Nos acostumbraron tanto a la batalla que declaramos pequeñas guerras por un «quítame allá esas pajas», que decían los antiguos y que ahora de ha quedado en un «me miraste mal». Es decir, vivo enfadado con el mundo y casi no necesito de disculpas.
Escribo en un bar, en otro bar, de una cuenca minera que lo fue y me asustaron las voces, el tema de controversia prometía ser de calado: ¿quién tiene la culpa del fin de la minería?, ¿fue penalti de Camavinga o, incluso, debe dimitir Carlo Ancelotti antes de que se multipliquen las manitas?, ¿es lícito que el hijo de Bárbara Rey tenga un oficio tan jodido como el que tiene? Tal vez un tema municipal que, por aquello de la cercanía, se acaban enconando y subiendo el tono de las voces.
Nada. Agua. Ninguno de ellos. No lo vais a creer pero el asunto era el siguiente: «Mañana es día 15, mitad de enero, ¿es el día que debemos dejar de desear feliz año?»
- Yo felicitaré hasta que me de la gana.
- Tú no eres más tonto porque no entrenas.
Ése era el elevado tono intelectual del debate cuando abro la página y encuentro a estos niños que, una vez más, nos regalan el ejemplo. Estiran en el tiempo el espíritu navideño porque les da la gana, porque les gusta, les apetece, no hacen daño a nadie y no levantan la voz.