Papá, Manuel Ángel Morales Escudero regresa con una nueva creación. Sí, tengo entre mis manos un ejemplar nacido, una vez más, de las manos del que sabe contar, cómo contar y qué contar. Manuel, del que ya te he hablado en otras ocasiones, lleva la literatura en el corazón. Por su sangre corre tinta, y en sus sueños hay párrafos que describen el silencio.
El regreso no puede ser más esperado. Si su anterior obra, el fantástico ‘El toque de las ánimas y otros relatos’, nos había dejado un gran sabor de boca, el autor ha cogido de nuevo el barco del estilo para navegar entre la enorme dificultad del relato corto. Con ello nos lleva, ola a ola, tormenta a tormenta, a instantes de buena lectura, de entretenimiento asegurado y de calidad literaria. Sin duda sabe lo que hace.
Este ejemplar, el que te traigo a esta nueva Carta a ninguna parte, fue presentado en la Feria del Libro de Ponferrada. No puede tener un estreno más emblemático, la verdad.Abrimos el libro y, en su primera página, encontramos una frase de Dune. Con eso ya me ha ganado. Como sabes, papá, soy un fan acérrimo. Nos dice: «Los sueños son mensajes de las profundidades». Aviso de lo que encontraremos a partir de ese momento. Comienza el gran Morales con el relato ‘La apuesta de Lucifer’, el más extenso y, para mí, uno de los que más he disfrutado.
El texto nos cuenta cómo el propio amo del Infierno pide a cinco de sus más certeros lacayos cazar almas, bajo la promesa de un suculento premio. Poco a poco iremos descubriendo los pasos de cada uno de ellos. Un texto que encierra varias reflexiones en sí mismo, además de estar redactado como las fábulas que podríamos leer a oscuras, en una noche fría, en la casa acogida por la leña del fuego de un invierno duro, sumergiéndonos en cada uno de sus párrafos. El final, papá, te llegará. Estoy seguro.
Lo hará a lo más escondido de cada uno de nosotros. El final… El final… El final… No puedo dejar de pensar en él.Estoy seguro de que cuando lo leas estarás de acuerdo conmigo. De él te extraigo una frase de esas que, como te comentaba, llevan consigo una carga de profunda reflexión: «No hay sombra en quien muere por amor. Él me dio su corazón y yo lo tomé bajo mi custodia. No puedes herirlo, pues el amor es el bálsamo que todo lo cura».
Damos un pequeño salto para llegar hasta ‘La conversión’, otro relato que te recomiendo releer cuando llegue a tus manos (ojalá así sea, ojalá allí donde estás la literatura siga formando parte de nuestras vidas). Bien podría tratarse, extendiendo personajes y trama, en una novela en sí misma, o incluso en una mezcla de ciencia ficción y distopía de maestros de lo oscuro.
«El anciano se despertó y miró la extraña escena durante largo rato. Luego se levantó y los contempló con serenidad», podemos leer. Dentro de textos de calidad, pero con reflexión tras ellos, puedo enmarcar también, entre otros, a ‘La maldición’, cuyo asombro final está garantizado y del que te escribo: «Y entonces, en el momento que extendió sus dedos sarmentosos, pensaba en escatimarle las pocas monedas que me había pedido, pero la dejé hacer, sentado a su mesa camilla en la que una sola vela dibujaba oscuras sombras en las cortinas de raso rojo». Venga, otro más de similar corte. Te copio: «Se fueron uno a uno caminando hacia la bruma, perdiéndose entre la niebla. Pero yo me resisto a irme, a abandonar la trinchera que juré defender». Está extraído de La trinchera.
Siempre lo he dicho y siempre lo diré. Estarás ya cansado de que en cada carta que encierra tras ella un libro de relatos cortos muestre mi admiración por quienes consiguen hacerlo con la gentileza del talento. Pero es que es realmente complejo. Historias enteras encerradas en pocos y escasos párrafos. Es como pedirle a alguien que construya un mar en un vaso de agua. Y algunos son capaces. Manuel Ángel Morales lo consigue; lo hizo en su anterior obra, lo hace en Somnium. Y un buen ejemplo de ello es El escritor, dos páginas por las que siento debilidad.
