Ese fue el despertar de la memoria y la búsqueda de la familia Silva se convirtió en ejemplo para muchas otras familias, que durante décadas habían acallado el dolor por la pérdida de sus seres queridos a manos de la represión franquista, durante la Guerra Civil y la dictadura. Y a partir de ahí se puso en marcha la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), de la que Silva es presidente, como un movimiento social que fue creciendo paulatinamente y que en estos 15 años ha llevado a cabo la exhumación de casi 6.300 cuerpos en toda España.
Emilio Silva recuerda cómo empezó todo, allá por marzo del 2000, cuando estaba recogiendo información con la idea de escribir la historia de su abuelo. "Un día quedé con Arsenio Jurjo, un amigo de mi padre de la infancia, que había estado varios años en la cárcel como preso político para hablar de historias de la guerra y la posguerra en el Bierzo", cuenta.
En esa conversación salió el tema de la fosa de su abuelo y le confesó que sabía, más o menos, donde podía localizarse. Así, los dos se fueron directos a Villalibre de la Jurisdicción y, preguntando a la gente del pueblo, acabaron dando con un lugar a la entrada de Priaranza del Bierzo, donde les habían asegurado que habían sido asesinadas 12 o 13 personas.
"En ese momento llamé por teléfono a mi padre para decirle que estaba en el lugar donde habían asesinado al suyo", relata Silva, que empezó a reconstruir la historia de la desaparición de su abuelo y de las otras personas que habían sido asesinadas con él con la ayuda de su tío Ramón, que había regresado de Venezuela a pasar unos meses en el Bierzo y no estaba dispuesto a volver a Caracas sin haber encontrado y enterrado a su padre, 64 años después de haberle visto por última vez a la puerta del Ayuntamiento de Villafranca del Bierzo en 1936.Con toda esa información escribió Mi abuelo también fue un desaparecido, en el se quejaba de lo que había ocurrido con la detención de Augusto Pinochet en Londres realizada por la justicia española mientras aquí se mantenía el silencio judicial y político que había en torno a los desaparecidos de la dictadura franquista. "Al final del artículo venía mi número de teléfono y al día siguiente recibí una llamada de Julio Vidal, un arqueólogo cuya madre era originaria de Priaranza, que se ofreció a exhumar la fosa".Una fosa en PriaranzaY así, el 23 de octubre de 2000, un grupo de arqueólogos y forenses iniciaban los trabajos para la búsqueda de esa fosa común, que se convertiría en la primera exhumación con métodos científicos. Tras varios días de búsqueda y sin que apareciera nada, todo les hacía pensar que los restos podrían haber sido llevados durante las obras de ensanchamiento de la carretera hasta que, por fin, el operador de la excavadora anunció uno de los días, nada más introducir la pala en la tierra, que había encontrado algo."La tierra cuando es removida guarda memoria y tarda alrededor de 150 años en volver a estar totalmente compacta", puntualiza el periodista Emilio Silva, que cuenta que entonces la excavadora empezó a trabajar más rápido y con más facilidad en esa zona. "Cuando la pala volvió a la superficie tenía una bota encima", añade Silva, que en ese momento sólo pudo pensar en su abuela Modesta, "que había fallecido dos años antes y que arrastró durante toda su vida y en silencio la pena del asesinato de su marido".Los trabajos se prolongaron durante varios días y, finalmente, se localizaron 13 cuerpos, entre ellos, el de su abuelo, Emilio Silva Faba, que se convirtió en la primera víctima de la represión franquista identificada con una prueba de ADN. No fue hasta octubre de 2003 que los restos de su abuelo pudieron descansar por fin a lado de los de su esposa, Modesta, y cerrar el círculo de dolor e injusticia que se había iniciado ese 16 de octubre de 1936, cuando fue metido junto a otros catorce presos en un camión de gaseosas Olarte y llevado desde Villafranca hasta esa cuneta, donde fue fusilado.Silva cuenta que uno de esos presos, Leopoldo Moreira, echó a correr en la oscuridad nada más bajar del camión y, aunque le dispararon, no le alcanzaron y logró escapar. Tras vagar desorientado durante horas, al amanecer estaba en el mismo sitio en el que había tenido lugar la ejecución de sus compañeros y comprobó que faltaba uno de los cadáveres, que su familia se debió llevar de madrugada. Leopoldo regresó a su pueblo, Pereje, y relató lo ocurrido esa noche a varias personas antes de volver a ser detenido y abatido a tiros por la Guardia Civil.Una de esas personas fue el hermano de Arsenio Jurjo, el hombre que llevó a Emilio Silva hasta el lugar de la fosa, junto al testimonio de un vecino que tenía tan solo diez años ese terrible día de 1936 y que recordaba el ruido de las detonaciones y un círculo de gente a la entrada de Priaranza, al que su madre no le había dejado acercarse. Cuando Emilio Silva llegó hasta ese lugar, en el vértice de un desvío de la carretera, donde se encontró con un hombre, al que le preguntó también por la fosa. "Están ahí, bajo esa nogal recrecida", le contestó.El germen de la ARMH"Y lo que en principio supuso la búsqueda de la solución a un problema familiar se convirtió en un problema colectivo en el mismo lugar de la fosa y algunos familiares de desaparecidos en la zona acudieron allí a pedir ayuda", destaca Emilio Silva, que explica que de ese encuentro surgió la idea de crear la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) que comenzó a buscar físicamente a los desaparecidos y abrir un debate sobre esa "patológica relación" que aún mantenía la sociedad española, recién estrenado el siglo XXI, con un pasado enormemente traumático.
