Recuerdos espirituosos

Por José María Merino

José María Merino
21/07/2024
 Actualizado a 21/07/2024
Luis Mateo Díez. | MAURICIO PEÑA
Luis Mateo Díez. | MAURICIO PEÑA

Como la «lógica formal» está muchas veces alejada de la «realidad» –lo que la buena ficción, incluso fantástica, no toleraría–, Luis Mateo Díez y yo pasamos en León nuestra adolescencia y primera juventud sin llegar a conocernos. Nos encontramos ya en Madrid, y mi primer recuerdo «espirituoso» está en una tarde que vinieron su esposa Margarita y él a casa, y mientras mi esposa Mari Carmen hablaba con ella y yo preparaba unas bebidas —para Luis Mateo y para mí, whiskys— nuestra hija María, que entonces tendría dos años y medio, fue a susurrarle a Luis Mateo que su papá «le iba a dar veneno», pues para alejarla de aquellas botellas, eso le decíamos Mari Carmen y yo que contenían... 
En tiempos posteriores solíamos encontrarnos los sábados por la noche en el Mayte Comodoro, para tomar unas copas, con Juan Pedro Aparicio y su esposa Isabel, y mientras las tres chicas hablaban de sus cosas y tomaban unos cubatas, los varones le dábamos a la literatura —allí nació Sabino Ordás— y al supuesto «veneno»...

En esa vía espirituosa quiero recordar el entierro de Genarín, procesión que se celebra en León la noche del Jueves Santo, conmemorando a un pellejero —Genaro Blanco— que en la madrugada del Viernes Santo de 1930 fue atropellado y muerto por el camión de la limpieza municipal. Era un personaje bien conocido en lo popular, con gran afición al orujo, y su fallecimiento en unas fechas tan importantes en lo simbólico suscitaron la idea de celebrar una procesión laica en su recuerdo, paralela a las propias del sentido religioso de la semana. Y debo aclarar algo sorprendente: que la procesión fue prohibida en 1957 a instancias de cierto periodista ultramontano. Mas, recuperada en 1978, continúa celebrándose. Y tanto Luis Mateo como yo participamos hace años en algunas, evocando con tragos de orujo al celebrado pellejero, que se recuerda en un libro de Julio Llamazares, y hasta llevábamos unos primorosos escapularios elaborados por mí... 

El recuerdo espirituoso está también en el Parnasillo provincial de poetas apócrifos que publicamos en el año 1975, libro escrito entre nosotros dos y el también fallecido Agustín Delgado, aunque lo espirituoso, como se verá por el siguiente poema —del apócrifo Julio Rodríguez Martínez— no tiene carácter de júbilo, precisamente: 

Esos hombres sentados delante de una copa a mí me dan tristeza, que queréis que le haga. Están serios y visten chaqueta con arrugas y parece que nunca se marcharán a casa. 

Esos pobres leones de sábado a la tarde que recuerdan y escupen y consumen coñac, parece que han venido desde siglos remotos y están atormentados y no quieren mirar. 

Se les cae la cabeza hasta besar la copa y los ojos azules se les llenan de sangre, y solamente piden, con la mano perdida, que el camarero sirva una más y se largue. 

Yo no sé lo que es, pero da pena verlos: cómo el mechón grisáceo del cabello les cuelga, y cómo a veces hablan para sí y discuten o caen amodorrados encima de la mesa.

Esos hombres que veo en los bares oscuros y en los rincones viejos del café de provincias me llegan hasta el alma y me ponen enfermo y quiero marchar lejos y no encuentro salida. 

Mas recordaré también los deliciosos schnapps, destilados de distintas frutas, de los que disfrutamos en Neuchâtel Luis Mateo y yo, de la mano de la profesora doña Irene Andrés-Suárez, organizadora de inolvidables congresos sobre la literatura española contemporánea, y de su esposo don Tomás. 

Y los filandones que hemos venido celebrando con Juan Pedro Aparicio en numerosos lugares de España y del extranjero nos han permitido conocer muchos vinos, e ir adquiriendo la certeza de que tal vez sea en España donde se encuentran los mejores vinos del mundo, aunque los españoles lo desconozcamos... 

En el año 2022, Luis Mateo Díez y yo fuimos galardonados con el premio Semilla de Oro por el ayuntamiento de Gordoncillo, provincia de León, y con tal motivo la excelente bodega comunal que allí desempeña su labor nos dedicó una partida de botellas, cosecha 2019, del delicioso vino La Costana (Prieto Picudo) que en la comarca tiene su asentamiento. Ambas remesas llevaban etiquetas similares, las de Luis Mateo con su caricatura, su firma y la expresión «¡Qué viva el vino!», la mía con mi caricatura, mi firma y mi sentencia «Bebe vida, vive vino»... La entrega del símbolo del premio —una fi gura de bronce— y de unas cajas de botellas, y un almuerzo, nos hicieron disfrutar de una grata jornada —añorando a Margarita, ya fallecida— en la que conocimos a gente digna de aprecio, empezando por el alcalde, don Urbano Seco Vallinas. 

A veces lo espirituoso nos ha permitido a Luis Mateo y a mí tener otras experiencias peculiares. Hace unos años, la profesora doña Luisa Chang nos invitó una semana a su universidad de Taiwan, y fueron días memorables por el conocimiento de unos espacios tan lejanos, ciertas costumbres —como la de llevar la comida a los templos y dejarla un rato allí, para que los dioses la bendijesen— los parajes, o el estupendo museo cargado de diminutas obras de arte... 
Pero la experiencia taiwanesa que mejor recordamos está relacionada con lo espirituoso. Resulta que, conocedores de nuestra presencia en la universidad, los miembros de un importante club literario —que existe prácticamente en todo el mundo— nos invitaron a una cena. Estaríamos en ella la profesora Chang, nuestra anfitriona —que sería también la intérprete—, y nos acompañarían el presidente, el secretario y el tesorero de la asociación. Nos llamó la atención que cada uno de ellos trajese dos botellas de vino tinto, que no sé de dónde pudieron haber sacado... Y doña Luisa Chang nos dijo que eran tantas, porque sabían que los españoles éramos muy bebedores... 

La cena fue curiosa y divertida, pero nuestros huéspedes bebieron de forma tan exagerada que se emborracharon, hasta tal punto que tuvimos que llevarlos a sus casas... 
In vino veritas.
 

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