El mastín, ya quisiéramos todos, es uno de los obreros más conscientes de su oficio y cumplidores con el contrato genético que firman al nacer «para cuidar los rebaños», aunque tengan bolos diversos para participar en concursos, posar para calendarios solidarios, rodar películas o sustituir a los avisos de «local protegido con alarma» por un «cuidado con el perro» completado con los sonidos de su ronco ladrar como banda sonora de fondo.
Pero ellos saben para lo que están, lo que han firmado en su código genético, y por más que los intentes distraer de su oficio ellos permanecerán fieles. Pueden estar jugando con los niños de la casa, aguantar jugarretas de rapaces trastos subidos a su lomo como si fueran peluches, pero si los vientos traen olor a peligro, aromas de lobo, saldrán a toda velocidad a ocupar sus puestos de vigilancia y enseñarán feroces los dientes de defensor irreductible de su territorio.
No les intentes engañar. Da igual que pongas unas zapatillas de diseño sobre moqueta donde ellos están habituados a ver duras botas de pastor y gruesos calcetines de lana pura, no se despistarán, y si los vientos traen aromas... se irán a lo suyo.
A perro sabio no hay cuscús.
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