No sé —más bien estoy seguro de que no— si era necesario destruir el entramado de pequeños negocios que nos permitían seguir adelante, a vecinos y comerciantes, en una vida comunal de libretas en las que apuntaban las deudas para cuando pudieras pagar y te las cambiaron por una tarjeta que como te atrases te cruje, que nada quiere saber de si cobras la leche o no..
No sé, o sí, porqué nadie paró aquella sangría de ir en procesión a unos grandes almacenes a llenar el maletero despreciando a la pequeña tienda del portal de al lado por unos céntimos de diferencia, sin pensar en que realmente querías comprar aceite, plátanos y unas lentejas y viniste con los tres productos y una motosierra que estaba de oferta y resultó ser una castaña para la que no había arreglo.
No entiendo para quién es mejor que haya una granja de 10.000 cabezas de ganado en manos poderosas que 100 granjas de 100 cabeza en 100 pueblos en manos de 100 familias que quieren llegar a fin de mes y vivir en su casa, en su tierra y mandar los niños a su escuela. No me entra en la cabeza que la mejor leche haya que tirarla al alcantarillado porque dicen que los montes que pacen aquellas vacas viven lejos y es incómodo ir.
¿Nadie sospecha que esos céntimos que ahorras salen simplemente de darte gato por liebre? ¿Nos están gaseando sin gas?