La culpa es de Alonso

La última de La Nueva Crónica

Por Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
18/12/2024
 Actualizado a 18/12/2024
| MAURICIO PEÑA
| MAURICIO PEÑA

En una esquina del bar, con el As encima de la mesa —que le mantenían allí la fidelidad a Manuel Sarmiento, que veraneó en el pueblo— el asturiano decidió sentar cátedra, y allí, en el mismo rincón donde siempre se había hablado de las empacadoras, que cada año son más grandes; de las orquestas de las fiestas, que cada año son más caras; de las casas que se alquilan, que cada año son menos, y de los veraneantes en pantalón corto y sandalias con calcetines, que ya son plaga... allí, en el mismo lugar, se puso a discutir de la telemetría de los Renault. 

En ese momento Sidoro, que siempre pecó de sincero, decidió arriesgarse a llevar la contraria a la corriente entonces dominante de poner a los coches en un altar muy alto y soltó sin anestesia: «¡Cuánto daño nos hizo Fernando Alonso!».

No es para tanto. Cierto que cuando Ramón y Cajal ganó el Nobel no aprendimos lo que era la caquexia.

Gracias a Seve Ballesteros en los bares hablábamos de albatros, birdie, boggie... Bienvenidos a ampliar nuestro tema de conversación. Cierto que cuando Cela ganó el Nobel lo que más nos llamó la atención —al margen de que se hizo un zampón en La Vecilla— fue que era capaz de succionar dos litros de agua de una palangana y no era precisamente por la boca.

A Manolo Santana le debemos el hablar inglés en la intimidad y manejar palabros como ace, deute, macht point como si dijéramos sobeo para el yugo. Cierto que cuando Severo Ochoa ganó el Nobel y nos recomendó comer pescado aprendimos a tirar el gocho al río y pescarlo unos metros más abajo para que nos lo dieran de paso en la dieta mediterránea.

¿A qué se debe que a un rapaz le cueste menos trabajo aprender la alineación del Chelsea que los reyes de León?, aunque si les siguen poniendo esculturas...

Archivado en
Lo más leído