Mientras escribo, en un bar como corresponde, están televisando un partido del Real Madrid con pelos y señales, recogiendo imágenes previas, de la salida, los vestuarios, los espejos, los nombres... y lo generarán, y lo que quieras argumentar, pero es un espectáculo realmente obsceno para la vista de quienes directa o indirectamente lo pagamos, los que andamos en la batalla de si debe pagar impuestos el salario mínimo.
Nos cuentan además sus biógrafos –¿cómo puede tener tres biografías un chaval de 20 años?– que los mejores crecieron en las favelas. O corriendo en la calle. Que los genios solo pueden ser aquellos formados en la picaresca de la calle y el burle.
Y las imágenes ‘obscenas’ del vestuario, de cómo tiran una botella de bebida no sé qué prácticamente sin abrirla para que la recoja «el servicio»... me llevan a la vieja estampa de dónde venimos, de un partido, por otra parte, de lujo y fiesta pues como se puede ver hay porterías y hasta tienen larguero, que una cuerda ya servía aunque creara polémicas cuando el balón la mueve ¿pasó por arriba o por abajo? Pues lo que digan los del bar.
Lo normal, para los días de diario, eran dos piedras como portería, que eran muy prácticas para fomentar la práctica de las matemáticas cuando había que trazar una recta vertical desde el centro de la piedra para saber si el balón había sido gol o no; y se llegaba a saber incluso los que pegaban en el poste.
Los que iban altos requerían aún más técnica. La línea de cálculo, vertical, era imaginaria y su altura dependía de lo que midiera el portero.
¿Cómo no iban a salir grandes geómetras? E, incluso, futbolistas de clase. De los antiguos.