Esto no es América, carallo

A través de un monólogo interior Gari Ferrero nos adentra en la mente de un personaje que nos escalofría el alma, con sus pensamientos, con sus sentimientos, con su modo de hablarnos...

Gari Ferrero
07/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Sí, estoy entre rejas… Y qué. Cuántos de vosotros estáis atrapados en peores cárceles: matrimonios vomitivos, mujeres que odiáis, suegras que os dan asco, vecinos chismosos, primos ‘laretas’, compañeros meticones, padres diletantes, matronas insoportables, amigos haraganes, profesiones degradantes y aficiones insípidas.

El silencio, el silencio del que disfruto aquí me arrulla, me encuentra, me enamora, de mí más aún si cabe. Soy grande, soy único, quién si no sería capaz de segar lo que más quiere para dar gusto al destino sin inmutarse y mirando al tendido con la soltura del dependiente de una tienda de géneros textiles que rasga la seda para venderla. No, no, pero nadie, nadie entiende eso. No es cuestión de estar orgulloso de ello, ‘carallo’, es cuestión de que a veces hay cosas que una persona tiene que hacer y lo hace, aun a sabiendas de lo que pasará luego, la verdad no estoy orgulloso pero tampoco tengo por qué sentir remordimiento, leches. La gente no entiende este chollo.

La gente normal no entiende nada, son como ‘toixos’. Buscan la causa y el motivo y no saben de lo que va el ‘chollo’. Como el dependiente que me vendió la motosierra una semana antes del suceso. Y al día siguiente retiró todas las motosierras del escaparate, ahora estará autoinculpándose por no haberlo visto venir pero el imbécil no sabe que yo soy un gran actor, un gran actor a la altura de Jack Nicholson. Mentiría si dijera que me arrepiento por las niñas… no, no es así, es sólo por mí, por mí, porque estaría mejor fuera, fuera de aquí, qué duda cabe, con mis preciosos pulidos ‘bulldogs’ franceses, yo los crié, los adiestré, los hice a mi imagen y semejanza, sobre todo a Wellington. Ah, Wellington, debía haberle puesto Nelson, pero me sonaba a nombre de futbolista brasileño o de corredor de Fórmula 1, oficios demasiado vulgares para un can tan distinguido y valiente como un almirante inglés. Y los otros dos, los otros se llaman Carlomagno y Hannibal, los otros también fueron los mejores en los respectivos concursos pero esos jueces eran unos ‘pailanes’ y unos ‘remendafoules’, y los de la federación, menuda mafia, como ya había ganado con Wellington no querían que ganara siempre yo, no podían admitir que un neófito les diera lecciones, claro. Wellington campeón, campeón de España 2011, Campeón de Morfología, ni más ni menos. Qué retrato más bonito le pintó Andrea, ‘pobriña’.

Aquel día se resistió, pero estaba sedada, no creo que se enterara de nada. Gritaba: «Papá non a mates, non a mates», cuando Antía ya no estaba; sabía que luego le tocaría a ella, qué pena. Cómo les gustaban los perros a las dos pero no podía ser, no podía ser.

Vidas vacías, huecas de sentido como naves abandonadas por empresas deslocalizadas, ecos, ecos de la nada y para nada, idiotas que juzgan sumidos en su propia mentira, su propio teatro, prestidigitadores del autoengaño. Viven arrodillados ante todo y ante todos cociéndose en sus miedos hasta que el ogro de la vida los devore y desaparezcan de la faz de la tierra sin haber hecho nada de bueno ni nada de malo, mentes informes, beatos farisaicos que blasfeman cuando dios no atiende sus plegarias. Ellos construyen sus propias mazmorras, ellos son sus propios carceleros y sus propios jueces, juzgan, juzgan, juzgan y no saben que se están condenando a ellos mismos, como el ‘pai’ cuando criticaba a Pepiño, el hijo de Manuela la de Boixán, porque marchó a Barcelona y vino convertido en un ‘trucho de cojones’, Gala Alexia se hacía llamar. Claro, tanto juzgar a los demás que, cuando le tocó a él, ya estaba condenado y no pudo con esa pena.

