La mujer, la esposa, la madre, la periodista, la poeta y la novelista confluyen en la más reciente publicación de Esther Bajo, que acaba de salir al mercado bajo el título ‘Misterios Gozosos’ en la editorial salmantina Amarante. Esta primera novela se emparenta muy estrechamente con el poemario ‘Duelo’ (Multiverso) aparecido en el verano de 2020 pero que se escribió al mismo tiempo que la novela, en concreto durante los primeros años de estancia de la autora al lado de sus dos hijas en la isla maltesa de Gozo, a la que acudió para rehacer su vida, como sucede igualmente a la protagonista de la novela, tras la muerte casi a la par de los grandes referentes de su vida, como fueron su madre y su marido, el periodista José Luis Estrada. Ambos libros tienen por tanto el mismo punto de partida. «De hecho los escribí de forma paralela. Al mismo tiempo que me iba al Xerry a ver el mar o a tomar un café, pues unos días me ponía a escribir un poema y otros días me ponía a escribir un diálogo o a tomar notas de cosas que me imaginaba, de personajes, de situaciones... Las escribí de forma paralela porque ambas publicaciones respondían a un mismo objetivo, que es expresar sentimientos y contar cosas en las que me fijaba por primera vez. Y hablar de José Luis», confiesa Esther Bajo, para quien la muerte de esos dos seres queridos, con una diferencia de tan solo seis meses, la llevaron a un estado de dolor y desolación en el que tan solo quedaba llorar. «Mi madre era un poco la tierra que yo pisaba y José Luis el aire que respiraba. Tuvo que pasar un tiempo hasta darme cuenta de que tenía que reiniciar mi vida porque básicamente tenía que rehacer mi familia y me pareció que necesitaba un espacio virgen que terminé encontrando en Malta, una isla con muy buen clima y con muchísima historia, que es algo que siempre me ha atraído mucho, el peso de la historia», reconoce la autora, que también se sintió atraída por el nombre de Gozo, la pequeña isla del archipiélago maltés en la que residió junto a sus dos hijas del 2015 al 2020. «El hecho de que fuera una isla era fundamental porque yo me daba cuenta de que mi familia, que éramos ya solo tres personas muy heridas y muy dolidas, necesitaba un lugar de pequeñas dimensiones en el que volver a sentirnos las tres cerca. Además, me gustan los sitios pequeños porque no tengo sentido de la orientación y me pierdo en cualquier lugar. Y luego el que en Gozo se hablara inglés hacía posible que mis hijas pudieran aprender el idioma. Todos estos factores influyeron en la elección, pero lo que determinó que decidiera quedarme en Gozo fue la hospitalidad de la gente. Si hubiera visto un ambiente más o menos hostil me hubiera dado la vuelta, pero vi una sociedad realmente dispuesta a acogernos», reconoce Bajo, para quien el proceso de integración en una sociedad diferente fue complicado. «Yo no puedo quejarme porque ser europeo en este caso supone un privilegio muy grande, pueden quejarse los que vienen de Libia o de Senegal, aunque no dejas de ser extranjero y tienes la sensación de que si este fuera mi país ya sabría cómo manejarme mejor, cómo exponer las cosas o por dónde tirar. Pero lo bueno que tiene Gozo es que es un microcosmos y siendo una sociedad pequeñita y en parte muy tradicional, es enormemente cosmopolita. No solo por el peso de la historia, porque por allí han pasado gentes de muy diferentes culturas, sino porque en la actualidad se mezclan malteses, ingleses, ‘neo-hippies’, muchísimos turistas y bastantes españoles que han llegado a este lugar tras la crisis financiera».
