Papá, creo que no me equivoco si digo que por María José Montero corre tinta por sus venas y poesía por su alma. Creo que es una de esas personas por las que el corazón late no latido a latido, sino cultura a cultura. Hoy te traigo hasta esta nueva Carta a ninguna parte su nuevo libro: Relatos y sentimientos otoñales. Un libro para disfrutar y reflexionar.
Leí el libro este verano, mientras el sol golpeaba recuerdos que pasan al olvido en el otoño, mientras el tiempo me permite avanzar en algunas de las lecturas que tenía pendientes, siendo esta una de ellas. Recordarás a la autora de otra carta, en la que te hablaba de su anterior libro, un poemario que lleva por título De nuevo en el camino, y en el que el propio título ya se confesaba parte de la intención. En este caso nos plantamos ante un recopilatorio de relatos. Sé que ya te lo había dicho en anteriores ocasiones, pero no por ello dejo de insistir, ya que me parece necesario: soy de los que opinan que escribir relatos breves es realmente difícil, complejo y arriesgado. En el caso de María José lo hace con maestría, sin duda.
Por su profundo significado y porque creo que es algo que casi la mayoría de nosotros nos daremos cuenta cuando llegue ese momento, y no antes (una pena, la verdad), comienzo destacándote la siguiente reflexión, extraída del relato El inicio de una amistad, precisamente el primero del libro: «Debía de preguntarse qué hizo en la vida, además de vivir para los demás… Y el tiempo apremiaba. Ya había vivido demasiados inviernos, primaveras y veranos. Muchos más de los que le quedaban pendientes. Y pasaron con tanta rapidez, con tanto sigilo, que casi no se dio cuenta». No es necesario que lo diga ni lo escriba, papá, pero si yo pudiera volver atrás… Cuánto tiempo descubriría que es perdido, cuánto tiempo...
Justo en el momento que estoy redactando este párrafo, como si fuera el propio destino, en los cascos que llevo puestos ha sonado una vieja canción que habla de la pérdida y el dolor, de los sentimientos más profundos de almas rotas. Por eso me detengo ahora en otro de los textos que más me han gustado, y que lleva por título La mujer herida. En él podemos leer, precisamente en su último párrafo, que «No he visto locos en la unidad de agudos de psiquiatría, lo que sí he visto es mucho dolor. Demasiado dolor del alma en ese órgano complejo tan desconocido que es el cerebro». Sin duda, demasiadas veces hay demasiado dolor. Demasiado…
Y de entre todos los relatos, te destaco, ya que me ha gustado especialmente, el que lleva por título El tiempo perdido, del que no te voy a contar nada para animarte a que lo leas, allí donde ahora estás, pero que te recomiendo encarecidamente.
María José Montero en varios de los relatos recogidos en Relatos y sentimientos otoñales nos habla de ese sentimiento tan humano como el dolor. Es curioso, pero algo que tanto daño nos hace y nos lleva a días de tormenta y lluvia permanente, en algún caso, es el punto de partida hacia días de sol y belleza, ese cambio que se hace necesario y no nos atrevemos a afrontar si no es rompiendo el alma primero. Uno de los textos que recoge el dolor es el titulado Epístola: desde el adiós al recuerdo, que comienza así: «Querido amigo de las horas oscuras: Te has ido tan deprisa, y tan callado, que ni siquiera pude oír tu último suspiro. La noche, abierta en alas, te envolvió con su manto y emprendiste el vuelo del viaje sin retorno, mientras yo buscaba palabras para un sueño que nunca encontraba la entrada del barrio de mi mente». Por cierto, el alma de poeta de la autora se nota perfectamente en este mismo párrafo, donde busca la palabra adecuada para transmitir la sensación más acertada. Aplauso para ella. Como también se nota en algunas de las líneas escritas en el siguiente relato (El auge de la ausencia).
Compruébalo tú mismo: «Silencio de la azada y de la guadaña; silencio de la hoz acompasada del ritmo del silbido del hombre de los campos; silencio del ganado pastando de los recodos de las cunetas; silencioso silencio el de los niños que ayer fueron y fuimos ruiseñores del viento». Y es que siempre he dicho que los y las poetas, como es el caso de María José, ya no solo lo son por escribir versos, sino por cómo ven la vida, por cómo la afrontan y por cómo se expresan. Y María José Montero es, por supuesto, una grandísima poeta. Y en esa búsqueda de las palabras más adecuadas, más hermosas, la escritora ha conformado un excelente libro que estoy seguro que cualquiera que se pueda acercar a él lo va a disfrutar. Te pongo un ejemplo más de esta preocupación de María José Montero por usar el lenguaje más certero. Lo puedes leer en Noviembre en la ventana, y dice así: «Aquí estoy, observando a través de la ventana que da al este los últimos coletazos de este octubre que se va, con más pena que gloria, ante la atalaya de mis ojos. Puedo divisar las hojas amarillas de unos chopos. Más atrás, reconozco las curvas azules de los cerros; sobre ellos, una luz blanca y brillante, hija del Sil que todavía no asoma su rayo vital».
Por cierto, papá, también debes de leer al menos un par de veces otro de los relatos que más me han gustado. Bueno, estoy seguro de que en varios de ellos te detendrás y releerás, pues tanto por cómo están escritos como por lo que nos cuentan, querrás volver a ellos más pronto que tarde. El relato que te animo a insistir en su relectura lleva por título La abuela Rosalía, y en poco más de una página nos trasmite mucha belleza con un libro como eje del texto. Fantástico.
Tengo la sensación de que María José Montero volverá una y otra vez a la literatura. Hace no mucho me comentaba un novel autor, tras escribir su primera novela, que le había servido para evadirse, y que ahora que llevaba un tiempo sin hacerlo, lo echaba de menos. No lo sé, y no soy quién para frases tan remarcadas y definitorias. De hecho, no suelen gustarme las afirmaciones tan tajantes, pero sí que soy de los que creen que aquellos que llevan la literatura en sus venas, ésta ya forma una parte esencial de sus vidas, hasta el punto de casi necesitar hacerlo hasta el final de sus días. Escribir como forma de entender la vida, como escape interior y exterior, escribir como el respirar del alma. Por eso estoy seguro de que Relatos y sentimientos otoñales no será el último libro o poemario del que te hable por parte de su autora.
La literatura, papá, tiene un gran poder, sin duda. Puede llevarnos a momentos imposibles, a mundos que jamás visitaríamos si no es a través de las páginas de un buen libro, nos puede transportar a universos que solo podríamos soñar, o también a vivir romances como si fuera nuestro corazón quien se resquebraja o alegra en primera persona. Por eso, libros como del que hoy te hablo son tan necesarios, capaces de condensar en no muchas páginas textos tan precisos como cuidados.
Me voy despidiendo ya, papá, sabiendo que, una vez más, esta vez a través de María José Montero y su libro Relatos y sentimientos otoñales, son los libros los que mantienen unido el lazo irrompible de la eternidad del amor, porque podrán pasar los días, las semanas, los meses y los años. Podrán pasar siglos y milenios. Pero seguiré pensando lo mismo, una frase que podría labrar en la piedra más alta de un mundo imposible, que llevo tatuada donde se esconden las cosas importantes, las importantes de verdad, en el alma. Y es esa frase, precisamente con la que finalizo cada una de estas Cartas a ninguna parte, la que define lo que hemos dejado atrás en el momento de nuestra partida. Papá, no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.