Las horas completas

Por Ana Merino

Ana Merino
21/07/2024
 Actualizado a 21/07/2024
Luis Mateo Díez. | MAURICIO PEÑA
Luis Mateo Díez. | MAURICIO PEÑA

Las novelas de Luis Mateo Díez están llenas de voces, de murmullos de vida compartida entre muchos y peculiares personajes. Luis Mateo le da a la literatura un ritmo cordial donde sus entrañables protagonistas, sometidos algunas veces a disparatadas circunstancias, se acompañan unos a otros en el periplo de existir. Me encanta esa sensación de comunidad donde todos están juntos, se necesitan y se cuentan cientos de cosas y salen adelante pese a las adversidades. Sus personajes son seres que se narran dentro de la propia narración y se sienten cercanos y absurdos. 

Cuando leí Las horas completas estaba ya viviendo en Columbus, Ohio, y acababa de leer La fuente de la edad y me había gustado tanto que fui a la biblioteca a buscar otro de sus libros. Necesitaba seguir escuchando la melodía de la prosa de Luis Mateo y sentir todo ese trasiego lúdico de personajes yendo de un lado para otro. En Las horas completas los protagonistas eran cinco sacerdotes que salían de excursión en un viejo coche, y el viaje se complicaba cuando se les aparecía un peregrino tirado en la carretera. Ese peregrino, que era pícaro y mentiroso, generaba todo tipo de situaciones rompiendo con la armónica relación entre los clérigos. Los diálogos iban trenzando imágenes de la vida de cada personaje, fraguando tramas y subtramas. 

No me esperaba que la vida de todos esos religiosos me resultara tan estimulante, y que un extraño peregrino me tuviera tan atenta y desconcertada. La novela no bajaba el ritmo y todo lo que vivían esos clérigos te sumergía en tiempo paralelo, en una atmósfera de atardecer inquietante que consumía las horas y te dejaba perplejo. Las cosas que se contaban los personajes no eran solo sobre la vida, también había meditaciones sobre no ser nada, sobre la fe y la desesperación. El pequeño viaje, la merienda planeada, se transformaba en un secuestro, en un robo, en un camino truncado, en un ansioso devenir en el que los clérigos no sabían bien cómo reaccionar ante tanto despropósito. Y yo también me transformaba en una lectora sorprendida y fascinada.
 

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