No deja de lado su apodo de cuenca minera porque su pasado la ha pintado de un orgulloso negro carbón. Pero ahora saca pecho de un nombramiento que peleó como lo hacían cada día esos mineros en sus pozos, el de Bien de Interés Cultural, con categoría de conjunto Etnológico, del que presumirá en las ferias. Bajo esta etiqueta, Fabero pone en valor y consigue protección para un sistema patrimonial industrial y minero que «en su conjunto refleja una realidad que fue el sustento de muchas familias durante muchas décadas», explica. Dentro de esta protección se engloban varios enclaves: Pozo Viejo, el más conocido, el Pozo Julia, la Mina Alicia o la de Negrín, el Poblado Diego Pérez, la línea de baldes y los itinerarios mineros.
El equipo de gobierno, con su alcaldesa Mari Paz Martínez, está empeñado en colocar al municipio de Fabero a la cabeza del turismo industrial y minero, que cada vez va teniendo más adeptos, y esto se nota en las visitas al Pozo Julia que incluso se hacen nocturnas. «Este verano hemos pasado de tener apenas cincuenta visitantes en el mes de enero a rebasar los mil visitantes en agosto», explica Soraya Navarro.
Esta progresión indica «que vamos retomando el ritmo de la época anterior a la pandemia, que se venían contabilizando una media de 5.000 visitantes al año». Es todo un récord para una zona netamente industrial que ha tenido que volver a nacer a base de sus recuerdos. Son los que pueblan el Pozo Julia, donde, desde 1991, ya no se escuchaba el sonido de la jaula meterse en el pozo. En 2008 se decidió recuperar su historia y enseñarla, presumiendo de ella. «Queremos que no se olvide esta forma de vida», es el lema de los antiguos mineros y los habitantes de esta zona, y que la memoria minera que lleva vigente en esta cuenca casi 200 años perdure, y nada mejor que el Pozo Julia para mostrarlo».
Lo que más sorprende a los visitantes son los vestuarios, con las poleas para colgar la ropa de trabajo en el techo y que así «se pudiera secar, porque siempre salías mojado del tajo» y, obviamente, la galería minera. «Ahí pueden comprobar cómo era este pozo por dentro, donde se trabajaba, y los espacios estrechos donde se picaba la antracita. Impresiona mucho». Además se ha convertido, junto con el Pozo Viejo en un referente cultural que alberga muchas exposiciones a lo largo del año, las más famosas las del programa cultural CIAN- m de los alumnos de Bellas Artes de la Complutense de Madrid, con la impartición de cursos por parte de artistas como Antonio López, Félix de la Concha o Tomás Bañuelos.
Del carbón, los fósiles
Ser cuenca minera tiene una segunda particularidad, que la tierra permite ver fósiles únicos. Eso ha hecho que Fabero abra un Aula Paleobotánica de altura con increíbles testimonios del Carbonífero. Se trata de un espacio alojado en las antiguas escuelas por el que han pasado en su primer año más de 1.300 personas. El germen de este proyecto surge del interés de alguno de los integrantes de un grupo de senderismo local por el área en la que se llevó a cabo la extracción de carbón. Anglés y Joaquín Ramos, junto a Carmen González, Ernesto López y Chencho Martínez, fueron los pioneros del proyecto que ha constituido un nuevo museo que se nutre especialmente de la Gran Corta.
Sin salir del legado minero, Fabero ha decidido mostrar lo que daba la mina, no solo en el pozo, sino también en la casa. La función de los economatos, la manera de vivir en la cuencas minera pretende recuperarse en la Casa minera, el espacio habitacional de un minero de los años 50/ 60. Ubicada dentro del Poblado Diego Pérez. Es una vivienda de las tipificadas como pequeñas, por tener solo dos habitaciones. «está igual que estaban las viviendas mineras de los años 50», con su inodoro en el suelo y sus peculiaridades de la época.
Este tipo de viviendas se construyeron para dar cabida a la cantidad inmensa de mineros que venían a trabajar a esta empresa y se encontraban que no tenían donde vivir, debido a la escasez de viviendas y a la gran demanda de ella. Y compraba en el economato. El de Lillo ha vuelto a la vida tras un proyecto de dos años desde que se cedieran las instalaciones y ya es visitable, con aportaciones de los vecinos y la reparación efectuada por el Ayuntamiento
Le llaman el economato de Antracitas de Marrón o de Marrón a secas. Es una donación de la familia García y en estos economatos se vendía prácticamente de todos, desde ropa, calzado, alimentos y enseres varios. Se destacan alguna piezas como libros, incluso alguno de los años treinta, con los que estudiaban los niños, sus libretas, sus zapatos. Las botas de agua o el sistema de cortado del bacalao; las botellas de gaseosa, publicaciones de la época…
Y la escuela
En ese encendido reto de mostrar la vida en la cuenca minera, Fabero ha puesto la mirada en sus escuelas antiguas. Las Escuelas del Ayer es un centro cultural ubicado en la calle Sierra Pambley que pretende servir de espacio- homenaje y de memoria sobre la educación del ayer y como ha ido evolucionando en la sociedad.
El centro se aloja en un edificio restaurado de las antiguas escuela de infantil y consta de dos plantas. En la primera se reproduce un aula tradicional con pupitres y material escolar, biblioteca de donaciones, juegos tradicionales, fotos y libros de texto. En la segunda se recrea la casa del maestro/a que solían vivir encima de la escuela. Es un espacio no solo destinado a museo sino que en ella, se celebran conferencias, presentaciones de libros y muestras itinerantes de exposiciones relacionadas con la educación.