El arte, creo, es algo que distingue al ser humano. Quizá existan más allá, entre los miles de millones de planetas que ahora sabemos que nos rodean, seres capaces de pensar y construir civilizaciones (me resisto a llamarle inteligencia a eso). Pero puede que no sean capaces de crear arte. De marcar en lienzos reflexiones desde la belleza, de dibujar con notas canciones que nos hacen llorar, de navegar entre letras para llevar nuestro barco de la vida a cielos llenos de estrellas. ¿Puedes pararte a pensar que fuéramos los únicos de todo el universo con la capacidad para crear arte? No lo sé…
Eso nos daría un motivo más para sentir que nuestros corazones, cuando lloran, disparan versos hacia el futuro para que otros puedan seguir el camino. Puede que ahora tú, desde donde te encuentras, estas preguntas ya tengan respuesta o puede que pasen a no tener ni la más mínima importancia, y que solo se trate de reflexiones de una persona.
El escritor encierra parte de esta pregunta. La de permitir la creación por belleza, la de alargar más allá de lo estipulado una circunstancia segura, por el simple hecho de poder seguir creando lo que, quizá, solo algunos pueden hacer. No te quiero contar mucho más de él, pues de tu lectura sacarás tus propias conclusiones. Y lo leerás varias veces, algunas de ellas con sonrisa dibujada. Te destaco parte del mismo, para dejarte con el sabor de boca del que necesita más: «Lo halló inclinado sobre su escritorio aún con el bolígrafo en la mano y lo envolvió con su mano».
No se me puede olvidar mencionar a Luis Gómez Domingo, a quien no conozco, pero que a través de las dos obras que entrega en este libro creo ya desear conocer. Dos de sus ilustraciones acompañan a Manuel Ángel Morales en Somnium.
La primera de ellas está en la portada, y lleva por título El sueño de Cristo. La segunda se enmarca en el relato La cepa, y es autorretrato, llevado a la máxima imaginación, por el propio autor. Marionetas y Madera de olivo lleva entre cada una de sus frases, no un mismo mensaje, pero sí una misma verdad. Estoy seguro, y de esto no tengo ni la más mínima duda, de que te llegarán. Del segundo te escribo el siguiente texto, que sé que ahora no entenderás, pero que cuando puedas leer el libro, recordarás, y te llevará a pensar en esta nueva Carta a ninguna parte: «Aunque no soy ambicioso ni egoísta. Solo un pobre carpintero apenado y devoto. Y ahora me toca recogerlo: el más preciado de los bienes que ha recibido el mundo».
Papá, ¿sabes?, son ya muchas las cartas escritas, los libros leídos que tenemos pendientes y los que he podido leer para ti. Son muchas las páginas que rebusco para cada carta. Creo que no me equivoco si afirmo que ya tenemos autores que nos unen a ambos. Muchos de ellos he tenido la fortuna de conocerlos. Muchos de ellos puede que tú ahora también conozcas gracias a cada carta que te remito. El tiempo va pasando, es inevitable. No hay marcha atrás. Día a día, semana a semana, mes a mes, año a año. Segundos de implacable olvido.
Tú estás allí donde solo hay sol. Yo sigo aquí, donde lloran las flores. Pero esa distancia que nos separa, al menos una vez al mes, es mucho más corta, mucho más leve. Y es que cada carta que te escribo me lleva de nuevo a ti. Tengo una foto tuya, conmigo, en el despacho desde donde las escribo. En ella, todavía lo recuerdo, hablábamos de un artículo que me habían publicado. ¿Mágico? No, destino. Ojalá nunca acabe esta unión, este camino que hemos creado entre libros y autores que nos unen. Ojalá todos tengamos siempre claro que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
Sueños-Somnium de la literatura certera
Manuel Ángel Morales regresa con Somnium, un recopilatorio de relatos cortos en donde demuestra, una vez más, maestría y talento en cada texto
26/06/2022
Actualizado a
26/06/2022
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