Hay tierras, generalmente aquellas más olvidadas por los jerarcas de cada provincia (y ahora también de cada comunidad) que están condenadas a ser noticia por los tópicos negros mientras se olvidan los muchos valores que encierran o, lo que es peor, de distorsionan sus tradiciones, sus costumbres, su forma de hablar, sus gentes trabajadoras, sus músicos populares...
En palabras de Marzán, el de Pombriego, un filósofo de muchos quilates sin obra publicada: «Estuvimos toda una vida, y la vida de varias generaciones anteriores, esperando a que nos hicieran y hasta que no nos la hicieron no nos dimos cuenta de que era para marchar, no para venir. Todo fue a peor, la mayoría de los agricultores se hicieron pescaderos en Madrid. Eso nadie nos lo dijo cuando vinieron a inaugurar».
Y es que, además, estas tierras olvidadas guardan en sus arcones fotografías de cuando las autoridades quisieron dejar constancia de que era una leyenda urbana aquello del olvido, allí están ellos pisando el barro —bueno, en la más conocida a Martín Villa le llevan a la silla la reina para que no lo pise—y dando la mano a los lugareños que les corresponden, así lo aprendieron en la escuela con abnegados maestros. Allí, a Cabrera, fue Paco Umbral a recoger un premio literario;allí fue el Gobernador Civil, cuando era un nombre que imponía, a tratar de desmentir aquello que había visto y contado Ramón Carnicer en su viaje;ahí tienes en la imagen a Francisco Laina, famoso porque durante catorce horas del 23 de febrero de 1981 (día del golpe de Tejero) ejerció el cargo de jefe de la Comisión Permanente de secretarios de Estado, un gobierno de facto, bendiciendo con su presencia en sainete en las tierras olvidadas.
Ahora, eso sí, hoy todos hablamos de la leyenda negra, de la España profunda, la vaciada... es lo que hay.
Una carretera para marchar
La última de La Nueva Crónica
27/01/2025
Actualizado a
27/01/2025
Lo más leído