Cuando uno se acerca a la prosa angelical de Raquel Villanueva, se adentra en sus misterios y ahonda en su discurso narrativo; sabe perfectamente que algo maravilloso está a punto de ocurrir, que habrá un nuevo milagro en formato de asombro, auroras boreales en los diálogos, y una sesión completa de fuegos artificiales en la trama, destinados a henchir el corazón y alegrar nuestros ojos… Leer a
Raquel es semejante a golpear una piñata, de la que brotan en cascada, ininterrumpidamente, todo un muestrario de variados dulces y pequeñas sorpresas que nos llenan de ilusión y sacian ampliamente todos nuestros sentidos.
Poseedora de un estilo literario singular, Raquel Villanueva maneja el lenguaje con suavidad y ternura, con elegancia y delicadeza, con amor y entusiasmo, dando casi siempre la sensación de que sabe jugar con las palabras, con la dulzura propia de su sexo, de forma maternal, mimándolas y acariciándolas hasta dejarlas ubicadas en el lugar exacto que les corresponde.
Con una visión onírica de la vida en ocasiones, pero asumiendo también, al mismo tiempo, la cruda realidad que la rodea, se abre paso a menudo en sus cuentos levantando la voz, rompiendo los silencios, y encendiendo igualmente un fanal de esperanza que le permite seguir buscando en el horizonte de sus días el calor de la amistad, el amor con mayúscula (romántico y sensual) y la infinita luz de las estrellas.
Consciente que el lenguaje puede ser mucho más que un frío instrumento de información, se afana en arrancarle a su trabajo los matices más acordes con su modo de pensar y sentir: Deshila y teje, aúna palabras y en su firme travesía literaria del azul al gris (con sus contradicciones y abandonos) dibuja a largo plazo estampas solidarias que apuntan hacia una profunda reflexión de la conciencia humana… Y es que Raquel sabe captar como nadie la impresión de una mirada, la sensación de un beso o la huella adormecida del abrazo, y es capaz asimismo de aportar radiante luz a la ceguera, de reparar el ala quebrada de un arcángel o traducir a un lenguaje comprensible algo tan sutil e inexplicable como la quintaesencia de una lágrima.
¿Quién no se ha sentido alguna vez herido de soledad o desamor a lo largo de su vida?... Raquel Villanueva no es una excepción. También ella es humana y se halla sujeta a la alegría y al dolor, la soledad, el miedo y la nostalgia. Pero siendo como es, abierta y positiva, y siguiendo el ejemplo de sus amigos poetas (de los cuales, por cierto, es una gran lectora), sabe aprovechar cualquier tipo de sentimiento o emoción a su favor y no duda un segundo en utilizarlos en labores creativas trenzándole los pelos a la soledad o mordiendo los tobillos a la melancolía.
Varias son las virtudes de Raquel y grandes sus cualidades literarias, pero para no extenderse demasiado, citaré solamente tres de ellas: Se observa con frecuencia en su trabajo la paciencia y la habilidad de un orfebre, el gusto de un experto sumiller y la precisión y el pulso del mejor cirujano.
Cuando Raquel escribe suele hacerlo a dos voces: una; personal e intimista, que nace de su interior y que se nutre de los sedimentos almacenamos en base a sus convicciones, sus experiencias y sus sueños, y que se canaliza a través de su ingenio y su talento. Y otra; reflexiva, profunda y bien fundamentada, destinada a empatizar con el lector y buscar su complicidad, sabedora quizá de que aquellos que narra -aún siendo redactado con acento propio- pertenece al acervo cultural del conjunto de la humanidad que también lo ha sentido o experimentado… Esta característica suya o doble propósito, es un valor añadido solo al alcance de autores avezados.
Emilio Vega, poeta berciano