Cuando la vida te coloca delante de un atril para que sueltes lo que llevas dentro y enfrente de tí hay un grupo humano que te mira con incertidumbre ¿qué hacer?
¿Te tomas la revancha de esa respuesta que das cada vez que te preguntan qué tal va todo y por no darle más vueltas dices que ‘bien’ pero piensas ‘si yo te contara’? Te dan ganas de contarlo ahora, seguro, pero contente, no te queda tan buen cuerpo como pensabas.
Si piensas que no se te va a presentar otra oportunidad, ¿tú crees que te merece la pena que te recuerden como recuerdo yo a un altísimo cargo de a Junta que comenzó su comparecencia diciendo «trataré de ser breve porque soy consciente de que soy mal orador» y se pasó más de una hora demostrando que era verdad que era muy mal orador? Y además mentiroso, si ser breve es más de una hora hablando, o lo que fuera, no me imagino cuando quiera ser extenso.
Te digo una cosa. Nada del mundo te compensa que te recuerden como recuerdo yo al mentiroso.
Tú, que tantas veces has mirado atrás con nostalgia, a buen seguro que fuiste a una escuela rural en la que el buen maestro te recomendó que fueras discípulo del gran Baltasar, no el rey mago, Gracián. «Lo bueno, si breve...». Y si Gracián no te parece una cita de altura no olvides que el más grande, el de la Mancha –García Page no, Don Quijote– también recomendaba brevedad con un argumento contundente de Sancho, «en boca cerrada no entran moscas» y, aún más, «oveja que bala... bocado que pierde». Hasta los Proverbios se meten en el asunto: «En las muchas palabras no falta pecado».
En fin, haz lo que quieras, pero yo que tú no me venía arriba. No te quedas tan a gusto como pensabas.
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