18/07/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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En esta tarea que puede suponerse fútil o espontánea en apariencia y en absoluto es concebida de tal modo si uno se lo toma en serio, de escribir un texto semanal que acabe en el costado de la página de un periódico con la aventurada forma de un contrafuerte repleto de letras, tal como en casi todo argumento uno puede escoger escribir de manera algo morosa y sin ánimo de imaginaria porfía y mucho menos real ofensa; con un tono suave, comedido y no exento de cierta contemporización con futuras discordias de quienes a menudo aguardan con el hacha levantada, prefiriendo en todo caso el argumentario, el desarrollo de razones, pros y contras, que pongan en su sitio un tema o una cuestión que, por general o concreta que sea, siempre será digna de análisis sopesado, destinada, bien es cierto, a juicio subjetivo, sí, pero abordable sin excesivo partidismo, de forma que el autor comprometa su punto de vista lo justo como para no caer en las tendenciosidades tan habituales por desgracia en la inflamable e inflamada prensa hispana; buscando, en definitiva, en el estilo, un estilismo que sofoque, recate o atempere la soberbia de alzarse a pontificar en tribuna pública sin a menudo tener más idea que los demás, y procurando que lo que se diga en tan sumaria como cortísima retahíla sea al menos del agrado en lo gramatical y sintáctico, y en resumen, que aunque no lo fuere en lo contenido, sí lo sea en el continente, ya que el estilo no sólo es una posición, también consiste en un atributo, la categoría que lo dicho adquiere gracias a la forma de decirlo, tan determinante o más que aquello primero.

Aunque... Esto mismo podría escribirse así. Lapidariamente. Incontestable. Como gusta ahora. Con puntos. Sin comas. Con determinación. Con el aplomo y la seguridad de las protestas secas. Cargadito de razón. Cortante. Sin apenas verbos. Con algún taco que otro. Joder. Me cago en todo. Ahí queda eso. Y blablá.

Hoy no sabía de qué hablar: es verano, y la actualidad sestea.
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