No, no es una condena esto para mí, tenía otras opciones, el destino no estaba escrito pero sí el mandato, el mandato divino, y en mi mundo no hay más dios que yo mismo y un dios hace lo que tiene que hacer en cada momento y yo, yo tenía que romper todo lazo, segar toda ligazón con una vida que no era la que figuraba en mis propios evangelios.

Ya bastante tiempo tuve que pasar viviendo una farsa como esa que viven millones de personas ahí fuera y que nunca tendrán los arrestos, el ‘coraxe’ que he tenido yo. Mi vida era una farsa, todo lo hice por inercia (ahora recuerdo aquel juez del concurso canino de Sada, con el que hice bastantes migas, cuando me dijo: Anxo, creo que eres gay y no lo sabes). No quería admitirlo y descubrirlo tan tarde fue añadir dramatismo al desengaño de un tiempo perdido e inútilmente arrojado a la alcantarilla del olvido. Pero afortunadamente algo descorrió los tupidos y pesados telones del oscuro y dramático escenario que era mi vida, un algo me abrió los ojos, un algo que luego me impulsó a actuar con la precisión de un cirujano cortando el mal por el hilo fino del tumor que mantenía mi vida unida a la vomitiva pantomima de mi pasado. En el fondo, siempre supe que era maricón pero, si ser mujer es jodido, imagínate lo que es salir del armario. Así que decidí seguir la senda que todo el mundo marca para los hombres y a fe que puse todo mi empeño en ello. Me casé con una tía guapa hasta decir basta, elegante, estilosa, a mí no me vale cualquier cosa, que soy exigente, escogido, selecto, la que fuera mi mujer había de ser más que una proyección, una prolongación de mí mismo. Tuve dos hijas preciosas, ejemplares, aplicadas.

Tenía que romper, romper el lazo, sí. Tenía que romperlo. Podía haber matado a mi mujer por no entender que el mensaje subliminal de ir cambiando la paleta de colores de mi armario para que fuera haciéndose a la idea de lo que tarde o temprano iba a suceder, que la dejara por otro, podía haber provocado una masacre y cargarme a cien vecinos con una furgoneta en el paseo de Cangas o haber entrado con un fusil ametrallador en el colegio donde abusaba de mí Don Evasio. Aunque he de admitir que, hasta cierto punto, me gustaba, me daba un estatus especial, diferente, distinguido, siempre me gustó estar al lado de los poderosos.

Podía haber matado a mis padres por no admitir mi cambio de orientación sexual, un cambio que no era tal, simplemente fue una liberación. No lo admitieron y eso lo entiendo en un ámbito rural aldeano gallego donde nadie da la cara, todos te huyen, todos te rehúyen como a un apestado, es lógico el enfado inicial incluso la persistencia en ese enfado, eso lo entiendo. Lo que no entiendo ni respeto ni nunca pude entender, y lo que nunca olvidaré, es la cara de asco de mi padre, de profundo vómito cuando me recriminaba el paso que había dado. Asco a mí, que nunca les di un problema de niño, que he sido un marido ejemplar, un cocinero doméstico de ‘máster chef’, un padre exquisito, a mí, que soy un tío de éxito en los negocios y en la vida, a mí, que les di dos nietas de revista, incluso más que las infantas. Podría haber acabado con mi suegra pero qué, si la mujer no tendría ni que haber venido al mundo. ‘Pobriña’, cuando se enteró de que no era hija de su padre sino de un tipejo que pertenecía a los falangistas del pueblo, que vino a pasearlo cuando la Guerra del 36 y a los pocos años violó a su madre sin que esta pudiera denunciarlo tan siquiera. En castigo divino al falangista se le ahogaron dos hijas en una presa, dicen que las encontraron aguas abajo sin las respectivas cabezas después de haber pasado por las aspas de una fábrica de harinas.

