso es catedrático de Ingeniería y Ciencias Agroforestales. Universidad de León

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