Cada vez que hay un acto en recuerdo de Lolo –muchos, es lo que sembró– alguien dice convencido algo así como «en cualquier momento puede aparecer por aquí, si no está ya». Y al decirlo utilizan el diminutivo Lolín, que es la fórmula que él tenía de mostrar cariño hacia las personas, usar el diminutivo, que tenía su genérico en la manera de referirse a las mujeres de la provincia: abuelinas y mujerinas.
Son los milagros de Lolín. De hecho la pasada semana se presentó un libro –‘Cuentos de carbonilla’– cuyos autores son Manuel Cortés... y Lolo.
No tengo claro que sean pequeños milagros, solamente hay uno, el mayor, y es que no se recuerda a nadie que siga tan vivo como nuestro Lolín dos años después de haber fallecido.
A la salida de cualquier curva, de cualquier carretera, aparece un mural con su firma; desde la esquina de la barra de cualquier bar te habla alguien que fue su amigo; en cualquier conversación aparece una antigua participante en un taller que te cuenta un detalle humano del hombre del alma blanca vestido de negro...
Y en todas las luchas por León, su pasión, utilizan una tira suya, un dibujo de Lolo o su propia imagen, la de un hombre que puede defender sus convicciones sin herir a nadie, sin maldad, sin cajas destempladas...
Por extraño que parezca en los tiempos que corren. Otro milagro de Lolín
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