Un brevísimo cuento –no de seis palabras pero tal vez de seis líneas– de Eduardo Galeano desvela por qué lloran las palomas al amanecer. Y explica que cuando la paloma y el palomo salen de fiesta y uno de los dos muere, víctima de algún mal querer nocturno, el otro sigue la celebración hasta el amanecer, como si tal cosa, y ya en la mañana, con la celebración finiquitada, llegaba el momento de llorar, hasta con desesperación, con sinceridad y dolor.
Todas las noches están llenas de palomas y palomos con almas humanas, de fiestas sin fin en las que las muertes –metafóricas, por supuesto– no se lloran hasta el amanecer, como hacen las palomas de Galeano.
Nadie en plena fiesta suspende la celebración por lo que ocurre a su lado. Una pelea no enturbia un nuevo cubalibre, una cerveza o un viaje a los baños, solo o en compañía de otros. Nadie en plena fiesta suspende la celebración por casi nada. El cansancio de la brega sobre el barro que forman las bebidas derramadas no hace mella en el espíritu festivo y bailongo, que siguen su ritmo y hasta piden que suba la música... Nadie.
El regreso se llena de vicisitudes. Coches del amigo sobrio, taxis de vuelta a casa en silencio mientras enciendes el móvil y compruebas los mensajes de la noche que te preguntan sin respuesta... y quien decide caminar en la noche, que siempre despeja. Y buena falta hace.
Ycuando los tacones se hacen insoportables, los pies duelen, decides seguir sin ellos. Para apoyarte en el cubo mientras los descalzas, cuelgas el bolso. Yno lo recuerdas cuando sigues tu camino.
Es la hora en la que lloran las palomas.