Presencié, con gusto lo reconozco, una conversación que derivó en discusión entre un viejo carpintero, de los de lapicero en la oreja, y un montador de muebles de una de esas multinacionales que te lo llevan todo a casa.
Miraba el viejo albañil como el joven montador iba desembalando los muebles de la cocina y preparándolos siguiendo un plano y sus números correspondientes pegados en la madera. Hablaba el joven, no despertaba mucho entusiasmo su conversación a la que le respondía con monosílabos. Hasta que le preguntó que si eran buenos tiempos para el oficio (de carpintero, se supone) o los hubo mejores.
No se aguantó y le dijo aquello que le estaba escociendo desde que le vio colocar las piezas en riguroso orden: «Y a ti qué más te da cómo está lo de la carpintería, pregunta en la Universidad a ver cómo está la vida para los matemáticos, que es tu oficio, saber que la pieza dos va después de la una, y la tres detrás de la dos. Y al acabar a atornillar con una ridícula llave de esas»
- ¿Y usted (ya no le tuteaba) con qué trabaja?
- Yo con la azuela y sujeto con el canil, que para eso me lo pusieron en la boca, que de hablar tengo pocas ganas.
No pude evitar recordarlo al ver al viejo artesano trabajando con el canil.