Porque la vida, al final, es nuestro mejor viaje

El verde aroma del Noroeste es un libro de sensaciones, aprendizaje, encuentros y búsqueda interior. Más allá de un libro de viajes, es un libro del viajero

Ruy Vega
25/06/2023
 Actualizado a 25/06/2023
Portada del libro del autor, Manuel Cuenya.
Portada del libro del autor, Manuel Cuenya.
Inspirar con fuerza, coger tu libro favorito y también el último que estás leyendo, añadir una libreta en blanco y un bolígrafo, incluir el recuerdo del último beso. Cerrar los ojos y pensar en los que echas de menos. Y cerrar la maleta. ¿Qué es el viaje? Es mucho más que ir de un lugar a otro (conocido o no), mucho más que moverse en un tren de traqueteo armónico, mucho más que sentarse en un autobús mientras ves una película en el teléfono. Mucho más. Viajar es encontrarse con uno mismo, conversar contigo (que tan necesario es) y conocer o reencontrarte con otros. Papá, hoy te traigo El verde aroma del Noroeste, de Manuel Cuenya.

El libro del que hoy te hablo no es un libro de viajes. O sí, pero quizá, al menos en mi opinión, es un libro del viajero. Su intención no es describir lugares y monumentos, no lo es. Su intención es adentrarse en las sensaciones del que emprende un camino, llegando allí donde el destino desdibuja planes, penetrando en encuentros satisfactorios. Porque con Cuenya realizaremos un recorrido por toda una hermosa y bella zona, observándola a caballo de sus ojos de escritor y poeta, palpando con sus manos el calor de un encuentro deseado y el frío de momentos de adiós. ¿Sabes cómo recomiendo leer este ejemplar? Papá, creo que lo mejor es ponerte tu disco preferido, una copa de vino y sentarte en el sofá, dejando atrás reloj y teléfono, asilándote en este camino para sentir, con él, un sendero de emociones.

Son muchos los amantes de la escritura que, como compañera de viaje, han llevado una pequeña libreta donde ir escribiendo no solo lugares, sino también (y sobre todo) sensaciones y sentimientos asaltados bajo un lugar inhóspito. Yo lo he hecho. He escrito textos y poemas en cafeterías cuyo nombre no recuerdo, versos que quizá nunca vean la luz de la lectura de otros que no sean mis más cercanos o yo mismo. Palabras y palabras escondidas en el recuerdo de quien desea plasmar instantes más allá de la fotografía. Manuel Cuenya, por supuesto, también lo hace. Y así nos lo deja claramente indicado en el libro, donde incluso nos regala algunos de estos pensamientos cazados al vuelo. Por ejemplo, en el Uriellu redacta: «Religarse con la naturaleza es un modo de reencontrarse con uno mismo, con tu yo interior. Aventurarse en la alta montaña es como tocar el cielo, saberse más cerca de lo espiritual».

Sin estos recuerdos que dejar pincelados en papel sería imposible escribir este libro, donde tanta importancia se le imprime a la precisión del sentir: «Lo mejor será sentarse a tomarse una sidrina, que siempre viene bien, y una ración de queso de Valdeón, que es como un Cabrales pero algo más suavecito, pienso mientras me quedo embobado mirando la iglesia», se puede leer en la visita al valle de Valdeón.

Como no podía ser de otro modo, y tal cual lo hizo ya en Desde las entrañas, Manuel Cuenya, el autor rodeado de literatura y cine, mantiene el peso de su querencia y amor por el arte en El verde aroma del Noroeste. En su viaje a Oviedo, nos cuenta: «En esta ocasión me acerco al Campillín, en concreto a la calle donde viví en los años ochenta, Capitán Almeida, así se llamaba. Pero desde hace un tiempo lleva otro nombre, en este caso Fernando Alonso, en honor al afamado piloto de automovilismo, que también es todo un capitán, ¡oh, capitán! ¡Mi capitán!... ¡oh, corazón! ¡Mi corazón!, como el poema de Whitman».

