Escondido en el coro copió todas las vidrieras "por si las volaban"

Cayo Jesús Fernández Espino era un artista y artesano leonés al que al estallar la guerra le horrorizaba la idea de que los bombardeos acabaran con las vidrieras de la Catedral

Fulgencio Fernández
20/09/2020
 Actualizado a 21/09/2020
Cayo Jesús Fernández Espino rodeado de "sus vidieras". | L.N.C.
Cayo Jesús Fernández Espino rodeado de "sus vidieras". | L.N.C.
«A mi gran amigo Ico, compañero de la Catedral de León, gracias a él, que me dejó una llave del coro desde el cual, escondido, pude pintar las vidrieras entre 1936 y 1939». Este texto, que firma Jesús F. Espino, está escrito detrás de una foto del citado Ico, un recordado personaje de la vida social leonesa ya que fue durante muchos años el campanero de la Catedral.

La foto la conserva el nieto del firmante —Cayo Jesús Fernández Espino— en su modesto taller de restauración del barrio de San Mamés. Es Jesús Fernández, quien además de alumno suyo, y buen alumno, es asimismo el guardián del legado y de la memoria de este personaje que, como él explicaba en este texto, le horrorizaba la posibilidad de que la gran joya del patrimonio leonés, las vidrieras de la Catedral, pudieran quedar destruidas por los bombardeos.Y decidió, de acuerdo con Ico el campanero, encerrarse en el coro durante meses e ir copiando una por una todas las vidrieras para que si desaparecían hubiera un modelo del que volver a reproducirlas. «No sería lo mismo, pero otra cosa no podía hacer», recuerda su nieto que comentaba a la familia pues aún convivieron con él muchos años ya que falleció en el año 2000. «Como algunas vidrieras le quedaban muy alejadas de su escondite en el coro utilizó unos prismáticos para ir copiando.

Recuerda Jesús Ángel Fernández que «el abuelo, Cayo Jesús, era delineante del Ayuntamiento de León y cuando estalló la guerra vio cómo dos bombas caían muy cerca de la Catedral. Pensó, como caiga otra aquí no queda nada y se pierden esas vidrieras únicas...».
"Mi gran amigo Ico, el campanero, me dejó una llave del coro de la Catedral y desde allí, escondido, pude pintar las vidrieras", escribe Cayo Jesús detrás de una foto del citado Ico
Le ayudó en la tarea —además de su condición de ‘amante de la Catedral’— el hecho de ser un artista de nivel, especializado en la pintura realista y la plumilla, géneros ideales para la tarea que quería emprender y llevó a cabo como se puede comprobar en los numerosos cuadernos que conserva su nieto con los dibujos, que posteriormente pasaba a acuarelas.

No parece que se le diera excesivo valor a la gesta de Cayo Jesús Fernández Espino, aunque sí tuvo el privilegio de que la recogiera en la revista Tierras de León una excelente pluma leonesa, la de Antonio Gamoneda, quien escribía en una de sus habituales colaboraciones en la revista Tierras de León: «Era el año 1936 y algún avión rojo dejó caer una bomba (Cayo Jesús, con encantadora exageración, habla de un ‘bombardeo’; el recensor que firma estaba allí: no hubo sino una bomba en los extrarradios), y es el caso que Cayo Jesús dio en temer la destrucción de las vidrieras, y, así, llevado del temor, comenzó una tarea de años. El asunto es cuasi novelesco: con unos prismáticos, y la bondadosa complicidad del campanero [su gran amigo Federico, Ico] acometió la quijotesca aventura de reproducir («para que pudieran reconstruirse») las vidrieras de la catedral de León. Así, como suena. Y al cabo de empresa tan deliciosamente desaforada, cuando la técnica ha vestido de candor el proyecto manual, lo que sí es verdad es que Cayo Jesús ha logrado un documento conmovedor: ¿De las vidrieras? Más bien, de sí mismo; de su terror estético y milenarista, de las secretas horas de emboscamiento en los altos triforios catedralicios».

Como se ve Gamoneda rebaja el peligro de bombardeo sobre las vidrieras pero eleva la categoría humana de la aventura emprendida por Cayo Jesús, que califica de «deliciosamente desaforada» y «quijotesca». Sobre el bombardeo, anecdótico para el caso que nos ocupa, se escribía en el digital Ileón en su serie ‘80 años de la guerra civil en León’, del año 2016 y en un capítulo firmado por López de Uribe bajo el título ‘El misterioso bombardero que atacó León en los primeros días de la guerra civil’: «El primer ‘periódico’ publicado en León el 25 de julio de 1936 explicaba en su página tres: ‘A las cinco de la mañana [del día 22 de julio], un aparato trimotor, civil, de línea, según nos dicen. El estrépito de unas bombas sobre la Base de Aviación rompe al amanecer. No pasó nada. El avión huyó. Radio Portugal dijo después que había sido capturado en tierras lusitanas con tres miembros’. Este ‘órgano circunstancial de la ciudadanía leonesa’ que fue lo primero que se publicaba en la capital tras el 19 de julio, casi no daba una: ni trimotor, ni huido a tierras del país vecino. Sin embargo, sí que acertaba en que era un avión de línea ‘reconvertido para el bombardeo’. Y daría bastante que hablar durante muchos años, ya que hasta hoy, en León, no se ha desvelado qué tipo de aparato era».
Gamoneda: "El asunto es cuasi novelesco: con unos prismáticos y la bondadosa complicidad del campanero Federico acometió la quijotesca aventura, deliciosamente desaforada"
En fin, lo que sí es una evidencia es que «propició» la aventura de este artista leonés, que se movía en los círculos de gente como Vela Zanetti o Modesto Sánchez Cadenas, fusilado en el grupo de Miguel Castaño.