Los personajes que pueblan la novela ‘Misterios Gozosos’, a excepción de la protagonista, que responde al nombre de Eude, y de Él, en referencia a José Luis Estrada, son ficticios, salvo la vecina gruñona que existió realmente y que a pesar de su mal carácter fue la primera persona a la que Esther Bajo tomó verdadero cariño. «Ninguno del resto de personajes corresponde a gente que he conocido, pero sí a gente perfectamente posible, que podría existir y vivir en este lugar», sostiene la escritora, que derrocha honestidad y sensibilidad a la hora de describir su relación con el hombre de su vida, José Luis Estrada, al que este cronista tuvo ocasión de conocer, pero no demasiado bien a tenor de lo leído en el estremecedor capítulo titulado ‘Al atardecer y al amanecer, le recordaremos’, en su etapa como redactor en El Mundo-La Crónica de León, periódico del que Estrada fue su director desde 1999 hasta 2010. «Yo quería hablar de él y necesitaba hablar de él, entre otras cosas, porque yo soy una persona fácil de conocer y fácil de querer o de odiar también, las cosas como son. Pero José Luis no era una persona fácil de conocer, era una persona tan recta que no hacía ninguna concesión a la frivolidad, por ejemplo. Tenía muchísimo sentido del humor, pero no era frívolo ni superficial, y eso dificulta a veces la relación social. Entonces no era fácil de conocer y yo quería dejar constancia de su bondad, de su lucidez y de su absoluta honestidad. Sus hijas le conocían, pero eran bastante pequeñas cuando él murió y quiero que sepan realmente cómo era su padre, más allá de lo buen padre que era», declara Esther, a la que saco a relucir uno de los episodios que protagonizó José Luis Estrada durante su etapa de director de El Mundo-La Crónica, como fue su huelga de hambre para protestar, en solidaridad con el Secretario General de las Naciones Unidas, por las injusticias con el tercer mundo, un gesto que no fue del todo entendido por quienes entonces formábamos parte de la redacción y por un sector de la sociedad de la época. «Es de lo que más orgulloso estaba. Hay gente que pensó que eran ganas de llamar la atención y te puedo asegurar que José Luis moría antes de llamar la atención. Eso le costó horrores porque no era una persona que quisiera ser protagonista de nada. Era el intelectual puro. Él quería pensar, reflexionar, leer, pero en absoluto estar en primer término. Es más, jamás quiso ser director de nada. Él decía siempre que cuando haces muy bien tu trabajo inmediatamente te ascienden y ya haces otro, y así hasta que llegas a tu máximo nivel de incompetencia. José Luis era un gran periodista, enormemente lúcido, pero ni siquiera quiso ser director y mucho menos aparecer en una foto de un periódico», destaca Bajo, que reconoce el sufrimiento que para Estrada supuso sus últimos años en la dirección de El Mundo-La Crónica coincidiendo con la llegada de José Antonio Pérez a la dirección general. «José Luis sufrió tanto con la llegada de aquel hombre, que quería llevar el periódico justo en la dirección contraria a la que él pensaba que debía de ir, que por primera vez en su vida me dijo una vez: ‘estoy al borde de una depresión y no quiero que os veáis afectadas tú y las niñas. Me voy a ir a un psiquiatra para que me medique’, y así lo hizo».
Uno podría preguntarse por qué soportó todo aquello y la respuesta de Esther Bajo es rotunda: «por pura responsabilidad». «Él tenía intención de dejarlo pero su sentido del deber le llevó a no querer dejar el periódico en manos de aquella persona que lo iba a hundir y todas las personas con él».
Motivos personales fueron los que la llevaron a Gozo y motivos familiares los que aconsejaron su regreso a León después de cinco años de estancia en la isla maltesa. «Terminaba un ciclo en el caso de mi hija pequeña, que estudió allí toda la Secundaria. Entonces llegó un punto en el que había que plantearse la permanencia durante varios años más o el retorno a la ciudad en la que tenemos la poca familia que aún nos queda. Me pareció que era importante para mí y para ellas retomar la relación más cercana con la familia», sostiene Bajo, al tiempo que reconoce que «la vida era mucho más fácil allí, para ellas y para mí».
La publicación de ‘Misterios Gozosos’ por parte de la editorial salmantina Amarante coincide con un nuevo libro que verá la luz el próximo mes de mayo en la editorial Reino de Cordelia. Se trata de ‘Ven y mira. Historia del Cine Club Universitario de León’, escrito conjuntamente con este cronista y que trasciende el propio marco de la que fuera la primera y durante dos años la única actividad cultural de la recién creada Universidad de León para convertirse en la crónica de la generación que la hizo posible. «Me interesó mucho el proyecto cuando me di cuenta de que ese libro podía y debía ser mucho más que la historia de un cine club universitario que tuvo una gran importancia en León en su momento y que no mucha gente es conocedora de lo bueno que fue. Tú sabes que en aquella época estaba todo, como ahora, muy polarizado, y lo cierto es que hubo entonces pocas experiencias como ese cine club tan abierto y de tanta calidad en su oferta de programación. Pero me di cuenta de que en realidad era la generación, eras tú, era yo y toda la gente que vivimos aquellos años y que merecía la pena contar todo lo que hicimos. Tuvo una enorme trascendencia y además, en el caso de León, fue el último movimiento juvenil como tal. Porque es verdad que a partir de entonces nuestra generación se apoltronó básicamente y las generaciones sucesivas lo que han hecho mayormente es marcharse de León. Me pareció que merecía la pena no solo por un ejercicio de nostalgia sino por un ejercicio también hacia la gente joven de ahora. Nosotros vivimos una encrucijada entre dos mundos radicalmente diferentes, el de la dictadura y el de la democracia, y ellos están viviendo ahora una encrucijada entre dos mundos radicalmente diferentes, que son todo lo que conocemos y lo desconocido. Realmente nos enfrentamos a un cambio casi de especie. La ciencia y la tecnología han cambiado todo lo que conocíamos. Esa encrucijada también tienen que resolverla y creo que la fórmula es un poco la que aplicamos nosotros, la creatividad».