Por otro lado, en Torazo nos dice que «A veces siento como si la contemplase toda a la vez, y me abruma, mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar. No puedo evitar que estas palabras, tomadas de la película American Beauty, resuenen en mi cerebro». Puedo añadir un tercer ejemplo de este muestrario de indiscutible arte, como podría añadir muchos más. Pero me detengo ahora en Vilanova de Arousa, donde podemos leer que «Antes de separarnos, me pregunta si tengo casa en Vilanova; entonces, le respondo que tengo donde quedarme, y me dirijo a Mar de Rosa, donde voy a hospedarme, porque me apetece saborear esta tierra, que me está procurando saludables vibraciones, impregnada toda ella con el espíritu de Valle Inclán, al que me hubiera gustado conocer. Como él mismo dijera: amo las poéticas noches en que el cielo, tachonado de estrellas, se refleja en el límpido y brillante cristal de la ría de Arousa».

En este viaje por el norte de España, Manuel llega a lugares que, personalmente, a mí tantos y tantos buenos recuerdos me traen. Lugares como Gijón, y en el que me sumerjo entre sus calles y la melancolía de horas ya pasadas en tiempos de estudio, para adentrarme a través de la visión de Cuenya en una ciudad, a mi modo de ver la vida, imprescindible: «Recorro el barrio de Cimadevilla, que es un laberinto de callejuelas de piedra y casas coloridas y palaciegas, entre los cuales se halla la casona natal, ahora museo, del escritor Jovellanos».

Y en este camino que incluye un viaje, en este libro del viajero, en este aprendizaje continuo de sensaciones y de huellas en el alma, dejo esta reflexión que el autor nos regala en su visita a Lugo, y que bien podría resumir lo que es emprender el camino, con el riesgo (porque eso es realmente un riesgo) de llegar a conocerse a sí mismo, alejado de casa. Papá, Cuenya nos dice de su llegada a Lugo: «Estoy convencido de que es esta una forma como cualquier otra de penetrar en las entrañas de la ciudad. Aunque cabe señalar que para conocerla y medio conocerla hay que vivirla minuto a minuto, paso a paso, lo que requiere tiempo, la dimensión que adentra a los seres humanos tal vez, casi seguro, en otras dimensiones, a saber, espaciales, espirituales, metafísicas…».

Eso es, conocer una ciudad es, sin duda, vivirla, no solo observarla. No en vano, lo que podríamos considerar como una belleza, como podemos leer en el capítulo del libro dedicado a Cudillero, no es más que algo realmente subjetivo: «Considerada como una de las villas más bonitas de España, lo cual es mucho decir, porque eso siempre forma parte de lo subjetivo. ¿Acaso la belleza es objetiva? ¿O bien depende de los ojos, de la sensibilidad, de la sensorialidad con la que se percibe? Sobre estética se han escrito muchos tratados. La belleza es aquello que emociona y seduce. Aquello que enamora, porque puede engendrar amor. Y luz».

Es la vida un viaje en sí mismo. El sendero que emprendemos el día que nacemos construye nuestra propia historia, dibuja en la piedra de nuestro futuro lo que hemos hecho en el pasado. Por eso, por eso y por mucho más, la literatura, como los viajes, es tan importante: porque nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, conocernos mejor y explorar, como en la propia vida, otros mundos de los que, de otro modo, nos serían para nosotros completamente ajenos. Muchas veces sentimos añoranza y deseamos volver a casa.

Quizá sea un error, pues nuestra casa está en nosotros mismos y al lado de aquellos que apreciamos. Ese es nuestro verdadero hogar. Y en este viaje infinito es el único faro que guía nuestras almas, mucho más allá de lo que son cuatro paredes, una bonita foto o un vídeo mal enfocado. Este viaje que emprendemos, papá, lo que desde luego tengo claro es que no es finito, y que algún día podré decirte de nuevo, cara a cara, que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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