La frase la repetimos con frecuencia: «En mi casa es del Madrid (o del Barça, no seas pejiguero) hasta el perro», «en mi casa canta el Himno nacional hasta el gato», «en mi casa lee a Faulkner hasta el loro y luego lo recita»... y sigue hasta donde quieras.
Demasiadas veces para darle verosimilitud a aquello en lo que creemos tenemos que recurrir a que también comparte nuestra fe el perro o el gato o el loro, las gallinas también valen que Baudilio el de Viego cuando amaestraba a los animales de la casa también las incluía y le seguían en fila a tomar el vino como si fueran los papones del Dulce Nombre (o del Silencio, no seas pejiguero).
También ocurre que podemos saltar de la teoría a la práctica y que dejemos la ventana abierta para que los vecinos comprueben la felicidad del perro ladrando alborozado cuando marca Mbappé (o Lamine, no seas pejiguero) o escuche como el gato tararea miagando las notas del Himno nacional, que para eso no tiene letra.
Me temo que si Fernández (¡qué manía de quitarse el Fernández!) Mañueco o el nuevo mandamás de la rosa, Carlos Martínez, ven la imagen del perro leonesista acaben creyendo que puede ser cierta la existencia de ese movimiento que llaman leonesismo. O igual lo sabían pero se acogen a la vieja práctica de la ciencia política: «Usted disimule».