Tenía que romper el hilo como fuera y de repente, de pronto se me abrió la mente, se adueñó de mí una absoluta clarividencia y una determinación tan firme como la que proporciona una revelación divina o ya, como sucedáneo, un par de ‘tiritos’ de cocaína. Pero yo no soy un drogata, yo utilizo las drogas en plan lúdico deportivo como los viejos juegan a las quinielas, siempre he controlado. Es verdad que últimamente tal vez haya abusado un poco de los somníferos y las benzodiacepinas y de las anfetaminas… Pero porros, porros no, nunca me gustaron, me dejan tirado y yo soy de acción, también bebía un poco, nada, cuatro cervezas y algún whisky, eso sí Lagavullin 16 o Knockando 1976, tuve que hacerlo, la reacción de mi padre me decepcionó tanto que no podía soportarlo. No, yo no soy un psicópata, un psicópata no tiene sentimientos, no se arrepiente, no odia, no se decepciona. Aquel día, fue como si se me apareciera la virgen, el intelecto se me abrió de par en par como a buen seguro se abrieron las puertas del cielo para recibir a mis dos inocentes angelitos. El cerebro se inunda de una gran luminosidad blanca y fría, tienes claro, clarísimo como nunca has tenido nada tan claro, que lo vas hacer, conoces las consecuencias y las aceptas y las asumes con total y absoluta serenidad y te das cuenta de inmediato de que no actúas por un simple calentón, has decidido matar y lo tienes que hacer por encima de todo y de todos.

Yo no soy un burdo maltratador doméstico de esos zafios alcohólicos que matan por celos. Qué son los celos si no el reconocimiento más humillante de quien se siente inferior, merecían una somanta de ostias, de lo tontos que pueden llegar a ser, quieren tener una ‘doncela’ su lado y encima no pagarle, porque esta gente no tiene estilo ni hombría, hay que ser ‘parvos’ y ‘tolos’.

No, lo mío no fue por celos ni por amor. El amor, el amor, qué es eso. El amor esclaviza, un tío enamorado es una veleta en la torre de otra persona, no es dueño ni de sus propias ventoleras y claro, cuando el otro tira la torre, todo son lamentos y ‘caralladas’.

Aquí soy libre, a mi manera pero libre. Sí, soy libre, entre barrotes pero libre. Nada me ata, no tengo miedo a nada ni a nadie, que es la mayor de las prisiones. Esta mierda de cacos que andan por el patio son medio ‘yonkis’, casi todos van como zombis, no valen ni para hacer jabón, salvo tres o cuatro ‘rapaciños’ guapotes que me surten del mayor de mis vicios aquí, el sexo, quién iba a pensar que entre rejas encontraría la proyección perfecta para mi nueva identidad, el paraíso de la promiscuidad por cuatro perras, ahora soy yo el que goza aquí de una posición preeminente gracias a mi inteligencia superior y a mi poder adquisitivo.

Ya digo salvo estos pocos, el resto son invisibles para mí al igual que las rejas y los funcionarios.

Matar es fácil pero suicidarse es de titanes, es acabar con tu mejor obra eso sí que es digno de encomio.

Pero yo no, no soy un psicópata ni un ‘tarao’ ni un asesino y menos un asesino en serie de esos americanos que se dedican a jugar al gato y al ratón con la policía y quieren pasar por intelectuales, ni esos ‘trapallones’ de los tiroteos y matanzas en los colegios.

De mí no harán películas. Esto no es América, ‘carallo’.

P.D. No sé lo que aguantaré aquí. Tengo una condena permanente revisable. Qué juez va a atreverse a decretar mi libertad en un futuro, por mucho tiempo que haya pasado de un crimen tan execrable. Pero yo, yo soy un hombre libre, no se me agotaron las opciones, aún me quedan dos balas en la recámara, una seguir resistiendo y otra, otra la propia muerte…, tal vez sea la muerte el regalo que deba poner al presente de mi vida.

Relato del Taller de composición que imparte Manuel Cuenya en la Universidad de León.
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