Ya hace varias legislaturas, en medio de una de esas broncas políticas que llaman internas de los partidos –las peores y las más crueles, sin duda–, un veterano militante, ya fallecido, de los curtidos en mil escaramuzas, regaló una explicación a la virulencia de la batalla interna que encerraba todas sus claves en unas pocas palabras:
– Es muy sencillo... hay muchos más culos que sillas.
Se refería al número de aspirantes a un cargo público, muchos;y el número de las sillas para ocuparlas que les acababan de otorgar los últimos resultados electorales, realmente pocos.
Demasiadas veces la explicación es mucho más sencilla que el envoltorio en el que nos las presentan. Los culos y las sillas podría ser una teoría filosófica de muy amplio espectro para explicar el mundo, en tantos lugares, en colectivos que van más allá de la política, que es el más habitual y en el que se sacan a relucir las navajas más afiladas. Pero «líbreme Dios del agua mansa que de la brava ya me libro yo».
No extrañe por ello que un buscador de tesoros escondidos quede extasiado ante una silla vacía, aunque sea amarilla y de plástico, pues sabe que es un tesoro que va mucho más allá de las apariencias, que engañan.