Vamos, ánimo, que ya queda menos. Casi sin darnos cuenta ya hemos superado, con mayor o menor suerte y dignidad, el sorteo de la Lotería de Navidad y la cena familiar de Nochebuena. Eso sí, ya hemos empezado la cuenta atrás para en menos de un año volver a escuchar el soniquete de los niños de San Ildefonso y el de cuñados, suegras, yernos y demás fauna ibérica que habitan dentro de la especie conocida como familia política. En un principio no encontraba mucho sentido a ese apellido de ‘política’, pero tengo que reconocer que en la actualidad y viendo el gran nivel de nuestros políticos no hay mejor vocablo para definir a esos que no has elegido, pero que son daños colaterales de un calentón amoroso o vayan a saber de qué tipo. Y en cuanto a los del ‘Bombo’, siempre he defendido la teoría de que lo malo no es que no te toquen unos cuantos miles de euros, eso es asumible, lo que es una tragedia es que tú sigas igual de pobre que antes y que sin embargo a compañeros de trabajo, vecinos o conocidos sí que les sonría la suerte. Llámenme ‘amarrategui’ pero en este partido millonario firmo el empate antes de empezar. A mí no, pero al resto tampoco.
Ahora como ya sólo queda Nochevieja, con sus correspondientes uvas y la campanada esperpéntica de la Pedroche, y la tranquila y cálida cabalgata de Reyes, con la búsqueda previa de los respectivos regalos para los jetas de los Reyes Magos, que al final como todos los años subcontratan sus servicios a unos intermediarios llamados padres. En la época en la que yo era el que recibía la sorpresa era mucho más fácil porque las opciones donde elegir eran menores, pero ahora fíjense si la cosa se complica que te meten en tu buzón catálogos de más de doscientas páginas. Y no hace falta haber estudiado matemáticas para hacerte una idea de lo difícil que es en esta ecuación despejar la x. Y nada que decir de la suma de las cifras que aparecen al lado de las imágenes.
Pues mientras pasaba anodinamente las hojas de estas ‘biblias’ del consumismo navideño mis ojos se fijaron en una donde se podían observar varios modelos del mítico e incombustible Monopoly. Sí, otro ejemplo de la involución humana. Antes sólo existía el Monopoly y ahora, a las pruebas me remito, le han salido varios hijos bastardos: Ms., Junior, Tramposo, Voice Banking, Gamer y Fortnite. Hasta ahí y tras un primer vistazo todo dentro de lo normal y acorde con el declive de nuestra civilización. Pero atrevido de mí, me dio por entrecerrar los ojos para poder leer el pequeño texto que venía en la foto de Ms. Monopoly. Y no me refiero a la leyenda «Emocionante juego de las propiedades inmobiliarias», que comparten todas las versiones, sino a la otra, a la que venía en mayúscula y en negrita. Me ruboriza transcribirla pero no tengo más remedio. Mis ojos ingenuos no daban crédito mientras leían «El primer juego en el que las mujeres ganan más dinero que los hombres».
Mi sorpresa fue tal que tuve que tirar de una doble comprobación. En primer lugar, cerré los ojos durante unos segundos y al abrirlos volví a enfocar la imagen, para descartar que mi vista cansada me hubiera jugado una mala pasada. Pero no, ahí seguía esa combinación de palabras. Por esta razón, opté por cerrar el catálogo y pasados unos minutos volver con la ayuda de mi dedo índice a la página 207, que era el lugar de los hechos. Y sí, ahí seguía ese gran reclamo publicitario que regalaba igualdad a raudales. Me entenderán que ante este acontecimiento y teniendo en cuenta las cientos de horas que jugué al Monopoly, el de toda la vida, con mis dos hermanas me haya visto obligado a enviar un ‘guasap’ a mi tocayo Sánchez, para que a su vez le pida a la Abogacía General del Estado un escrito por el que mis hermanas no tengan inmunidad y así pueda llevarlas a los tribunales y que cumplan su pena. Vamos, justo lo contrario al otro encargo que les hizo hace unos días. Y se preguntarán las causas que me llevan a emprender acciones legales contra mis compañeras de libro de familia. Pues la respuesta es sencilla, porque durante años me engañaron y me humillaron como hombre, ya que al Dios del Monopoly pongo por testigo, nunca gané más que ellas en este juego y cobraba los alquileres de mis casas y hoteles al mismo precio que ellas. Es duro enterarse décadas después de que has sido uno de los pocos tontos en haber jugado en igualdad de condiciones, independientemente del sexo. Y claro, entiéndanme, pero como padre de una niña, ya no tuve que buscar más porque ya había encontrado el regalo ideal para ella. Eso sí, estaba en la página de al lado. El Twister, para que vaya practicando las posiciones inverosímiles que tendrá que poner para sobrevivir en el mundo tan patético y loco que le espera.
El tonto del Monopoly
26/12/2019
Actualizado a
26/12/2019
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