Columna de muchas dudas porque, para variar, me sobran títulos para un solo contexto. La Colmena fue una opción, no pensando en Cela si no en un cepo con sus panales y celdas y enjambres con sus zánganos y reinas. La Berrea era el favorito porque ya resuenan en la montaña leonesa los coros de ciervos machos en celo, berreando para atraer a las hembras. Títulos descartados por ser espectáculos naturales demasiado bonitos y limpios para ensuciarlos con ciertas comparaciones. El Planeta de los simios (Ahujas, en el siglo XXI), ganó la apuesta. Ahora, vamos con los contextos.
Es media noche. El edificio despierta y se encienden luces ante la violencia verbal de un vecino: «Puta ninfómana… sal de la madriguera como las conejas…». Vamos a omitir el resto, en todos los ejemplos. No nos vemos nadie, pero nos intuimos tras los tabiques, marcando el mismo número de teléfono, deseando que la policía llegue lo antes posible. Amanece. En ese autobús que lleva el sueño hasta el trabajo, un joven grita a las pasajeras: «Putas ninfómanas… salid de la madriguera como las conejas…». El autobús frena en seco, los presentes se encaran con el joven, la policía acaba en el lugar de los hechos y el venado en celo es conducido al redil de saldar cuentas. Llegamos al trabajo. Un empleado, arrastrando una mala noche, increpa a las compañeras: «Putas ninfómanas… salid de la madriguera como las conejas…». El superior más directo interviene ipso facto y puede que se solucione a nivel empresa o intervenga la justicia, pero el sujeto paga por su mala noche. Acaba la jornada laboral y ya de cañas por El Húmedo, un individuo pasado de copas grita a las mujeres presentes: «Putas ninfómanas… salid de la madriguera como las conejas…». La reacción de los presentes será la misma que en el autobús, sin dudarlo. Y ya en casa, tu hija cuenta que en el colegio, una cuadrilla de chavales ha gritado a las chicas: «Putas ninfómanas…salid de la madriguera como las conejas…». O mucho me equivoco o a primera hora de la mañana, una avalancha de padres estará exigiendo explicaciones al director del centro o poniendo la denuncia pertinente.
Así ando, imaginando situaciones, incapaz de encontrar en mi entorno un solo contexto en el que vejar a las mujeres sea admisible y, mucho menos, gracioso. Parece que sólo hay un lugar donde está ‘normalizado’ desde hace décadas: no es un instituto público, ni un barrio marginal, ni un lugar de copas. Es un centro religioso y privado, a cuyos alumnos vemos estos días en las redes entonando proclamas nazis. Allí está el dichoso contexto y sólo allí (que se sepa) consideran tradición el grito de guerra de un macho alfa, al más puro estilo Planeta de los simios, con una manada de primates jaleándolo. Sabíamos la involución que estamos teniendo, pero los Ahujas, de una sola patada, nos ha dejado al fondo de una caverna con una estaca en la mano. Y asusta. Pero aún asusta más que las insultadas defiendan a sus primates porque lo tienen ‘normalizado’. Un gran favor para las futuras mujeres que tropiecen con vuestros neandertales, niñas. Y nosotros denunciando la misoginia en Irán o Afganistán… Por salud mental, mejor no saber si son ésos los becados por su Presidenta.
Es curioso, la zozobra que puede provocar una imagen tan simple como un edificio en el que se iluminan las ventanas de modo orquestado alrededor de un núcleo. Quizá hayan influido las declaraciones del director, diciendo que hace años se les ordenó cambiar los insultos por onomatopeyas animales. Lo cierto es que esas ventanas iluminadas, por un momento mutaron en mil metáforas en las que no aparecían humanos: un nido de larvas nacidas entre algodones, provocando la misma desazón que cuando separas las hojas de la parra y descubres un enjambre de avispas, a mil doscientos euros la celda, disparando su pequeña dosis de veneno con el aguijón. O cuando descubres en la bodega el nido de ratas amenazando con convertirse en plaga. O la madriguera de topos que, amparados en la oscuridad, destrozan la mata de flores de la abuela. O esa guarida de cachorros, escondida en la maleza...
Y descubres de repente dónde nacen esas manadas destilando odio, que tan de moda se han puesto en las calles y en las bancadas del Congreso, repitiendo una y otra vez que no quieren que se dé educación sexual en los colegios, no se perviertan sus niños. Algunos no les entendíamos porque en los colegios públicos a los que tenemos alcance, no tienen como ‘tradición’ llamar zorras, putas ni conejas a nuestras hijas. Por fin lo entendimos, estaban más informados que nosotros.
El último título candidato para esta columna era ‘La Vergüenza’. Perfecto resumen de una semana protagonizada por Annie Ernaux, ganadora del Nobel de Literatura y autora de ese libro; por un tal Osorio (al que han salvado los Ahujas) y por una manada de primates berreando (perdón por la continua repetición de estas palabras, es que son tradición en mi pueblo). Pues eso, no fue título, pero será la última palabra: Vergüenza.
El planeta de los Ahujas
09/10/2022
Actualizado a
09/10/2022
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