Aunque a finales de los años 70 y principios de los años 80 hubo ya quienes iniciaron esa búsqueda de su desaparecidos, esa se limitaba básicamente a familiares, que armados "con un pico, una pala, una azada y mucho amor, buscaban a sus seres queridos para llevarlos a un cementerio". Así, Priaranza del Bierzo fue el punto de partida de un movimiento mucho mayor, que demostró que la historia de esas desapariciones estaba ahí, que era posible seguir sus pistas hasta dar con sus víctimas, identificarlas y devolverlas a sus familias, de las que nunca debieron separarse.
Esa exhumación, con la participación de cuatro arqueólogos, una antropóloga forense y una bióloga, permitió demostrar que décadas después era posible hacer esa identificación científica de los desaparecidos y la ARMH daba sus primeros pasos en el Bierzo para llegar a haber rescatado del olvido a casi 6.300 represaliados en toda España en estos 15 años, además de haber abierto un proceso judicial en Argentina contra el franquismo en el año 2010 y llevado a distintos organismos de Naciones Unidas la preocupación por los desaparecidos de la dictadura española.
La asociación hasta consiguió llevar al Congreso de los Diputados una Ley de la Memoria Histórica, derogada en la práctica en la actualidad. Pero lo más importante es que ha ayudado a muchas personas a conocer lo que ocurrió con el pasado de sus familias, según destaca el presidente de ña ARMH, Emilio Silva, que confiesa que en la suya se hablaba de su abuelo "como si fuera un fantasma, algo innombrable, porque el miedo ha sobrevivido durante décadas".
Una asignatura pendiente
Pero aunque la labor de la ARMH ha conseguido remover muchas conciencias y poner fin a muchos años de silencio doloroso, la memoria histórica sigue siendo una asignatura pendiente para el Gobierno de España, que sigue sin hacer sus deberes en la búsqueda e identificación de los desaparecidos. "La falta de apoyo por parte de los gobiernos de España ha sido notable a pesar de que durante cinco años se dieron una serie de subvenciones para facilitar las exhumaciones", señala Silva, que apostilla que según Amnistía Internacional, "somos el peor país del núcleo duro de la Unión Europea en formación de derechos humanos".
En su opinión, eso no es fruto de la casualidad ni un accidente histórico, sino una decisión política "para no construir una cultura de los derechos humanos que sería mucho más beneficiosa para las víctimas y perjudicial para los verdugos". Silva entiende que la Transición se construyó sobre el silencio y "quienes recordaban el franquismo callaban por miedo, mientras quienes no lo habían conocido lo ignoraban por ese silencio".
Para la ARMH, es triste que ningún gobierno en los 40 años que hace que murió el dictador Francisco Franco haya tomado la responsabilidad de buscar estas fosas y cree que, si esa cultura de derechos humanos existiera, "no habría posibilidad de que los desaparecidos siguieran en las cunetas". "En un país democrático los derechos humanos no se facilitan los derechos humanos se garantizan", apostilla Emilio Silva.
"Todos esos crímenes han quedado impunes, silenciados y, en muchos casos, sus autores han tenido la oportunidad de convertirse en personas prestigiosas, entre comillas, en democracia. Ellos han podido blanquear sus biografías, al tiempo que las víctimas seguían padeciendo las consecuencias del daño que les causaron", lamenta el presidente de la ARMH, que cita al poeta Juan Gelman, para decir que cuando termina una dictadura y llega una democracia, "desaparecen los dictadores de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido".