Allá por el año 1962 salía la primera edición del libro ‘Viaje por los montes y chimeneas de Galicia’, escrito a dos manos por José María Castroviejo y Álvaro Cunqueiro donde se relatan, entre la narración y la fantasía, asuntos relativos a la caza y a la gastronomía.
Quiero reaprovechar una parte del título de esta bellísima obra literaria para encabezar este artículo que persigue un objetivo bien distinto.
Es bien sabido por todos que una de las señas de identidad de la comarca del Bierzo es constituir una depresión tectónica acantonada entre una sucesión de cordales montañosos que la encierran por todos sus costados, salvo por el Estrecho de Cobas. Aquí, el poderoso río Sil ha devorado los afloramientos de edad ordovícica más altos de Europa para abandonar nuestra comarca hacia territorio gallego.
Ya el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, una magna obra publicada por Pascual Madoz entre 1846 y 1850, se refería a la comarca del Bierzo, y a su marcado carácter de depresión intramontañosa, de la siguiente manera literal: «Por cualquier parte que se entre en él hay que bajar, a no ser por donde salen las aguas del Sil, a causa de estar en su mayor parte circundado de ásperas sierras que forman los puertos que le dividen de Asturias, Galicia y León».
También, sobre la benignidad de su clima y calidad de su terreno, añadía lo siguiente: «La templanza de su clima y abundancia de sus aguas, le hacen uno de los países más feraces y pintorescos de España, criándose en sus valles toda clase de frutos del Mediodía, como el almendro, el olivo y la morera, mientras sus montañas están cubiertas de nogales, castaños, perales, cerezos, manzanos, avellanos, alcornoques y encinas, y toda clase de plantas medicinales, abundando también los minerales, en particular el hierro y el carbón de piedra».
Esta riqueza en agua, su variada litología y la abundancia en recursos minerales energéticos ha hecho que, desde el inicio de la Revolución Industrial, fuera la comarca más industrializada de la provincia de León a lo largo de los últimos 100 años. Tanto es así, que la comarca del Bierzo, que representa tan sólo un 3% del territorio de la Comunidad, llegó a concentrar la mitad de las emisiones de dióxido de carbono de origen industrial de toda Castilla y León. Con las acciones tomadas desde el gobierno en la lucha por el cambio climático se han clausurado las industrias de mayor entidad.
El Bierzo ha pagado ya, con creces, su «canon industrial» al Estado y a la provincia de León en particular, ahora le toca enfrentarse a otros modelos de desarrollo económico menos perjudiciales para su paisaje y medio ambiente; sin que deba entenderse con ello, que no tengan que implantarse en el Bierzo nuevos proyectos industriales: son perfectamente integrables siempre y cuando cumplan con sus compromisos medioambientales, sean aceptables socialmente y aporten valor al territorio a largo plazo.
Durante todo este tiempo de marcado carácter industrial, tanto los bosques intramontañosos como los cordales que encierran la fosa tectónica berciana no han sido apenas intervenidos por la mano del hombre, representando, quizás, la más valiosa seña de identidad de nuestra comarca y que tenemos que preservar inalterada, ya que ahora corren el peligro de una invasión descontrolada con la instalación de Parques Eólicos. Nuestro horizonte montañoso está en peligro. Las empresas dedicadas a la generación eólica han puesto sus ojos también en las cordilleras que circunscriben la comarca del Bierzo y están avanzando tímidamente en su implantación, pero se están encontrando una gran hostilidad, de manera similar a lo que está pasando en otros territorios.
La generación eólica, en sus inicios, tenía una gran aceptación social, pero esta percepción, tras más de una veintena de años de experiencia en su funcionamiento, está generando un gran rechazo. Así lo indican los estudios recientes que señalan que el porcentaje de personas con actitudes favorables a la instalación de parques eólicos se situaba en torno al 54% en el año 2020. Con el paso de los años, y a medida que se gana experiencia en la convivencia con estas instalaciones, se comprueba una evolución decreciente en dicha actitud benevolente.
Y es que sobre la energía eólica se pueden plantear dos lecturas bien diferenciadas y contrapuestas, dependiendo de la óptica con que se mire. Por ejemplo, unos dicen que «la emergencia climática obliga a apostar por las renovables de manera masiva para descarbonizar el planeta». Pero también otros señalan que «el modelo de transición energética basado en macroparques de renovables está generando una burbuja especulativa que es ajena a la urgencia climática».
Pero también son admisibles estas dos lecturas: «Todas las plantas eólicas y solares incluyen estudios de impacto medioambiental para proteger la biodiversidad de la zona», siendo la lectura contraria la siguiente: «La actual avalancha de proyectos de renovables tiene desbordada a la administración. No hay un control real del impacto medioambiental que tendrán estas instalaciones».
O esta otra dualidad, más clara y contundente todavía: «las renovables son una oportunidad de negocio para el medio rural y para combatir la despoblación de la España vaciada». La lectura contraria sería: «Los parques solares y eólicos no generan empleo en el campo, ya que funcionan de forma automática, dañan al turismo rural y desincentivan la agricultura local».
