Ya os conté alguna vez cuando llevé a mi anciano vecino a visitar el hoy Museo de los Pueblos Leoneses, entonces el Etnográfico Provincial, pensando que se iba a emocionar viendo tantos aperos y recuerdos que formaron parte de su vida; dura vida, por otra parte, de quien había sido niño pastor, ganadero a pequeña escala, obrero de lo que saliera... y jubilado feliz de tener lo suficiente para comer y tiempo para tomar el sol.
Y, sin embargo, mi gozo en un pozo;cuando llegó al trillo, la guadaña, los cestos de las patatas... y yo pensé que se iba a emocionar se dio la vuelta y un simple «vamos de aquí» dio por concluida la esperada visita al lugar de los recuerdos.
Comimos bacalao, tomamos un vino y volvimos sin ningún reproche, no se enfadó pero tampoco explicó nada hasta que llegamos al bar y se lo contó al cantinero, ese confesor con el que todos tienen confianza.
- ¿Tú crees que me llevó a ver la guadaña? Según la vi me volvieron los sudores de cuando salíamos de casa al amanecer, nos llevaban la comida en un cabás y volvíamos de noche, y reventados.
- Creí que ibas a sentir nostalgia.
- La nostalgia no es de la guadaña (o la plancha) es de la edad que teníamos cuando la usábamos.
Me acuerdo de él cada vez que me cuentan lo de que antes se vivía mejor
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