Al bueno de Aquilino, el pastor de la majada, todos le llamaban ‘el mastín’, en lo que muchos creíamos que era un guiño a su profesión y, a su vez, a la nobleza del perro pues el paisano también era bueno a rabiar. Y con mucha gracia para todo lo que contaba.
Y de esa gracia nacía el apodo, no de los perros que tenía para su oficio, aunque sí de su comportamiento, no solo en su trabajo.
A ver, antes de que empiecen los insultos que ya os veo abriendo los comentarios, no he dicho que el perro de la foto sea un mastín, solo estoy contando una historia en la que había un mastín, pero si lo dejas en perro en general no hace falta que nos vayamos a retar en duelo al amanecer en la estación de Pardavé.
Vuelvo a Aquilino y la justificación de su apodo de ‘el mastín’. Resultaba que el pastor era uno de los solterones del lugar, pero en su caso no era por voluntad propia –como ocurría con algún caso que no viene al caso– sino, decía él, por falta de tierras que poner en la balanza de la oferta de matrimonio o, cuando menos, algo de «coyunda», en expresión suya que encerraba bastante retranca.
El apodo se debía a que, a falta de tierras que ofrecer, el enamorado prometía amor casi eterno con una frase que tampoco es que le ayudara mucho, pero le debían dar ataques de sinceridad y la pronunciaba como remate de la propuesta: «Hambre pasarás... pero cariño».
– Eso te lo dan hasta los perros; le contestó una desagradecida, que hay que ser cruel para no valorar el cariño frente al dinero.
Por ello, cuando comprobó que a base de ofrecer cariño no salía de la soltería dio por bueno que le llamaran ‘el mastín’, por elegir al perro que tenía más cerca.
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