Y volvamos a él, a Cayo Jesús Fernández Espino, nacido en 1906 en un lugar hoy despoblado, Bracas, cercano a Valencia de Don Juan, aunque pronto su familia se trasladó a la cercana localidad de Gordoncillo.

Su nieto Jesús Fernández ha confeccionado una biografía con los recuerdos que guarda del abuelo y sobre sus inicios en el mundo del arte escribe: «Su afición al dibujo pronto pasó a ser una pasión, de la cual su maestro se dio cuenta y en vez de reñirle por pasarse el día dibujando le suministraba papel suficiente para que siguiera con su afición pues vio en él madera de artista. Lo que más le gustaba era pintar paisajes, casas con humo, árboles y labriegos trabajando en las faenas del campo». Y por aquella época aparece un personaje importante en la biografía de Cayo Jesús Fernández Espino: «No sé su nombre pues todo el mundo le conocía por Tabuyo, aunque a él no le gustaba nada y algún cachete repartió por ello, pero entabló una amistad fraternal con el abuelo, basada en la afición común por la pintura. Tabuyo llevaba a Cayo Jesús a casa y le enseñaba revistas de pintura, con obras de los grandes maestros, ante las que el abuelo se emocionaba y mostraba su deseo de ser con el tiempo pintor».

Con 12 años Cayo Jesús debió abandonar la escuela pues se requería su ayuda en las tareas familiares, trabajando en el campo, pero aparece entonces un segundo personaje importante en la vida del chaval que quería ser pintor:«También era pintor, de brocha gorda, se llamaba Timoteo Martínez y cuando le dijeron que había un chaval que pintaba muy bien quiso conocerlo. Le impresionaron los trabajos del casi niño y pidió permiso a sus padres, Gabriel e Inocencia, para llevarlo con él. Y se lo dieron. Fueron juntos a de Gordoncillo a Valderas, después a Laciana. Timoteo les recomendó que hicieran lo posible por enviar a Cayo Jesús a una academia de arte pues tenía madera».
No concederle una beca por "no ser vasco" trajo a Cayo Jesús al taller de vidrieras artísticas de David López Merillas, el domador de la luz, que trabajó en las vidrieras de la Catedral
Quiso la fortuna que en el verano de 1922 se hospedara en la casa de los padres de Cayo Jesús una muchacha vasca, a la que preguntaron si el chaval podría continuar su formación en Bilbao. Y se fue con ella. Entró a trabajar en un taller de pintura, donde le explotaban y se fue, llegando a pedir trabajo en otro. «Era el de un gran escenógrafo, Eloy Garay, que le pagaba siete pesetas diarios, además de enseñarle escenografía y dejarle libre a las seis de la tarde, para que pudiera acudir a la Escuela de Artes y Oficios, de 7 a 9 de la tarde, y pagando 250 pesetas por la matrícula para todo el año. Allí ya ganó un premio con un retrato de un amigo llamado Volney Conde».

Guardaba el leonés grandes recuerdos de su paso por Bilbao, de su iniciación en diferentes géneros: dibujo de figura, con modelo vivo, dibujo geométrico... ganando además diferentes premios, mientras seguía trabajando con Eloy Garay y aprendiendo escenografía...
Y aparece un nuevo nombre en su carrera, José Arrue, quien le propuso probar un nuevo procedimiento que él estaba probando, pintar en cristal. No lograr una beca por no cumplir el requisito de ser vasco le llevó a regresar a León y trabajar en el taller de vidrieras artísticas de David López Merille, con el que estuvo tres años. Era un artista de gran prestigio en la ciudad, conocido como ‘el domador’ de la  luz, y que trabajó en la restauración de las vidrieras bajo la dirección de  Juan Bautista Lázaro. Algunos de sus trabajos aún hoy pueden contemplarse lugares como la sede de la Diputación o en la Casa de Botines. Lamente Jesús Fernández el trágico final de este artesano del vidrio, fue una de las víctimas de la explosión de la Tintorería Habanera, que estaba justo debajo de la casa de Merille. Fue en el año 1961 y muchos leoneses aún recuerdan aquella tragedia.

Seguramente su formación en este taller tuvo mucho que ver en la decisión de ‘perpetuar por si acaso’ las vidrieras de la Catedral leonesa, una obra que fue llevada por Edilesa al recordado libro ‘Las vidrieras de la Catedral de León, una obra de referencia.

Y un orgullo para quien preserva el legado de Cayo Jesús Fernández Espino, otro tipo singular, el artesano restaurador Jesús Ángel Fernández.
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