«Y otra muy diferente el cantinero», sería la expresión que completa el título de esta columna para ilustrar esa realidad tan palpable tantas noches de invierno en la cantina, cuando el cantinero quiere cerrar, coloca las sillas encima de las mesas, se pone a barrer las esquinas, apaga la televisión y abre la puerta para que el frío desanime a los últimos clientes; pero el postrero de todos, el de la esquina, que ya se colocó allí para dejar clara su condición de ‘recalcitrante’, pregunta con evidentes dificultades de pronunciación: «Nos pondrás la penúltima. Y cierra la puerta que te vas a congelar».
Se acaba de desatar la tormenta, fruto de la irreversible realidad de que una cosa piensa el borracho y otra el cantinero; que se solventa con la victoria del borracho pues tiene una defensa impecable: «Que no lo vendan».
Pues esta realidad es exportable. Siempre piensan diferentes por parejas. Mira la famosa escultura de Trapote –que para más inri confesó que en nada se parecía a su propuesta original– y en las numerosas diferencias en las interpretaciones.
Dijo la oficialidad de la realidad de esta «familia» que el padre miraba al pasado y el hijo al futuro; dijo el ‘cabronicio’, que incidía en que estaba en la puerta del Obispado, que realmente se llamaba ‘El divorciado’, porque la madre no aparecía y la Conferencia Episcopal era contraria el divorcio; los de la enseñanza le llamaron el ‘Niño de la ESO’, porque nunca hace caso y siempre mira para otro lado y los peores, los que malician de todo, aseguraban que eran dos maniquíes de El Corte Inglés, que acababa de desembarcar en la ciudad...
Menos mal que ante tanta leyenda contra la indefensa escultura nunca faltará la cálida mano de una niña dispuesta a acabar con tanta incomprensión.