– ¿Cómo se pasa de apasionarse por el estudio de la guerra civil gracias a un libro de Paul Preston a lograr que Preston le escriba el prólogo, por segunda vez pues ya lo había hecho en ‘Los prolegómenos de la tragedia’ (2013)? ¿Y qué significa?
–Empezando por el final. Para mí es una enorme satisfacción y un alto honor, además de una distinción que Preston escriba el prólogo, siendo como soy seguidor de toda su magistral obra, empezando por su 'Biografía de Franco' que abrió mi interés por nuestra última guerra civil y por el franquismo. Creo que su prólogo representa, por otra parte, una evidente garantía de que el lector está ante una obra seria, honesta y rigurosa en cuanto a la temática tratada.
–¿Cómo contactó con Preston?
– A la altura del año 2009 nuestra paisana Lala Isla, afincada desde hace años en Londres, se dirigió a mí cuando quiso contrastar los relatos que su familia— conservadora de Astorga y marcadamente derechista de La Bañeza— le había transmitido sobre la guerra civil y la posguerra en uno y otro lugar (ello dio lugar a su recomendable libro de 2018 Las rendijas de la desmemoria), y estando ella académicamente próxima a Paul Preston, esto facilitó que desde entonces el prestigioso historiador tenga conocimiento de mis trabajos y mis indagaciones.
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–Era un soldado originario de Sabadell, contable jefe en una industria textil, casado, de 34 años en 1938 y padre de un hijo de tres años, de uno de los reemplazos de ‘maduros’ movilizados por el Gobierno republicano. Su Diario me llega en catalán, de la mano de su hijo, y que yo transcribo, traduzco, y contextualizo en cuanto a los hechos y detalles que él anota. Cusidó narra fecha por fecha su paso por el campamento de instrucción, su retirada a Francia en enero de 1939 ante el asalto de las tropas de Franco a Cataluña y su estancia en uno de los campos de internamiento franceses, su repatriación por Irún y su paso por la plaza de toros de San Sebastián, desde donde con mil más lo trasladan al campo de concentración de Valencia de Don Juan. Aquí pena hasta mayo de 1939 el solo ‘delito’ de haber sido soldado llamado a filas por la República.
–¿Qué novedades aporta sobre el campo de concentración de Valencia de Don Juan?
–En 'Convulsiones' casi se inaugurar el conocimiento de la existencia del campo que en aquella villa se estableció en una parte de los Talleres Casa Ponga, del que apenas sabían o recordaban ni siquiera los vecinos más mayores, y desde luego a él se debe poder conocer hoy los detalles del día a día de los bastantes más de mil confinados en el campo, que, por cierto, no fue de los más duros e inhumanos de los que formaron parte de lo que yo denomino ‘el gulag leonés’, gracias a la inusual favorable disposición del responsable militar del mismo, que dispensó a sus obligados moradores un trato mucho menos aflictivo del que era entonces norma, permitiendo incluso que sobre todo vecinas de la villa ayudaran y atendieran no poco y de modo solidario y altruista a mucho de los cautivos, muchos de ellos catalanes
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–Sobre los campos que ya eran conocidos, San Marcos, Santa Ana, y los demás de León, este libro acrecienta considerablemente lo que ya se sabía. Sobre estos y sobre los que ahora descubre por vez primera o casi, una fuente importante para conocer especialmente de las penosas condiciones que a diario en ellos padecían los prisioneros han sido los testimonios, desgarradores muchos de ellos, que algunos de los cautivos nos dejaron. Vemos por ellos que, efectivamente, en el recuerdo de la mayoría de quienes los sufrieron quedaron, en especial los de San Marcos y Santa Ana, como aquellos en los que, entre tantos como funcionaron en la España de Franco, se dieron las mayores aberraciones, crueldades y maltratos, en los que se causaron a sus inocentes pobladores mayores sufrimientos.
–¿Cómo pueden ser prácticamente desconocidos campos como los de Valencia o Astorga?
– En general, más allá de las investigaciones académicas no se ha hablado mucho de los campos del franquismo hasta hace bien poco, posiblemente por el interés de algunos en seguir manteniendo en la sombra esta vergonzante faceta de nuestro ‘pasado incómodo’, relativamente reciente y no tan ajeno como pudiera parecernos, y por la comprensible reticencia de quienes fueron obligados a vivir semejantes barbaridades a rememorar y reverdecer tales traumáticas y dolorosas experiencias. Seguramente lo uno y lo otro haya influido en mantener oculto o en penumbra lo que desvelamos en el libro, que es ahora mismo el más completo y actual sobre las numerosas prisiones, destacamentos penales y campos de concentración franquistas desperdigados por la provincia de León.
–¿Aporta como contrapunto el testimonio del soldado nacional Antonio Lobato Cabañas, ¿es muy diferente su testimonio al de Cusidó desde el lado republicano?
–El testimonio del soldado ‘nacional’ Antonio Lobato Cabañas, de Jiménez de Jamuz, mi pueblo, uno de tantos jóvenes de nuestra tierra movilizado por los sublevados para una guerra que la inmensa mayoría no quiso, que unos pocos iniciaron como consecuencia de un golpe de Estado exitoso solo a medias, y que benefició solo a una minoría, es en este libro el contrapunto o contraste al del soldado republicano desde el otro lado de la trinchera, y se trata más bien de un Diario de operaciones de la unidad militar en la que estaba destinado en el frente de Aragón, del Segre y del Ebro, que muestra la crudeza y las penalidades de la guerra que sobre todo en primera línea, como era su caso, se obligó a padecer también a los soldados que a la postre poco vencedores resultaron, y que como Antonio Lobato, después de la victoria hubo de volver en su pueblo a su oficio de alfarero.