Da mucha pena, muchas veces, ver el silencio que nos rodea cuando debería explotar el cielo en truenos, relámpagos y aplausos sin sordina.
Da mucha pena recordar la cola que había para las firmas de libros de Belén Esteban y allegados, unas rosas sin su negro, incluso de Revilla hablando, otra vez, de sí mismo.
Da pena porque no estalló el cielo de truenos con partitura y orquesta sinfónica cuando no hace tanto pasó por aquí una estrella, nada fugaz, más bien eterna. Era Montserrat Torrent, organista en activo a los 98 años, genio desde hace décadas, humana desde niña, universal, sorda desde la mitad de su vida y pese a ello capaz de escuchar en el silencio. «Cuando todo está en silencio escucho la música en mi mente con una claridad sorprendente».
Tan sorprendente como su concierto, tanto como su genialidad de niña diferente que escuchaba a su madre tocar el piano y veía a su lado a su hermano llorando de emoción. La emoción de la belleza.
Pasó por la ciudad. Ofreció un concierto desde el órgano de Santa Marina, emocionó y se emocionó.
No podía escuchar pero veía las caras de emoción, las de admiración de Miguel Ángel Viñuela y Ana Sarmiento al pasarle las páginas de la partitura. Y se escuchaba a sí misma, ¡como para no emocionarse!
Y se fue, escuchando el triste silencio de los años del ruido.
Ni una triste medalla sobraba para ella...