Algo tiene que haberse hecho mal desde la industria eólica para que, teniéndolo todo a su favor, se haya desarrollado esta conciencia social de rechazo. Sería necesario que se hiciera un ejercicio de autocrítica por parte de los promotores eólicos. Los aerogeneradores no se pueden poner como quien clava agujas de coser en un alfiletero.
El problema no es la energía eólica en sí, ni la instalación de aerogeneradores. El conflicto está en la forma en la que se están realizando estos proyectos, basados en parques eólicos de grandes dimensiones y en zonas en las que el impacto visual y ambiental es alto.
No es un modelo descentralizado en el que los municipios son responsables de la generación de la energía que necesitan, sino un modelo industrial en el que las grandes empresas buscan el enriquecimiento a costa de un recurso público: el espacio y el paisaje.
Es evidente que esto genera efectos asimétricos en el territorio. Por un lado, el impacto es cercano (el propio municipio) y, por el otro, el retorno es lejano (los grandes núcleos urbanos).
Parece más razonable, por ejemplo, que estas instalaciones se ubicaran en áreas marginales y degradadas, donde el paisaje anfitrión fueran polígonos industriales, o espacios situados a lo largo de las infraestructuras (autovías por ejemplo) o en canteras y en paisajes muy alterados por la actividad extractiva o industrial. En sitios, en definitiva, donde el recurso eólico esté disponible y cueste reconocer una coherencia con unos valores paisajísticos.
Galicia, por ejemplo, tiene la mayor densidad de potencia eólica de toda España (0,131 MW/km2), se trata de un territorio que está ya sobresaturado de parques eólicos produciendo una asfixia visual del paisaje. Es tal la sobrecarga eólica, que la Sala de lo Contencioso-administrativo del TSJG ha suspendido cautelarmente la instalación de nuevos parques, señalando en sus recientes fallos que «los proyectos representan un riesgo significativo para valores ambientales de gran sensibilidad». Según los magistrados, se ha demostrado la existencia de «periculum in mora»: un principio jurídico que justifica la adopción de medidas urgentes para prevenir posibles daños irreparables mientras se resuelve el fondo del asunto.
La suspensión se fundamenta en la posibilidad de que el parque eólico deteriore espacios protegidos, amenazando la biodiversidad de estas zonas y busca prevenir un deterioro que, de concretarse, haría inútil cualquier acción judicial futura destinada a proteger las áreas afectadas. Esta línea jurisprudencial consolida la idea de que la protección del medio ambiente prevalece sobre otros intereses como, por ejemplo, el suministro eléctrico.
Parece que no se comprende que el paisaje es un recurso más del territorio y el principal patrimonio de un lugar. Un factor determinante de la calidad de vida, así como un elemento de desarrollo socioeconómico para los pueblos. El paisaje forma parte de la filiación territorial y está íntimamente asociado a la cultura y a la región, pero también refleja los valores éticos de la sociedad que lo cuida. Su valor reside en su capacidad para generar sentimientos únicos, de pertenencia: aquello que te genera emoción e identidad.
El paisaje natural es un bien público de gran importancia, con un valor difícilmente cuantificable.
Vender tu horizonte para convertirlo en centrales eléctricas, es como vender la individualidad de tu terrazgo a cambio de dinero. En la práctica supone privatizar el paisaje a través de una nueva forma de colonialismo.
Somos muchos los bercianos que no queremos aerogeneradores crucificando las montañas que circuyen la Comarca del Bierzo porque su «skyline» es una de las señas de identidad más importantes de este territorio histórico singular y fascinante.
Noceda del Bierzo y Quintana de Fuseros se cobijan al abrigo de la Sierra de Gistredo donde campean especies protegidas como los urogallos, los osos y las liebres de piornal. Aquí hay previsto un macroparque eólico con aerogeneradores de 200 m de altura. Esto es inadmisible.
Recordando al ilustre y queridísimo nocedense José Álvarez de Paz cuando creó, con otros muchos vecinos, la Plataforma para la Defensa de Gistredo terminaba diciendo en un emotivo artículo: «Adelante, amigos, los molinos no son gigantes, son solamente molinos y tienen los pies de barro».
Regresando al libro que encabeza este artículo, Castroviejo evoca el canto de urogallo de la siguiente manera: «La primera estrofa de su canto se compone de una serie de notas sueltas que se precipitan bruscamente hasta desembocar en un sonido vigoroso, comparable al de una botella rápidamente descorchada. Después un ruido como de guadaña u hoz aguzada, cuchicheando débilmente. En esos breves momentos el gallo del bosque, ebrio de pasión y de puro aire, no oye absolutamente nada».
Cunqueiro, con su proverbial imaginación, sentencia sobre el urogallo lo siguiente: «En el The Observer´s Book of Birds Egss, donde viene retratado, y en su color casi dorado, el huevo del tetrao urogallus, se cuenta que primero desapareció en Inglaterra y de Gales, y más tarde en Escocia y de Irlanda, y que, en 1837, de Suecia trajeron nuevamente el urogallo a los bosques que habrían oído correr los caballos de Sir Galahad, don Parsifal y don Lanzarote de Lago».